Las mentiras que nos creímos (Parte I)






Igor Yglesias-Palomar



Ha llegado a mi conocimiento que en las próximas fechas, en España, se estrenarán dos películas que han llamado mi atención. En apariencia no tienen nada que ver entre ellas, y obviamente, dado que aún no se han estrenado, no he tenido oportunidad de verlas, así que esto no es un comentario propio de las cintas en cuestión, sino de algo que me resulta dolorosamente conocido. Las dos, a la sazón son las siguientes:  Assassin's creed (2016) de Justin Kurzel, y la española 1898. Los últimos de Filipinas (2016) de Salvador Calvo. Dos producciones, una americana y una nacional. Pues bien, ¿qué tienen en común los dos largometrajes? La respuesta es bastante obvia: el demérito a España. O si nos ponemos técnicos, la continuación de la campaña publicitaria más grande y longeva de la historia: la leyenda negra.

La primera película está basada en el archiconocido juego de Ubisoft Assassin's Creed, el cual trata sobre una supuesta hermandad de asesinos, históricamente enemistados con los Templarios (¿?), a quienes se enfrentan a lo largo de la saga en distintos momentos y lugares. La película, próxima a estrenar, está protagonizada, entre otros, por el siempre recurrido Michael Fassbender y la bellísima Marion Cotillard (❤), y estará ambientada en la España del siglo XV bajo la terrible Inquisición española.

La segunda película, la que más clama al cielo desde mi punto de vista, producción probablemente animada por el capítulo de la infame -por su visión histórica sobre nuestro pasado- pero exitosa serie de televisión El ministerio del Tiempo, recrea el popular concepto, pero desconocidísimo hecho de armas de los últimos de Filipinas, o sea, el sitio de Baler, en el año 1898, y está protagonizada por, entre otros, los fabulosos  actores Luis Tosar, Eduard Fernández y Karra Elejalde.

Estos son dos ejemplos de muchos, muchísimos que podríamos haber puesto. El caso de la española me resulta, por razones que enseguida entenderemos, más enervante, pero la única razón de haberlas seleccionado es, tanto su popularidad como la inmediatez de su estreno, no porque sean más representativas o falaces que otras, cuyas flagrantes patrañas y desfachateces son, sin embargo, enormemente bien recibidas por el público general de habla hispana. 


No es mi intención en este artículo detenerme más de lo necesario en los hechos que narran las películas concretas, sino expresar mi sempiterno asombro ante la laxitud intelectual con la que los españoles aceptamos sin rechistar las constantes mentiras e insultos, la manipulación descarada -consciente o inconsciente- sobre nuestro pasado y nuestra identidad y la manera en la que hemos abrazado y hecho propia la versión sobre nosotros mismos que han contado nuestros enemigos. No conozco ningún otro caso igual de una nación con tan paupérrima percepción sobre sí misma, ni que haya dado las palabras de quienes han querido sistemáticamente destruirla, como tan justas y veraces. En esta España del siglo XXI, es inevitable entender nuestra desorientación y falta de metas conjuntas, como el resultado final de un tosco, pero exitoso, plan llevado a cabo durante siglos, y aprovechado sistemáticamente por quienes han querido hacer leña del árbol caído. 

Un país donde sentir vergüenza por pertenecer a él es entendido como lo moralmente correcto, y donde tener el más mínimo orgullo está visto con recelo y como un sesgo político; donde partes de su geografía que históricamente han sangrado por su grandeza, ahora reniegan de su papel en el pasado y sueñan con microfraccionarse en ridículos estados -contando, claro, con que seguirán agarrados para lo que les interese de la teta de la madre-. Un país donde, lejísimos de dar el justo mérito a los hombres y mujeres que lo hicieron enorme -inconmensurable-, se olvida a propósito sus nombres y sus hechos para mantener a las generaciones venideras en ese estado de fragilidad y pérdida en el que nos encontramos. Un pueblo sin convicciones, sin identidad, sin cohesión, es un pueblo susceptible de ser manejado, de ser un rebaño débil y moldeable a los intereses de los buitres que lo carroñeen. Un país donde se mira con recelo oficial y secreta envidia las exhibiciones patriotas de los países vecinos -o no-; donde hay que aprovechar cualquier acontecimiento deportivo para tener la excusa de poder sacar una bandera, donde en partes de su territorio eres susceptible de ser agredido físicamente simplemente por estar cerca de una -con el vergonzoso visto bueno de las autoridades políticas y judiciales-, donde sólo está moralmente permitido mostrar una variante política de la misma, de distinto color, para contar con el beneplácito de una sociedad para la que el concepto de patria es reprochable, relacionado con una determinada ideología, y de deseada desaparición.

No puede extrañarnos pues, ni el campo abierto que hemos dejado para que proliferen todo tipo de plagas que pueblan nuestro panorama político, ni el hecho de que, caso insólito hasta donde llega mi conocimiento, sea un país en el que se dé que los ciudadanos que se sientan orgullosos hayan de hacerlo en silencio y a escondidas, y sólo se pueda acceder a ciertos puestos de importancia si públicamente lo denostas. Por supuesto, la leyenda negra no es, ni mucho menos, el único factor a tener en cuenta para comprender el débil amor por su propio país por parte de una enorme fracción de su población, pero incluso en los individuos que sienten un mínimo de orgullo, éste se encuentra increíblemente mermado ante la asunción como verdaderas, de una larga serie de tergiversaciones, en el mejor de los casos, y rotundas mentiras en otros.

Pero ¿qué es la Leyenda Negra? Es de muy recomendable lectura el artículo de wikipedia sobre ello, La Leyenda Negra Española, pero es una materia que rara vez se trata con un mínimo de profundidad, y como el asunto es complejo, intentaremos explicarlo del modo más sencillo que podamos. Como suele ser habitual en este blog, la longitud del texto hace recomendable la división del mismo en varias partes. Espero nos acompañen en este interesante viaje.



La Leyenda Negra

El diccionario de la Real Academia de la Lengua la define escuetamente como:
1. f. Relato desfavorable y generalmente infundado sobre alguien o algo. La leyenda negra española.

A pesar de no considerársele autor del término, sí se reconoce a Julián Juderías como el que lo popularizó. Él lo describe así:
[...] el ambiente creado por los relatos fantásticos que acerca de nuestra patria han visto la luz pública en todos los países, las descripciones grotescas que se han hecho siempre del carácter de los españoles como individuos y colectividad, la negación o por lo menos la ignorancia sistemática de cuanto es favorable y hermoso en las diversas manifestaciones de la cultura y del arte, las acusaciones que en todo tiempo se han lanzado sobre España fundándose para ello en hechos exagerados, mal interpretados o falsos en su totalidad, y, finalmente, la afirmación contenida en libros al parecer respetables y verídicos y muchas veces reproducida, comentada y ampliada en la Prensa extranjera, de que nuestra Patria constituye, desde el punto de vista de la tolerancia, de la cultura y del progreso político, una excepción lamentable dentro del grupo de las naciones europeas.

Porque no se considere que es algo sólo dicho por españoles, como una especie de débil justificación moral, muestro también una definición del historiador norteamericano Philip Wayne Powell (1913-1987), que la describió de esta manera:

"The basic premise of the Black Legend is that Spaniards have shown themselves, historically, to be uniquely cruel, bigoted, tyrannical, obscurantists, lazy, fanatical, greedy, and treacherous; that is, that they differ so much from other peoples in these traits that Spaniards and Spanish history must be viewed and understood in terms not ordinarily used in describing and interpreting other people."
"La premisa básica de la Leyenda Negra es que los españoles se han mostrado históricamente como excepcionalmente crueles, intolerantes, tiránicos, oscurantistas, vagos, fanáticos, avariciosos y traicioneros; es decir, que se diferencian de tal modo de los demás pueblos en estas características que los españoles y la historia de España deben ser vistos y comprendidos en términos que no son empleados habitualmente para describir e interpretar a otros pueblos."

Hay muchas definiciones, más completas o menos, más generalistas o menos, pero todas giran en torno a un mismo concepto: la difamación generalizada y organizada sobre todos los hechos históricos, políticos, artísticos y sociales de la nación española. Se podría considerar, y así lo es por muchos, la primera campaña a gran escala de guerra propagandística de la Historia. Pero, ¿por qué todo este esfuerzo? ¿Y por qué con España? ¿Con qué fin, y por quiénes? ¿Es real la Leyenda Negra? Intentaremos contestar a estas preguntas. Pero para ello, necesitamos comprender, aunque sea someramente, algo de trasfondo histórico, con el fin de entrever mínimamente la compleja situación del país en el tablero de ajedrez general.


La rendición de Granada. Franciso Pradrilla.


La España prerrenacentista

Comprimir la multitud de aspectos sociales, geo-políticos y religiosos que llevan a España a convertirse en lo que es, es tarea prácticamente imposible -especialmente en un espacio limitado-, pero si hacemos un esfuerzo en abocetarlo, debemos empezar, claro está, en el año 711, con la invasión musulmana de la península ibérica. Pese a que en estos tiempos de corrección política y buenrrollismo se ha puesto de moda intentar negar que la leche es leche y que no hubo tal invasión, existen dos conclusiones razonablemente obvias a extraer de ese suceso: 1º, que ya existía una cierta identidad y unidad, llamémosla nacional -término que hay que coger con mucho cuidado-, que lleva a un esfuerzo no unitario, pero sí conjunto de reconquistar el territorio; es decir, asumir que sí hubo una conquista como tal de algo que se sentía de pertenencia, y un impulso por recuperarlo; y 2º, que la religión fue un motor importante -si no único-, tanto por parte del ejército invasor, como de la lucha y enfrentamiento posteriores. Es tendencia de hoy en día intentar comprender la historia desde los prismas de entendimiento modernos, en los que los factores económicos lo son todo, obviando la larga y linda tradición que hemos tenido los humanos de matarnos por venerar cosas distintas. El Islam cree -y más en aquel momento- en la conversión o muerte de los infieles y en la expansión de la palabra del profeta; y, frente a ello, la identidad religiosa y cultural herencia del imperio romano convierte al cristianismo en la fuerza opositora y restablecedora de la que consideraban verdadera fe.

La reconquista de la antigua Hispania duró casi 8 siglos, y fue la guerra más larga que ha existido en los anales de la historia humana. A lo largo de 781 años, los motivos iniciales de enfrentamiento debieron cesar de existir en pocas generaciones, y en un breve lapso de tiempo la lucha dejó de ser entre nativos hispanos y extranjeros y hubo de convertirse en un guerra entre españoles cristianos y españoles musulmanes, pues los últimos, a base de nacer aquí, debían considerar esta tierra tan suya como el que más. De ahí que la constante negación de la importancia y presencia de la religión en esta contienda, esos denodados esfuerzos por pintar de aceptación y buen rollito a la convivencia de las tres culturas -sumada la religión judía, que se aposentó con fuerza aquí-, resulta chirriante y absurda. Por supuesto que hubo contacto, y respeto entre los enemigos, negocios e impregnación cultural entre ambas partes, pero probablemente limitados a los altibajos en la lucha, que marcaron largos periodos de relativa tranquilidad -limitada a constantes expediciones, saqueos y violaciones a lo largo de la frontera-, sobre todo a partir del 1212, tras las Navas de Tolosa, cuando el frente se estabiliza considerablemente -para saber más sobre el tema, aquí-.

Con varios reinos cristianos en la península intrigando entre sí mientras se despachaban simultáneamente con los de Granada, se requirió un esfuerzo muy importante para llegar al fin de tal conflicto. En realidad nuestro caso muy bien pudo haber sido el de los Balcanes, fraccionados en distintas naciones con distintas religiones. Sin embargo, con la única excepción lusa, la hipania visigoda habría de restaurarse en su totalidad. Este hecho es buena muestra de la idea de identidad común -a pesar de las vastas diferencias entre territorios, que existían, probablemente, ya en tiempos de Roma-, de la que se gozaba, y que fue común con nuestro país vecino incluso muchos años después de su separación definitiva. En cualquier caso, con Portugal ya independizado desde 1297, tras un largo enfrentamiento con el reino de Castilla -unificado con el de León tras el 1230-, hubo que esperarse a que los dos reinos principales, Castilla y Aragón, se unieran con el matrimonio (1469) de sus respectivos reyes Isabel I de Trastámara y Fernando II de Aragón, para que, tras una guerra de sucesión que terminó en el 1479,  se dispusiera de la capacidad física de acabar la larga guerra. Mas no sólo hubo de tenerse la capacidad, sino la voluntad, dado que el esfuerzo humano y económico fueron más que considerables y se extendieron largos años de cruenta batalla. Hubiera sido fácil mantener el statu quo establecido, ya que desde hacía tiempo Granada pagaba una considerable suma como alquiler -parias-, por no recibir ataques militares desde los ya más poderosos armamentísticamente hablando reinos cristianos. Sin embargo, la profunda fe religiosa de ambos monarcas les llevó a decidir dar el golpe definitivo al Islam en la península, finalizar ocho siglos de ocupación, y unificar las tierras de España casi definitivamente, pues hubo que esperar a Carlos I en 1516 para lograrlo finalmente. 

Los Reyes Católicos no recibieron ese apelativo por nada. Si acabas de vencer una guerra religiosa de 800 años, y has devuelto la unidad a tu tierra, es lógico que devuelvas también la unidad religiosa, sobre todo si estaban convencidos de que Dios había puesto mucho en pos de su victoria, y ambos se convirtieron en adalides de lo que consideraban la verdadera fe. La era de las creencias musulmana y hebrea en España había terminado. Judíos y moriscos fueron obligados a convertirse o expulsados, en dos decisiones muy controvertidas, pues políticamente fueron arriesgadas al revocarse sendas promesas, y en ambos casos hablamos de habitantes nativos desde antaño en la misma tierra; pero finalmente ambas religiones fueron erradicadas -al menos, oficialmente- del territorio. La  fe cristiana había vencido definitivamente.  

En 1480, los reyes crearon el tribunal de la Santa Inquisición, encargado de velar por la católica salud del reino, y mantuvieron constante contacto y apoyo con Roma, cabeza visible del cristianismo. Son los últimos años de la unidad católica europea, y todo esto va a tener que ver muy mucho con el tema del que venimos hablando. Los cismas religiosos están a punto de comenzar, pero aún no debemos entrar en ello.




El Escorial, Madrid.
El Renacimiento español 

Como es por todos bien sabido, a punto de terminarse la Guerra de Granada, en ese mismo año de 1492, se produce otra circunstancia que cambia para siempre no sólo la historia de España, sino la situación general y los equilibrios de poder de todo el mundo. Lo que es más desconocido entre el público general, sin embargo, es el porqué y el cómo de este hecho, así que, una vez más, hemos de marcar un pequeño paréntesis para intentar ganar perspectiva. Todo empieza como una carrera, y como en todas las carreras, existe un premio para el ganador. Y había mucho, muchísimo en juego.



Las Molucas

Existía un bien en la edad media que bien podría decirse que valía más que el oro, ya que se destinaban grandes cantidades de éste para hacerse con él, o mejor dicho, con ellas, pues eran varias materias. Antes de que la ciencia nos permitiera enfriar los alimentos artificialmente, la conservación de los mismos ha sido un asunto importantísimo de preocupación. La sal, el humo, el vinagre, han sido poderosos aliados en la batalla por retrasar la corrupción de nuestra comida. Sin embargo, por encima de todos estos métodos, las especias brillaban con intensidad. Se produce con las especias un triple efecto: por una parte, retrasan la putrefacción, y son, por tanto, conservantes. Por otra, añaden un gusto intenso, que a menudo enmascara el desagradable sabor cuando finalmente llega; y por último, son bactericidas naturales, lo que, en última instancia, era fundamental para no enfermar cuando los alimentos están -poco- estropeados o en proceso de estarlo.

Se convirtieron, por tanto, en un elemento muy necesario en las florecientes sociedades europeas de la baja edad media. Era un alivio para el pueblo llano, más dependiente de una conservación de los alimentos que las clases más pudientes. Sin embargo las especias sólo se producían en un lugar del mundo: las islas molucas, que se encontraban al otro lado del planeta. Así, la seda -otra materia de suma importancia en la edad media- y las especias se transportaban en caravanas a través de sus largas y famosas dos rutas, atravesando todo el lejano, medio y cercano oriente, hasta llegar a los lindes de Europa. Lo hacían a menudo a través de la puerta de Bizancio, donde caían en las siempre avariciosas manos de venecianos y genoveses, que ejercían de intermediarios en la distribución -y controlaban los ya considerables precios, ajustándolos a sus intereses-. Si el valor de las especias era, como digo, ya muy elevado, entre transportes e intermediarios, el auge otomano descontroló por completo el asunto. La caída de Constantinopla en el 1453 y su formidable fuerza en el Mediterráneo les permitió prácticamente cortar el suministro de tan necesarias materias a Europa, disparando los precios de las pocas que llegaban a alturas exorbitantes, volviendo a convertirlas en un lujo sólo al alcance de los más pudientes, y poniendo, como siempre, a la población llana en una posición muy comprometida. La situación era incontrolable, y había que darle la vuelta.



Las Islas de las Especias
En ese momento, las dos naciones con mayor arrojo y más capacidades técnicas para emprender tan arriesgada tarea, comenzaron entre ellas una carrera para librarse del monopolio italiano y el bloqueo otomano, y fueron, precisamente, las más alejadas geográficamente de las islas de las especias. Una, Portugal, trató de llegar a ellas navegando hacia el Este, y la otra, España, buscaba llegar por el camino contrario. Eran dos naciones de navegantes, punteras en la tecnología de la época. Portugal llevaba tiempo surcando mares y creando puertos y colonias en las costas africanas, y España, gracias a Aragón se había extendido por el Mediterráneo, y gracias a Castilla por los mares del norte de la península y del continente africano. Además, España, a punto de terminar su guerra, aparecía como una nación con una poderosa fuerza militar, con unos reyes muy acordes con las nuevas ideas renacentistas, y con una llamada a jugar un importante papel internacional.

Bartolomé Díaz, en 1487, no logra lo que Vasco de Gama, y no consigue doblar el cabo de Buena Esperanza. La marina portuguesa, vitaminada desde la aparición de Enrique El Navegante, llegó al Índico, y de allí a la India. Portugal tenía claramente tomada la ventaja a España, lo que hizo que ésta se decantara por intentar la ruta del Oeste, posibilidad que nuestro vecino desdeñó, pues contaba con la ventaja en la ruta segura.


Las Indias

En contra de la establecida creencia popular, la esfericidad de la Tierra era algo que se daba por hecho en los ambientes cultos desde hacía mucho tiempo. Pese a que Eratóstenes consiguió realizar unos cálculos extraordinariamente precisos de su tamaño, en los siglos posteriores, fueron ignorados y se dieron por ciertos los de Ptolomeo, quien se equivocó pensando que el perímetro terráqueo era mucho menor. En cuestión un tercio menor del real. Amén de que extendía el tamaño de Asia, haciendo que ocupara la mitad del globo, significando que la distancia entre la península ibérica y Asia fuera mucho menor que la real. Y estos eran los datos que se manejaban popularmente a finales del siglo XV. Un cartógrafo, de nombre Toscanelli, realizó un mapa por encargo del rey de Portugal, y en él ya se comentó la posibilidad de intentarlo por el Oeste, puesto que se creía que el mundo era mucho más pequeño de lo que es, pero, como hemos comentado antes, Portugal no prestó atención a esa idea. Y hete aquí que aparece un oscuro personaje, de nombre Cristóbal Colón, ante los reyes de la inminente España, a proponerles esa posibilidad.

Debido a que mantuvo a un error de confusión de las millas árabes con las italianas, o más probablemente, para lograr la financiación de la expedición, lo cierto es que Colón estableció que la distancia entre la Gomera y Zipango (Japón) era de 4.445 km, lo que situaría a Japón en pleno Caribe en la realidad. Esa fue la razón por la que tanto la junta técnica portuguesa como la española, que contaban con sus cálculos propios, mucho más científicos y cercanos a la realidad -lejos del oscurantismo que la Leyenda Negra pretende hacernos entender-, desestimaron la propuesta de Colón, cuyo proyecto se aprobó, pese a ello, más por la intuición de los reyes y por la necesidad de imponerse en la carrera, que por tener el beneplácito de una fundamentación sólida.


Primer homenaje a Colón. José Garnelo.


Lo cierto es que la expedición, como bien se sabe, partió y, quizás para sorpresa -o no-, de Colón, pero sí desde luego para la de las tripulaciones de los tres barcos, llegaron a nuevas tierras donde se había predicho, de ahí que se las llamara las indias e indios a sus habitantes, pues por una serie de errores bien o malintencionados, realmente pensaban que habían llegado a Asia. Pronto descubrirían lo equivocada de esa asunción.

En contra también de la creencia popular, descubrir América no supuso ni empezar a traer galeones llenos de oro, ni empezar a matar indiscriminadamente indígenas. Es preciso entender que hay tres fases distintas, una primera que son los descubrimientos y exploraciones, que ocupa las primeras décadas de la aventura americana -luego veremos por qué-, que luego dio lugar a una segunda fase que es la conquista de los territorios, y una tercera que es el asentamiento en los mismos. No obstante, ahora mismo no nos podemos detener en ello.
 

El papel de España en Europa 

Lo cierto es que ni la carrera hacia las Molucas finalizó, ni España se volcó de inmediato en las Américas, pero su descubrimiento conmocionó a Europa, y puso a España en una posición predominante de la noche al día. 

Hablamos de casi 5000 km -6000 desde la península-, de navegación sin escalas, con unos medios tecnológicos muy primitivos, y en cambio, una buena dosis de audacia y tenacidad. España, junto a Portugal, se convertía, a los ojos europeos, en la cabeza de la navegación mundial, adelantando a su vecino en muchos aspectos relevantes. De hecho, comenzaba la gran era de las exploraciones mundiales y las mayores hazañas marítimas. La supremacía naval española fue tal, que durante siglos, al océano Pacífico -descubierto en su costa oriental, una vez más, por un español, Núñez de Balboa- el más grande del planeta,  se le llamó el mar español  o el lago español, porque se consideraba que todo barco que por él navegara, sería de nacionalidad española. La extensión y el valor desmedido de los descubrimientos -cualquiera que sepa algo del arte naval puede entender el concepto de ser tú el primero que crea unas cartas de navegación-, son descomunales, y se puede decir que sabemos cómo es más de medio mundo gracias a la aportación casi exclusiva de España


Dominar los mares es fundamental para tener un peso relevante en el panorama mundial, pero no es lo único, hace falta tener la capacidad de que no te chiste nadie. Como hemos comentado previamente, tras la caída de Granada, la recién reunificada España, dispone de un importante ejército que, al contrario de los de la mayoría de las naciones Europeas -en relativa calma en los últimos siglos-, viene de guerrear mucho, está muy curtido, y no le tiene miedo a nadie. Los hechos del Gran Capitán y sus hombres conmocionan a Europa; acaban de tomar más de media Italia por las armas, humillando a los Franceses sonadamente en varias batallas, vienen de vencer su cruzada particular y se hallan batiéndose el cobre con la nueva potencia islámica que tiene a media Europa espantada, los otomanos. A ese portazo con el que irrumpen en el panorama continental, se une el rumor de que acaban de descubrir enormes masas de tierra, desconocidas hasta entonces en occidente, y otro elemento más de suma importancia, aunque éste sí, digamos, de carácter más doméstico.


La rendición de Breda. Diego de Silva y Velázquez.
La real descendencia


Los reyes católicos tuvieron cinco hijos que llegaron a la edad adulta -no sólo una hija, como mucha gente cree-. Cuatro mujeres y un varón, amén de los ilegítimos que engendró Fernando, antes y durante su matrimonio. Católico, pero no tonto, que se diría. La primera fue Isabel, heredera legítima hasta el nacimiento de su hermano Juan, ocho años más tarde. Isabel fue casada con el heredero portugués Alfonso, a fin de hermanar las dos casas, y calmar la relación tras el conflicto con el país vecino que se produjo antes de la llegada de Isabel la Católica al trono. El matrimonio, bien avenido al parecer pues se enamoraron el uno del otro, lamentablemente duró poco, ya que al año el heredero murió tras caer de un caballo. Isabel expresó su deseo a sus padres de ingresar en un convento, pero las necesidades políticas obligaron a que se forjara un nuevo matrimonio, esta vez con el propio rey Manuel de Portugal, quien también deseaba casarse con ella por razones personales -era muy querida en el país, y conocida por su inteligencia y prudencia- y prácticas, pues si su hermano, el de ella, fallecía sin descendientes, sus hijos heredarían el trono de España. Los deseos de la muchacha no fueron respetados, y casó por segunda vez. Quedó embarazada y su hijo llegó a ser heredero de los tres tronos -Portugal, Aragón y Castilla-, pero ella murió en el parto, y el pequeño, un año más tarde, estando al cuidado de sus abuelos, los reyes católicos.

Juan, el primer varón de los reyes, fue aclamado por su nacimiento, en 1478. Al igual que su hermana fue famoso por su aguda inteligencia, que, sumado a la exquisita y paciente educación que le procuraron sus progenitores, le convirtieron en un auténtico príncipe del renacimiento, con maestros humanistas que le llevaron a dominar diversas áreas. Tal fue su formación y su inteligencia, que numerosos cortesanos lo denominaron el príncipe perfecto. Casó con la bella archiduquesa de Austria, Margarita, en otro matrimonio político al que el azar llevó al enamoramiento. La princesa, sin embargo, por lo que se ve era fogosa en su ardor sexual, y el joven, delicado de salud; hasta el punto de que el exceso de relaciones maritales fue tal que los médicos aconsejaron a la Reina que los separara un tiempo, pues el príncipe enfermó de viruela y se ve que lo tenía agotado. Murió con 19 años, de fiebres, con ella embarazada -aunque su hijo falleció también, porque nació prematuro-. Con él muere el único descendiente varón de los reyes, dejando un grave problema de sucesión.


Doña Juana la Loca. Francisco Pradilla.

Las que nos interesan en cuestión, son las tres hijas siguientes, Juana, María y Catalina, porque van a ser las que van a ayudar a cambiar drásticamente en panorama europeo. Las tres tuvieron, al igual que sus hermanos mayores, una educación exquisita, y, también al igual que ellos, se ve que compartieron una herencia genética igual de generosa en inteligencia y prudencia. Juana, la tercera hija, sin embargo, pese a su estricta educación religiosa, salió por lo que se ve un tanto atea -para mí, muestra indudable de su inteligencia-, y esto, ya de por sí un problema en la época, venía agravado si tus padres recibían el sobrenombre de Católicos. Las alarmas sonaron pronto por su falta de convicción e interés religiosos, y este dato llegará a convertirse en fundamental en nuestra historia. Aún con sus hermanos vivos, tuvo también un matrimonio por razones políticas, y fue casada, como todo el mundo sabe, con el hermano de Margarita -su cuñada-, Felipe de Habsburgo, Archiduque de Austria, conde de Flandes y duque de Brabante y Borgoña. Y a esta última fue hacia donde partió en 1496, ignorante de que volvería como heredera al trono, cosa aún impensable, siendo la tercera hija. Marchó en la mayor flota fletada en tiempos de paz en España, pensada, entre otras cosas, para mostrar el floreciente poderío castellano-aragonés allá por el frío norte. Los consejeros del Archiduque, claramente favoritistas hacia el rey de Francia -altamente hostil a España, como casi todos los reyes de ese país-, le convencieron para ni siquiera presentarse, así que la flota llegó a puerto, y nadie estaba allí para recibirla. Mal empezamos.

Por lo que se ve, Felipe, apodado el Hermoso -que luego demostró ser un pieza de cuidado-, quedó prendado nada más ver a la princesa, y ambos se enamoraron tan rápidamente que el propio Felipe pidió a un cura que bendijera su unión, por no poder esperar los pocos días que quedaban hasta el día de la boda. De este matrimonio nacieron seis hijos, Leonor, Carlos, Isabel, María, Fernando y Catalina. El que nos importa ahora mismo, obviamente es el segundo, Carlos, el nieto mayor de los Reyes Católicos. Felipe, al contrario que ella, perdió rápidamente el interés en la relación, y si por algo la mantuvo, fue para acceder al reino de Castilla, del que finalmente se convirtió en rey -Felipe I-. Su creciente desinterés hizo que Juana desesperara y comenzara a sufrir enormemente, además de desarrollar unos celos patológicos. Su marido comenzó a estar cada vez más abiertamente enemistado con Fernando el Católico quien parece que caló al príncipe rápidamente y dudaba de sus buenas intenciones, y fue tornándose progresivamente más afín al rey francés, lo que se convirtió paulatinamente en un problema mayor; especialmente cuando la reina Isabel falleció en 1504 y Fernando quedaba sólo como regente, mientras que Felipe, por matrimonio, se convertía en heredero del reino. 

No podemos deternernos a contar la bella y trágica historia de doña Juana, fascinante por lo intenso de la injusticia que cayó sobre su persona, así que nos limitaremos a decir que meses después de ser nombrada junto a su marido, reina de Castilla Y Aragón -primera de su clase-, su marido murió por supuesta muerte natural -más que probablemente envenenado por Fernando-, ella desesperó de tristeza, se aprovecharon o hiperbolizaron los rumores de que perdió sus facultades mentales, que junto a su conocida falta de interés religioso, algo impensable en la cristiana corte, hizo que no se le permitiera a efectos prácticos reinar, y su padre la encerró de por vida -con unas condiciones terroríficas- en Tordesillas durante 46 años, hasta su muerte a los 76. A punto estuvo de liberarse con la revolución comunera, que intentó devolverla al trono, mas fracasó, y su hijo mayor, el ya emperador Carlos I de España y V de Alemania, volvió a encerrarla y a desentenderse de ella. Triste destino de una mujer cuyo único delito fue enamorarse, y que sufrió como nadie el complot y las intrigas de una corte extranjera que quería apoderarse -como hizo- de la corona española, y de un padre que con igual habilidad maniobró para evitarlo, pero con cuya muerte todo desenlazó en la victoria germana. 

Territorios heredados por Carlos I 
Salió su hijo Carlos diferente a lo que Felipe había pensado, y lejos de convertirse España en parte de Alemania, resultó ser más bien al revés. Para bien o para mal, hereda, no sólo los dos reinos ya unificados, junto al nuevamente anexionado de Navarra, mas innumerables y prósperos territorios centroeuropeos -entre ellos los Países Bajos,el sacro Imperio Germánico, Austria, el Tirol, el reino de Roma,  mas el reino de Nápoles y las dos Sicilias, condados etc-, sino que se está produciendo el descubrimiento y la conquista de un continente entero en ultramar. Francia queda aislada, como las ciudades-estado italianas, en un continente prácticamente español. España ya no es una nación próspera y militarmente poderosa irrumpiendo en el panorama centroeuropeo: se ha convertido en un imperio casi de la noche a la mañana. Y todo imperio está lleno de enemigos.

Las dos hijas menores de los Reyes Católicos, María y Catalina, se acabaron casando respectivamente con Manuel de Portugal -que había sido marido de su hermana mayor, Isabel-, con quien tuvo diez hijos, entre ellos Isabel de Portugal, quien luego casaría con su primo Carlos I, haciendo que el hijo de ambos, Felipe II heredara ambos tronos. Si todas las tierras y posesiones de España hasta el momento eran inconmensurables, no había más que añadir a su heredero todos los terrenos de ultramar de Portugal. Los celos y la envidia hacia España no dejaban de crecer. Por último, Catalina, la otra hija más famosa de Fernando e Isabel, tras varias vicisitudes acabó casando con el soberano de Inglaterra, Enrique VIII, quien la amó y respetó durante tiempo, pero de quien no tuvo descendencia masculina. Esa complicación fue tal, que como veremos más tarde, llevo a Enrique a romper con la iglesia católica, única y exclusivamente para poder divorciarse de ella y casarse con su amante Ana Bolena, justo en el momento de los cismas religiosos, que ya venimos anunciando van a tener una gran importancia en todo esto.



Fragmento de Carlos V a caballo en Mühlberg, de Tiziano

La ruptura de la Iglesia

La historia de la religión cristiana es, así mismo, la historia de multitud de escuelas, cultos, movimientos, versiones, en fin, varias de la manera de entender la fe y las supuestas enseñanzas en las que se basa la creencia de la misma. En especial esto sucedió en los primeros siglos de su historia y en la alta edad media, pues los diferentes concilios iban variando sustancialmente la deriva de la Iglesia desde sus considerados puros y oscuros orígenes, y la transformaban poco a poco en algo distinto, lo que hacía que muchos teólogos, zelotes, o simplemente cristianos con ojo crítico, se rebelaran contra muchas de esas decisiones o juguetearan con conceptos teológicos nuevos, considerados peligrosos dentro de la fe. -es interesante la lectura de la novela El nombre de la Rosa, de Umberto Eco, para entender más sobre la proliferación de estas distintas escuelas de pensamiento religioso-.

Muchos de estos movimientos se extinguieron naturalmente, otros se reabsorbieron, y finalmente algunos quedaron, camuflados en su propia pequeñez, aunque la gran mayoría fueron declarados heréticos, y perseguidos ferozmente. En un principio el arma papal era la excomulgación, pero a partir del s XII, con el auge del catarismo, se precisó de la formación de unos tribunales  como medio para combatir la herejía -curiosamente, también para controlar los excesos de violencia que sobre los herejes podía acometer el poder civil-, con lo que se crea la inquisición episcopal -que luego cambió a la pontificia- en Francia en el año 1184. Se extendió por el sur de Francia y norte de Italia, y a España entró por el reino de Aragón en 1249, pero no en el reino de Castilla -aún habría que esperar 250 años para la creación de la Inquisición Española como tal-. Posteriormente hablaremos de los mitos sobre la misma, tanto la española como sus variantes europeas, pero sí es cierto que la Inquisición, como una suerte de policía religiosa, ayudó a frenar considerablemente el número de movimientos y versiones heréticas de la fe cristiana.

Un siglo y medio antes, desde el año 1054, la religión cristiana se hallaba escindida en dos vertientes principales: la católica occidental y la ortodoxa oriental, una reconociendo al Papa de Roma como máxima autoridad, y la otra al Patriarca Ecuménico de Constantinopla; aunque, en la práctica, en el cristianismo ortodoxo las distintas ramas tienen cada una su propio cabeza jerárquico. Tras esa separación, irreconciliable desde entonces, el catolicismo se convirtió en la creencia cristiana con más seguidores y con más poder; poder que ejerció a su gusto durante unos cuantos siglos más. La cristiandad sufrió el paso de distintos papas, algunos de ellos verdaderamente dañinos, y el aumento progresivo de su poder terrenal, los abusivos impuestos y prebendas con que castigaban a sus súbditos, sumado a la pecaminosa -en muchos sentidos- vida de muchos de sus cargos más importantes -pontífices incluidos-, fue creando un ambiente de malestar y cansancio general, más obvio y agresivo en algunos países que en otros. Normalmente, la relación en esto es razonablemente sencilla: aquellos que tuvieron una menor o menos longeva exposición al imperio romano, han sido tradicionalmente los que han mostrado una mayor animadversión hacia lo latino.


La Reforma Luterana


 A principios del s. XVI, el santo imperio Germánico estaba fraccionado en una suerte de, llamémoslos, principados que ya habían tenido indicios antieclesiásticos desde la Edad Media -Devoción Moderna- y que, en general, andaban fastidiados - o envidiosos- con el poder, riqueza, pompa y boato de la iglesia católica. Estas circunscripciones estaban dominadas por la alta nobleza, bien cargada de riquezas, tierras y vasallos, pero desde el s.XV, la pequeña nobleza -los más pobres, o segundos de sus casas- se hallaban arruinados, y les goteaba el colmillo viendo el poder en tierras y posesiones de la Iglesia de Roma. Ellos mismos fueron también los que, mientras, jaleaban las corrientes humanísticas de autobombo de superioridad germánica frente a la inferioridad del sur de Europa.

M. Lutero, por Lucas Cranach.
Aquí entra en escena Martín Lutero -entre otras muchas cosas, uno de los principales promotores de lo que será nuestra famosa Leyenda Negra3-, un fraile agustino alemán, que la va a liar parda pardísima.  

Resulta que en tiempos de Lutero, Roma estaba buscando pecunia para construir ese monumento a la falta de coherencia con las enseñanzas de pobreza que es la basílica de San Pedro en el Vaticano. Pues bien, se da que estaba de moda para recaudar entonces una dispensa papal denominada indulgencia.  Dicho de otra manera, una indulgencia era un perdón a tus pecados mortales concedido por el Papa, a cambio, claro, de una cantidad de dinero, según la cual era la duración de ese perdón. Vamos, que según soltaras pasta, te quitabas tantos días de servicio entre las ánimas del purgatorio, mientras esperabas al juicio final. Las indulgencias estaban muy de moda -tanto como la necesidad recaudatoria de Roma-, hasta el punto de que el Papa enviaba emisarios por Europa para recaudar y dispensarlas.

En apariencia esto fue el detonante de un monumental cabreo por parte de nuestro querido Lutero, que harto de que se engañara a los feligreses -¿o deberíamos decir, harto de que el dinero de los feligreses se fuera a Roma y no a las arcas alemanas?-, redactó las famosas 95 tesis de Wittenberg y las clavó en la puerta de su parroquia, animando al debate teológico. Las tesis se convirtieron en extremadamente populares, el uso de la recién inventada imprenta, las difundió rápidamente por toda Alemania, Países Bajos, Suiza, Francia, Inglaterra... La Iglesia, claro, se cabreó con Lutero y amenazó con excomulgarlo, y lo que empezó como un altercado menor, de repente se empezó a convertir en un problema serio, cuando empezaron a correr rumores de que comenzaban a surgir numerosos nobles -de esa nobleza pequeña que hablábamos, ansiosa por repartirse los bienes de la Iglesia Romana-, que amenazaban con desafiar la autoridad del Papa.

Hay varios intentos de solucionar la situación. La Iglesia ofrece un diálogo a través del emperador del Sacro Imperio Germánico, que, como ustedes sabrán es el nieto de los Reyes Católicos e hijo de Felipe el Hermoso, Carlos V, que no desea un conflicto directo con la nobleza de sus propias tierras. No obstante, los argumentos de Lutero no convencen al Emperador -que, dentro de las particularidades del Reich, era también la cabeza visible de la fe-. De hecho, queda tan conmocionado con las ideas y la soberbia del alemán, que se comprometió a combatirle; y sin comerlo ni beberlo, los Habsburgo -casa real recién instaurada en España- se convierten en los defensores de la fe Católica dentro del panorama europeo -papel que los caracterizará, y por tanto al país que reinaban, España, en los próximos siglos. Note el lector cómo todo, poco a poco, va cuadrando-. 

Lutero huye, es cobijado por un noble simpatizante que le ofrece un hueco en su castillo bajo un nombre falso, y en su retiro forzado, aprovechará el tiempo no sólo para traducir la Biblia al alemán -acercándola, por tanto al pueblo, cuya mayoría era analfabeta y no hablaba latín-, sino también para acrecentarse en su discordia y comenzar las bases teológicas de una nueva iglesia.




Esto, como todos los apartados que vamos tocando, es complejo, y daría para profundizar mucho más. En una versión altamente resumida, diremos que Lutero comienza haciendo un llamamiento a la desobediencia al Papa y apoya la creación de una nueva Iglesia alemana; declara que la única fuente directa de la palabra de Dios está en la Biblia -la Iglesia Católica la considera fundamental, pero no la única-, considera que cualquier cristiano puede ser sacerdote, sin necesidad de una preparación especial,   se queda con dos únicos sacramentos: el bautismo y la eucaristía -extensibles al de la penitencia-, mientras niega que el matrimonio, confirmación, ordenación sacerdotal y extrema unción lo fueran. Abroga el celibato entre el clero, que ahora puede casarse, y somete a la Iglesia Católica bajo el poder de la justicia Civil.

Es cierto que la Iglesia Católica había abusado de su poder y acumulado considerables riquezas -desde el siglo XIII llevaba resistiendo los embates de algunos de sus miembros más destacados, como Francisco de Asís,  con una creciente polémica sobre si debía acumular toda esa riqueza o repartirla entre los pobres. Con la llegada del humanismo, nuevos teólogos como Gullermo de Occam, realizaron escritos con un carácter cada vez más antipapal. La prosperidad de las ciudades y la creación de las primeras universidades también permitió la formación de una élite intelectual y humanista que reclamaba un cambio, y la imprenta, por supuesto, no hizo más que favorecer la dispersión de esas ideas. Pero no es menos cierto, sin embargo,  que ese caldo de cultivo no sólo estaba propiciado por los desmanes de las cúpulas de poder eclesiástico. Los nobles y señores en esa época de prosperidad cada vez estaban más cansados de esa separación entre lo religioso y lo secular, y cada vez miraban con ojos más avariciosos los bienes católicos. Se esperaba ávidamente la oportunidad de hincarle el diente a todas esas tierras y propiedades. Además, las naciones se estaban formando definitivamente y no estaba en el interés de las autoridades civiles andarse bajo el poder universal de Roma. Amén de que la Reforma fue la justificación perfecta para que ciertas naciones se liberaran de su pertenencia a otros reinos católicos.

El reparto de riquezas, la liberación del poder religioso y, por tanto, la inmediata victoria del civil en todos esos conflictos librados durante siglos; la independencia económica y nacional en nuevos territorios, eran todos beneficios que los poderosos de ciertas zonas de centroeuropa ansiaban tener. Pero para todo ello se necesitaba al pueblo llano, al que había que ganárselo con ciertas ideas que hoy llamaríamos... populistas. Dice Wikipedia:
Al principio, numerosos obispos demostraron gran apatía con relación a los reformistas, no dando ninguna importancia al nuevo movimiento; les fue dado así un tiempo más largo a las cabezas del movimiento para expandir sus doctrinas. Incluso más tarde, muchos obispos inclinados mundanamente, aunque permaneciendo fieles a la Iglesia, eran muy laxos en el combate contra la herejía y en el empleo de medios adecuados para prevenir su posterior avance. Lo mismo debe decirse del clero parroquial, que era en gran parte ignorante e indiferente y contemplaba inútilmente el abandono de las personas. Los reformistas, por otro lado, demostraron un mayor celo por su causa. No dejando medio alguno sin utilizar, por palabra o la pluma, por la constante interacción con personas de mentalidad similar, por la elocuencia popular, en el empleo de la cual los líderes de la Reforma eran especialmente hábiles, a través de sermones y escritos populares que apelaban a las debilidades del carácter popular, a través de la incitación del fanatismo de las masas, en suma, por medio de una inteligente y celosa utilización de toda oportunidad y apertura que se les presentó, probaron su ardor por la expansión de sus doctrinas. 
Muchas nuevas instituciones introducidas por los reformistas favorecieron a la “muchedumbre” (según el punto de vista católico) —p. ej. la recepción del cáliz por todas las personas, el uso de la lengua vernácula en el servicio divino, los himnos religiosos populares usados durante los servicios, la lectura de la Biblia, la negación de las diferencias esenciales entre el clero y el laicado—. En esa categoría deben ser incluidas doctrinas que tenían gran atracción para muchos —p. ej., la justificación por la sola fe sin referencia a las “buenas obras”; el rechazo de la libertad de voluntad; la certeza personal de la salvación en la fe (“confianza subjetiva en los méritos de Cristo”, de acuerdo a los teólogos católicos), el sacerdocio universal, que ofrecía dar a todos una parte directa en las funciones sacerdotales y en la administración eclesiástica—

Todas estas circunstancias hicieron que las ideas de Lutero, o más bien el concepto de rebelión que él marcó, corrieran como la pólvora. Prueba de ello es que la nueva Iglesia no planteaba una solidez ideológica lo suficientemente fuerte como para estar mínimamente unificada, y se empezaron a crear grupúsculos con ideas más o menos radicales y diferentes, que a menudo disgustaron al propio Lutero, y con quienes protestantes y católicos se enfrentarían por igual. Ideas de la destrucción de toda imagen religiosa, pinturas, esculturas; de la obligación  de todos los curas de casarse, de la inexistencia de la propiedad privada y de que todos los bienes de la iglesia deberían repartirse por igual, etc. La alta nobleza reunió un ejército que derrotó brutalmente a todos estos grupos radicales en una única batalla. La represión fue terrible y miles de protestantes fueron ejecutados de manera terrible, mostrando una vez más que, como casi siempre, los nuevos poderes suelen ser mucho más temibles que aquellos a quienes vienen de derrocar.

La laxitud de la Iglesia a la hora de reaccionar permitió que las ideas se extendieran y asentaran en demasía, e incluso el papel militar, llevado a cabo principalmente por Carlos V se retrasó más de lo esperado, debido a diversos conflictos en los que andaba metida España, con los bereberes, otomanos, franceses, etc. Había usado su poder de líder no sólo político, sino también religioso del Imperio, convocando varias dietas intentando atajar la situación. Sin embargo los nobles se rebelaron contra él, y acabó enfrentándose contra la famosa liga Esmalcalda en la batalla de Mühlberg4 en 1547. Por desgracia, esta batalla llegaba demasiado tarde y encima su victoria fue tan aplastante que los nobles alemanes, tanto los católicos como los protestantes, le cogieron miedo al emperador, y, temiendo que se convirtiera en demasiado poderoso, se aliaron a sus espaldas y le atacaron cuando apenas tenía tropas, obligándole a huir hasta Italia, mientras su poder y su autoridad se derrumbaron en Alemania. Fue la primera pérdida de territorios de la corona española, y obligó al emperador a firmar la paz de Augsburgo, según la cual reconocía la libertad de cada príncipe a profesar la religión que eligiera. Fue el fin del sueño del emperador a mantener una unidad religiosa en sus dominios. El cisma religioso ya era una realidad imparable.



El camino español, de Ferrer-Dalmau

La reforma Calvinista

Las ideas reformistas llegaron rápidamente a Suiza, donde algunos predicadores -como Zwinglio-, comenzaron a criticar abiertamente a la Iglesia, animaron a rebelarse contra ella y promovieron la creación de una  Iglesia propia -aunque tampoco tenían una idea demasiado clara de en qué debía consistir ésta, sobre todo tras la muerte del susodicho-. En la ciudad de Ginebra, raudamente habían asaltado iglesias y matado a católicos, pero careciendo de una inspiración de qué hacer, decidieron pedir ayuda a un teólogo francés, Juan Calvino, para que los guiara. Éste, un personaje oscuro como pocos, a pesar de estar de acuerdo con Lutero en un principio, rápidamente consideró que se había quedado corto en desmanes a la Iglesia de Roma. Él también estaba de acuerdo en que el hombre debe acceder a la fe a través de la lectura de la biblia, pero renegó de todos los sacramentos, incluidos los tres que había salvado Lutero, y establece que todas las iglesias deben estar absolutamente libres de imágenes religiosas de ningún tipo.

Considera que no debe existir ni el clero ni los obispos, y que cualquier miembro de la comunidad puede convertirse en pastor, elegido por su comunidad. Sin embargo, la teoría más novedosa que plantea es la de la predestinación, es decir que según esta teoría -redoble-:  el hombre por sí mismo no puede hacer nada para alcanzar la salvación, ni por la fe ni por las obras, sino que antes de nacer, Dios ya ha elegido al hombre para la condenación o la salvación y éste no puede cambiar el designio divino. En la sociedad humana se puede distinguir a los hombres elegidos para su salvación en los que llevan una vida virtuosa y sin pecado y en los que tienen riquezas y éxito material en la vida, pues eso es signo de la protección de Dios. Eso tuvo que pegar bien fuerte en Suiza. Ya se les iba poco a poco viendo: quitémonos el rollo éste de los católicos -de los fieles, no del clero- de que Dios bendice a los pobres. En realidad no hay que ser muy listo para ver que el rico está bendecido por Dios... 

También se le vio de lejos el plumero cuando, por considerar que para enseñar bien esta teoría religiosa, debía el acaparar también todo el poder secular, e intentó controlar el gobierno de la ciudad, que por tales, le expulsó de ella. Sin embargo siguen sin saber qué hacer -hoy en día se resumiría en esta frase tan usada por algunos de mis clientes: no sé lo que quiero, pero sé lo que no quiero-, así que, tras la promesa de que no volverá a intentar acceder al poder, le piden de nuevo que vuelva. Por supuesto, Calvino jamás renunció a querer dominar la ciudad, pero con la lección aprendida, dedicó los siguientes doce años a, a la calladina, ir haciendo alianzas, ganando partidarios y eliminando contrincantes.

Su poder se asienta definitivamente cuando traiciona a su odiado oponente Miguel Servet -sí, sí, el de la doble circulación de la sangre-, al que trataba bajo una falsa amistad. Servet, además de médico fue un famoso teólogo, cuya visión sobre la religión -negaba, entre otras cosas que Dios y Cristo fueran uno, y por tanto la Trinidad-, se granjeó la persecución de la Iglesia Católica. Calvino se chivó, Servet ardió en la hogera, y muchos nobles protestantes se asustaron y huyeron de Ginebra -otros fueron expulsados, y a algunos los ejecutó-, lo que dejó las puertas abiertas definitivamente al francés, que se granjeó la enemistad de muchas mentes en Europa, que consideraban a Servet un ejemplo del modelo de librepensador.


fotograma de la película The VVitch donde se observa una familia de puritanos ingleses

Calvino quiso hacer de Ginebra una ciudad entera de piadosos y fanáticos creyentes, así que los obligó a llevar una vida virtuosa y cristiana. Prohibió los bailes, todas las canciones, cerró los teatros y abolió todos los espectáculos, las tabernas, el alcohol, los borrachos y las borracheras. Todos estaban obligados a ser buenos cristianos y a llevar una vida dedicada al trabajo y la oración. Además pretendía que ese modelo se extendiera, así que invitó a protestantes de toda Europa a educarse en la nueva religión y a expandirla. El principal de estos extranjeros fue John Knox, que convirtió toda Escocia en Calvinista, allí llamados presbiterianos.  Escocia fue el único país que lo tomó como religión oficial, pero se crearon importantes grupos en distintos países, principalmente Holanda, Alemania e Inglaterra, donde recibieron el nombre de puritanos, llevando sus ideas al Nuevo Mundo, y quemando unas cuantas brujas por el camino.


La Reforma Anglicana

Hemos hablado antes de Catalina, la hija más joven de los Reyes Católicos, que fue prometida con el primogénito de Enrique VII, llamado Arturo, en rememoración del antiguo Rey Arturo. Llegaron a casar en 1501, pero a los muy pocos meses, el joven, de naturaleza débil falleció, al parecer de la misteriosa enfermedad del sudor inglés. Tan joven y enviudada, Catalina fue prometida al hermano pequeño de éste, Enrique, mediante una dispensa papal, debido a que su matrimonio con Arturo no había llegado a consumarse. En teoría esto bastaba para que se pudiera disolver el matrimonio, pero tanto la corte española como la inglesa insistieron en lograr la bula para que no hubiera ningún resquicio sobre la validez de ese matrimonio, lo cual tendrá un peso más adelante.


Enrique VIII por Hans Holbein el joven.
La bula se logró, presión de Isabel de Castilla mediante, tan sólo 14 meses después de la muerte de Arturo, y Catalina quedó comprometida con Enrique Tudor. Sin embargo el padre de éste, Enrique VII, en 1505 perdió el interés por la alianza, y se desentendió del asunto, haciendo declarar al príncipe de Gales que el asunto del compromiso lo había organizado él. Así no fue hasta 1509, tras fallecer el padre y ser coronado él como nuevo rey, a nombre de Enrique VIII que el matrimonio pudo, por fin, realizarse. 

Su padre se había alzado con el trono por derecho de conquista, ya que había vencido al ejército del último Plantagenet, Ricardo III. Eso hacía que hubiera una cierta urgencia en que Catalina le diera un hijo varón, ya que el pueblo inglés no aceptaba muy alegremente que una hija pasara al trono, y Enrique necesitaba aposentar su apellido en el trono inglés. Catalina quedó embarazada rápidamente, pero abortó. Luego dio a luz a un niño el 1 de enero de 1511, pero solo vivió hasta febrero del mismo año. En 1516, el mismo año que moría su padre, Fernando el Católico, ella dio a Enrique una niña, lo que devolvió las esperanzas de que pudiera darle un hijo varón, pese a los fracasados embarazos iniciales. No obstante, de los seis hijos que llegaron a engendrar, sólo una, María I futura reina de Inglaterra, sobrevivió a los primeros meses de vida, y eso complicó considerablemente las cosas.


Catalina de Aragón por Michael Sittow
Catalina fue una mujer admirable en todos los sentidos. Se convirtió en la primera mujer embajadora de la historia europea, en el espacio entre sus dos matrimonios. Fue mecenas del humanismo, e íntima amiga de Tomás Moro y Erasmo de Rotterdam, quien alabó en numerosas ocasiones su inteligencia. Encargó a Juan Luis Vives un polémico libro en el que se defendía el derecho a la educación de las mujeres, y hasta su enemigo Thomas Cromwell declaró que de no ser por su sexo, podría haber desafiado a todos los héroes de la historia. Realizó amplios programas para socorrer a los pobres, y gozó de una importante popularidad entre sus súbditos.

Por su parte, fue Enrique VIII un rey extraordinariamente culto y hábil -más allá de los escándalos de sus últimos años de reinado-, y encontró en Catalina una mujer de inteligencia y formación admirables, en quien pudo delegar parte del peso de su gobierno. Incluso llegó a ser Regente del Reino, teniendo un papel importante en algunas de las victorias de su marido en Europa. Sin embargo, las preocupaciones dinásticas del rey planearon siempre sobre su matrimonio, y aunque el rey dejó a su hija María I como heredera presunta, eso suponía un gran problema, pues no se había dado el caso de una mujer que accediera directamente al trono. Mientras, Enrique siguió pretendiendo en otros brazos el ansiado hijo varón, a la par que pretendió anular el matrimonio con Catalina, alegando que nunca fue válido, pues había sido la esposa de su hermano. Enrique intentó que el Papa Clemente VII anulara el matrimonio, mas el pontífice no encontró motivos para ello, así que Enrique, -con dos cojones-, que había sido hombre profundamente católico y defensor de la fe, directamente desafió la autoridad Papal, declaró disuelto el matrimonio, se volvió a casar con su amante Ana Bolena -dado que ésta se hallaba embarazada- y nunca reconoció en Catalina más que el estatus de princesa viuda. La joven se defendió con uñas y dientes, e incluso cuando su marido se hallaba encaprichado de su nuevo amor, Catalina siempre hubo de considerarse Reina de Inglaterra, jamás reconoció en su marido una nueva cabeza de la Iglesia y además gozó de la simpatía de una parte importante del pueblo, que nunca dejaron de tenerla como su legítima señora. Pese a todo fue desterrada por su marido fuera de la corte, al castillo de Kimbolton, donde languideció en forzada soledad hasta su muerte en 1536. No se le concedieron en el funeral los honores de Reina sino de princesa -aunque en su sepulcro hoy en día sí se la reconoce como tal-. Sin embargo, su fallecimiento sí desencadenó un largo periodo de intenso luto en el pueblo inglés, dada la estima que le tenían.

La ruptura de Enrique con la Iglesia, por tan, digamos, mundana conveniencia, supuso que él mismo se autodeclarara cabeza de la nueva fe tras decretar el Acta de supremacía en 1534, aunque se opuso, sin embargo, a la reforma de la Iglesia de Inglaterra, así que  no se realizó ninguna modificación doctrinal o litúrgica sustantiva bajo su gobierno, sólo se prohibió a obispos y sacerdotes ingleses tener relación con la Curia Romana y se expropiaron los bienes excedentes de la Iglesia católica en beneficio de la Corona Real -parece que esto era una motivación de lo más frecuente en aquella época-. Quedaba creada la iglesia anglicana.

Finalmente, con todas sus esposas y sus artimañas, Enrique VIII no encontró el varón que tanto buscó, pues su hijo Eduardo VI murió con 15 años, dejando como sucesora a Jean Gray, que reinó sólo diez días; y finalmente fue su hija María I quien acabó accediendo al trono, y restaurando la fe católica,  pero murió a los 42 años sin hijos, heredando el trono su media hermana Isabel I -esa zorra bermeja, como una vez la denominó Pérez-Reverte-, que acabó devolviendo el poder a la Iglesia que fundó su padre. Y el resto es historia.



Conclusión

Con todo este -en contra de lo que pueda parecer, breve repaso a la convulsa situación europea de los siglos XV y XVI, puede que hayamos ganado la suficiente perspectiva como para comenzar a entender el  momento del origen y las diversas variantes en los diferentes países de esa Leyenda Negra que estaba a punto de nacer, cuyas raíces son más complicadas de lo que se pueda ver a simple vista, y cuyas ramas aún siguen creciendo a día de hoy, cinco siglos más tarde. En el próximo capítulo explicaremos cómo nace y con que fin, prestando especial atención a algunas de las mentiras más significativas y recurrentes que sobre la cultura española se hacen. Espero que nos acompañen en el próximo artículo.


Igor Yglesias-Palomar







Notas



1 Cristóbal Colón es, en sí mismo, un buen exponente de lo que viene tratando este artículo. Existe una disputa sobre el orgien de este notable hombre, que a día de hoy, sigue sin resolverse satisfactoriamiente, al menos de un modo inequívoco. Hay buenas razones para ello: por una parte parece que hubo, tanto por parte del susodicho como de su hijo, un activo intento de mantener oscuros sus orígenes, y se carece de documentos definitivos sobre ello. Ese deseo puede estar debido a múltiples causas, por una parte, como algunos reclaman, a un posible conflicto de sangre, por ser de origen sefardí, o por las disputas en los últimos años de su vida con el reino de Castilla, los llamados Pleitos Colombinos, de tal modo que le interesara hacerse pasar por ciudadano extranjero. Por otra, la mayor parte de los argumentos que se utilizan para intentan justificar su procedencia se encuentran en los escritos de ambos padre e hijo. Actualmente existe un consenso general de que fue ciudadano genovés -lo cual significaría que pretendía hacer la competencia a su propia nación-, porque la ciudad de Génova presentó por los años 30 del siglo XX unos documentos -al parecer fidedignos- que lo confirmaban, amén de algunas frases en los escritos tanto suyos como de su hijo, aunque todas ellas discutidas debido a esos esfuerzos oscurantistas ya mencionados.

Sin embargo Colón escribía en castellano, no en italiano, y cuando lo hizo fue poco -apenas notas al margen- y con mala gramática-; sumado a que  su latín es de influencia española, no italiana. Su castellano es fluido, aunque no perfecto y con evidentes  giros que algunos dicen catalanes -de ahí el argumento nacionalista catalán que pelea por su origen, aunque sin aportar ni un sólo documento que lo justifique-, y otros, como Menéndez Pidal, consideran lusismos, que también da alas a la teoría portuguesa sobre su origen como tal.  Otras naciones como Inglaterra -cómo no-, Grecia, Croacia y hasta Noruega pelean por su nacimiento, aunque generalmente, se da como buena la teoría genovesa.

No obstante, sin haberse aún mostrado un punto final a este asunto, y con argumentos casi tan poderosos como para considerar un origen íbero como los de su ascendencia genovesa, en el mundo se ha trabajado mucho -sobre todo en el continente americano- para subrayar su origen italiano, negando toda posibilidad de que fuera español, y  procurando sacar a España de la ecuaciónobviamente en un intento de minimizar el esfuerzo y la empresa española en el descubrimiento y exploración de América, y dejando el rol español sólo para los aspectos negativos del hecho histórico. En la estación de metro de Colón, en Madrid, hay unos carteles en los pasillos, en los que, para mi sorpresa, no se deja el más mínimo resquicio a su origen italiano, lo que me resulta sorprendente en extremo. Seguramente si el gobierno español gastara la mitad que la Generalidad de Cataluña en intentar demostrar que era catalán, en buscar pruebas de un posible origen español, se habría esclarecido el asunto, para bien o para mal, hace tiempo.

Caso parecido al de Colón es el de otra de nuestras grandes empresas en la Historia. No he conocido a nadie en ningún país por donde he pasado, que supiera quién era Juan Sebastián Elcano. Nadie jamás osaría quitar a Magallanes del lugar donde está por derecho propio, pero no deja de ser cierto que Magallanes jamás dio la vuelta al mundo -de hecho murió a mitad de recorrido, en Filipinas-, y la persona que sí lo hizo fue Elcano. Por si alguien duda de su mérito, para lograrlo, llevó a su maltrecha tripulación al viaje sin escalas más largo de la historia, cruzando el índico y el atlántico de sur a norte de una tacada. La navegación más larga hasta la fecha había sido de cien días, y la hicieron ellos mismos, con Magallanes aún vivo para cruzar el Pacífico. Elcano y sus hombres, a continuación realizaron una de, nada menos, que siete meses (¡7!) sin una sola escala para reabastecerse o aguar, con la mitad de la flota portuguesa buscando su buque para hundirlo, pasando muchas más penurias y calamidades de las que ninguno de nosotros hoy en día podamos imaginar. Desde las famosas Molucas hasta las islas de Cabo Verde, doblando el cabo de Buena Esperanza y al fondo a la derecha. Total nada. Por ello recibió del emperador Carlos I el escudo de armas del globo terráqueo con la frase primus cercundedisti me -El primero que me circunnavegó-. Sin demérito al enorme Magallanes, resulta, otra vez, dolorosamente familiar que el nombre de Elcano, verdadero primer navegante mundial, se haya borrado de la memoria global, dado, una vez más, a que se pretende anular nuestro rol en el mundo, y el primero era Portugués, y éste español; y obviándose, una vez más, que la empresa, el dinero, el esfuerzo, el valor, y los hombres que murieron fueron españoles. Y todo a pesar de los portugueses, que hicieron todo lo que estuvo en sus manos por hacer fracasar la expedición.


2 En España, sin embargo, a día de hoy seguimos convencidos de que nuestra capacidad de navegación ha sido mediocre. Aún recuerdo, hace unos años, hablando con un compañero profesor, aficionado a los barcos que me soltó la perla de que había que reconocer que los que sabían de barcos y de navegar, eran los ingleses. Esto es un pensamiento muy común en este país, que probablemente proviene de la combinación de tres elementos distintos: 1ª, que es cierto que los ingleses son una nación muy marinera, que hubo un momento en que dominó los mares -mucho después que nosotros- y han dispuesto durante siglos de la mayor flota naval del mundo. Vamos, no hablamos de Suiza. 2ª, la propia leyenda negra, promovida principalmente por ellos, que incluye, entre otras, las grandes mentiras de que nos dieron sopas con hondas con la armada invencible, porque eran mejores marinos y disponían de mejores barcos, y la ocultación sistemática de todo papel español naval, siempre anteponiendo a sus camaradas holandeses y portugueses, y viniendo a decir, en el caso de estos últimos, que lo poco que hemos hecho ha sido gracias a ellos; y 3ª a la propia obsesión inglesa de exagerar hasta lo ridículo sus propios hechos, lo que les ha llevado, por ejemplo, a ocultar toda la exploración española del pacífico sur, como el descubrimiento de Australia y Nueva Zelanda a manos de Juan Fernández y darle ese mérito, entre otros a su capitán James Cook, que puso nombre inglés a todas las islas que ya tenían nombre español, y a declararse descubridor de las mismas. Es, así mismo, muy interesante lo que se cuenta en este artículo. Como ya mencioné en el mío sobre Blas de Lezo, hay una larga tradición inglesa de apropiarse de hechos navales españoles y mentir sobre los propios.



3  Lutero sintió una evidente enemistad por España, a pesar de que el país todavía no era la potencia militar y cultural que llegaría a ser más tarde, y su pensamiento tuvo una influencia posterior indudable. Para Lutero, los españoles eran ladrones, falsos, orgullosos y lujuriosos. Esta desconfianza puede tener varios orígenes, de entre los que Arnoldsson destaca:
  • la identificación de Italia, España y el papismo, con lo que los españoles quedaron caracterizados como crueles, rapaces, inmorales y falsos;
  • su antisemitismo, ya que consideraba a los españoles descendientes de los judíos,
  • su temor a una invasión española y turca, pueblos que consideraba próximos.

En 1566 se publicaron las conversaciones de Lutero, en las que daba su conocida opinión sobre los españoles. Sin embargo, no sería hasta la Guerra de Esmalcalda cuando se propagarían estas opiniones entre el pueblo germano. La propaganda de guerra de la Liga de Esmalcalda era muy nacionalista e identificaba a su enemigo, el emperador Carlos V, con los extranjeros, con Roma, el Catolicismo, el papa y España, a pesar de que entre los partidarios de Carlos V también había alemanes y protestantes: no querían ser «gobernados por españoles». Comienza la imagen del rey de España como adalid del Catolicismo, en parte promovida por la propia corona, pero sobre todo contribuyeron a ese odio las tropelías de las tropas de Carlos V, compuestas por españoles, italianos y alemanes.

Hacia finales del siglo XVI se introduce en la Leyenda negra un cierto tinte racista bajo la influencia de panfletos franceses y neerlandeses: la importante proporción de judíos conversos y moros entre las tropas, su aspecto moreno y la estatura serán anatemizados por los intelectuales alemanes.


4 La batalla de Mühlberg es otra de esas muchas batallas caídas en el olvido, y más conocida por el cuadro de Tiziano, sito en el museo del Prado de Madrid, que por el mismo conflicto. Carlos V se presentó con un ejército imponente, formado, como era propio de esas épocas, por soldados de distintas nacionalidades -italianos, suizos, belgas-, pero siempre teniendo como núcleo duro los famosos tercios españoles, de los que él mismo era rey. Frente a él la liga Esmalcalda tenía un ejército ni un punto menos imponente, y los dos se encontraron a ambas orillas del río Elba. Los protestantes habían volado dos puentes, y se consideraban a salvo por lo caudaloso y frío del río. Eso, sin embargo, no impidió que la noche del 24 abril, un español se descamisó, cogió la espada entre los dientes y se dispuso a cruzarlo a nado. A él le siguieron otros dos, y a estos otros siete. El pequeño grupo logró eliminar a los vigías al llegar a la otra orilla y crear una cabeza de playa desde la que lograron montar unos pontones rudimentarios que permitieron cruzar unos pocos caballos y más hombres, que atacaron el campamento protestante en mitad de la noche e hicieron enorme daño, desbaratando todo el ejército enemigo. El saldo de víctimas de ambos bandos, fue de 8000 alemanes frente a poco más de 100 españoles.

 

3 comentarios:

  1. Excelente, amplio y profundo trabajo. Deseando leer la continuación.

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  2. Buenísimo, completo, profundo y tremendo trabajo. Visito Japón este año y me paré a releer los 3 artículos escritos sobre el imperio del sol naciente.

    Me he encontrado con este pedazo de articulo y no puedo sino aplaudir y animar a que continúes con la segunda parte.

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    1. Muchas gracias por lo que dices y por detenerte a comentar! La segunda parte está casi terminada; el problema es que estoy leyendo nuevas fuentes de información con cosas muy interesantes, y quiero añadirlas cuando finalice. Un saludo!!

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