En la primavera del año 2001, me encontraba en Madrid, apenas un par de meses antes de comenzar el que sería el gran viaje de mi vida. Rompía con todo y me marchaba a triunfar a Japón, ante la incredulidad de la mayoría, la sorpresa de algunos, y la oposición de unos pocos. Contaba yo, a la sazón, 26 años y me encontraba pletórico de energía, ilusión y fuerza para acometer tal empresa.
Apenas dos años antes, por razones demasiado largas como para explicar en este blog, había decidido marcharme para allá, y durante todo ese tiempo tuve que enfrentarme al hecho de que absolutamente nadie a quien yo conociera creyó que fuera capaz de lograrlo. Durante todos esos meses mis días se dedicaron a satisfacer cinco puntos, cuatro de los cuales fueron logrados, y equivocándome plenamente al no alcanzar el último:
- Conseguir dinero para marcharme
- Cumplimentar un portfolio que me permitiera alcanzar mi sueño de convertirme allí en dibujante.
- Aprender todo lo que pudiera sobre el país antes de irme para allá.
- Conseguir conocer gente nativa que viviera allí para no estar totalmente solo en país extraño.
- Aprender japonés.
Para lograr la pecunia, busqué la mejor proporción que pudiera encontrar entre dinero ganado/ hora empleada, y fue cuando me puse por primera vez delante de una clase y me convertí en profesor (eran otros tiempos, y aún salía rentable). Cuando no trabajaba, me encontraba dibujando, y durante ese tiempo hice unos 20-30 dibujos de la máxima calidad que yo podía dar en aquel momento y, sobre todo, con el tiempo que podía dedicarle. Mis pocos ratos de ocio se dividían entre leer virtualmente todo lo que cayera en mis manos sobre el país, y conocer gente a través de una web de contactos por correspondencia, donde entablé amistad con algunas personas importantes en mi vida. Estudiar japonés es lo que no logré, no por falta de voluntad, sino por las dificultades intrínsecas a encontrar sitios donde hacerlo. Aún no estaba tan de moda y, básicamente, o intentabas entrar en la escuela oficial de idiomas, lo que era imposible, o lo estudiabas como segunda lengua en la universidad (sólo la Autónoma de Madrid), o pagabas a un profesor privado, lo que era indeciblemente caro. Además, yo, por aquellos entonces, y como la mayoría de la gente, me equivocaba al pensar que en Japón todo el mundo habla inglés. La verdad no podía ser más diametralmente opuesta.
Finalmente, en esa primavera ya todo estaba a punto para marcharme, y fue un momento muy especial de mi vida. Sobre todo cuando, al fin, compré el billete (para el 6 de Agosto del 2001, 56º aniversario de la bomba atómica de Hiroshima). Quería irme antes, en Julio, pero preferí esperar al nacimiento de mi primera sobrina, Lydia, que acaba de cumplir 11 añazos ya. Agosto sería, pues.
Fue en esa primavera, también, cuando conocí a Suo, una de las mujeres más bellas y despiadadas con las que he tenido el placer/infortunio de toparme. Y para ella, en el mes de las flores, que era su cumpleaños, en plena ensoñación nipona en la que me hallaba inmerso, como regalo, adquirí un doble CD en el Corte Inglés. Por supuesto, era Madama Butterfly, del genial Puccini, en su versión de EMI records, 1960, dirigida por Gabriele Santini e interpretada por Victoria de los Ángeles, Jussi Björling, Mario Sereni y el coro y orquesta de la Ópera de Roma.
De Madama Butterfly, en aquel momento, sólo conocía yo dos cosas. El aria Un bel di videremo y que estaba ambientada en Japón. Y, la verdad, no necesitaba mucho más, pues me vi haciendo las funciones de padre comprándole un Ibertren a su retoño por navidades sólo porque le gusta a él, no al hijo. Dicho de otra manera, me lo compré a ella. Ni que decir tiene que la ilusión que ella le puso al regalo fue meramente anecdótica, mientras que yo comencé una relación de amor con esa ópera que me durará toda la vida.
Portada del disco en cuestión.
Recuerdo estar tumbado perezosamente, en esas noches primaverales que se iban acortando, envuelto en la oscuridad, con la mirada perdida en el techo apenas visible. Recuerdo los segundos previos de silencio hasta que, de repente, comenzaba el ataque a las cuerdas de la introducción en el primer tema E soffito... e pareti (y techo... y paredes), ínfimamente reproducido por un triste radiocassete con CD. Todo eso caló tan profundamente en mí, que es imposible, más de diez años más tarde, oír esas notas y no verme transportado inmediatamente a esa época, repleta de sensaciones, de olores, colores y excitación ante la vida que se abría ante mí. Madama Butterfly se convirtió, sin quererlo, pero sin demasiada dificultad, en el símbolo, en el emblema de ese tiempo, de lo que Japón significaba para mí, del esfuerzo a punto de culminarse, de la mezcla de excitación y de miedo. Esa ópera representaba todo aquello que me gustaba de ese país, todo lo que me inspiraba, todo por lo que me quería ir y deseaba vivir.
(Aquí tenéis toda la ópera en la misma grabación, si pincháis el icono y accedéis a youtube, siguiendo los números. Libreto: http://www.kareol.info/obras/madamabuterfly/acto1.htm )
Japón era... un cúmulo de ideas, de referencias, de conceptos muy diferentes, y, en ocasiones, hasta enfrentados entre sí. Igual que lo que luego resultó ser. Igual que aún es en mi mente, mucho más conocedora del país y su cultura que en aquellos entonces. Sí, había tecnología... había Ghost in the Shell, Lain, Akira (que había conseguido terminar de leer 10 años después de haber visto el primer número impreso en España), había eso, y cómic, y varias otras cosas. Pero no eran lo que predominaba en mí, al contrario que en otra mucha gente. También era el karate de mi juventud, el olor del gimnasio, la disciplina que transparentaba cierta filosofía que había llegado a empezar a comprender. También era la katana, el samurái. El shoji de papel, el tatami. Era el Japón heroico y galante, de Gómez Carrillo; Las Japonerías de Otoño, de Pierre Loti; era el tradicional Los cuarenta y siete samuráis, las Memorias de una Geisha de Golden; Shogún de Clavell. Pero sobre todo, Japón eran los ojos rasgados de una hermosa mujer. Era el misterio de su mirada y su leve sonrisa.
Y todo eso se encontraba en esa ópera. Yo ya era un gran seguidor de Puccini, y algunas de sus arias se encontraban entre mis piezas favoritas de la música clásica. Sin embargo descubrí mucho más a través de esta obra. Matices, elementos que llegaban, quizás no porque estuvieran presentes en ella y en otras de sus obras no, sino porque yo estaba determinado a encontrarlos. Quizás porque prestaba más atención, quizás porque estaba sugestionado a sentirlos. Qué más da.
Ahí estaba Pinkerton, recién llegado a Nagasaki en su USS Lincoln, destinado a prestar servicio por un tiempo allí. Me lo imaginaba plantado en mitad de la casa, con su flamante uniforme blanco, mientras Goro le enseñaba las estancias y los detalles de la residencia que había adquirido, así como le presentaba a sus nuevos sirvientes. El tono de la música era jovial, como el que debía sentir el oficial americano, recién llegado allí, sintiéndose poderoso en todos los sentidos entre esas gentes, habiendo comprado una buena casa y arreglado un matrimonio con una hermosa joven local. Y tal unión iba a celebrarse inmediatamente, en cuanto llegara la novia y la lista de invitados oficiales que el casamentero le relataba.
Entonces llega el primero, Sharpless, el cónsul americano, con su poderosa voz de barítono, jadeando por la subida de la colina donde estaba sita la casa, desde la que se podía contemplar toda la ciudad bajo ella. Pinkerton le ofrece whisky y charlan animosamente de las ventajas con las que había adquirido la finca, suya por 999 años, con la posibilidad de eximirse del contrato cada mes. De repente los acordes del himno americano me sorprendían, mientras Pinkerton, en Dovunque al mondo, relataba las virtudes de la vida del aventurero yankee, que va donde el viento le lleva y toma las cosas que quiere. Así, explicaba, el vagabundo americano disfrutaba de la vida y hacía lo que la inspiración le sugería, y por eso se había buscando una novia japonesa, para casarse por 999 años... con la posibilidad de eximirse del contrato cada mes. Sharpless le replicaba que era un modo de vivir muy fácil, pero triste en el fondo... y una vez más, los acordes del himno nacional sonaban mientras Pinkerton proponía un brindis por América. Estaba claro que Puccini estaba dejando muy bien descrito al personaje masculino principal.
Jussi Björling y Mario Sereni como Pinkerton y Sharpless.
Cien yenes le había costado su esposa al oficial yankee. ¡Una ganga! Sin embargo, sus aparentes nervios hacen que Sharpless le pregunte si estaba enamorado, a lo que el marinero viene a responder que, más que enamorado, encaprichado. Describe entonces a su novia, CioCio san (mariposa, en japonés), como alguien tan delicado y exquisito que parecía sacada de las figuras de un biombo lacado, como los de allí. Sharpless confirma que, aunque no la había visto, oyó su voz en el consulado, y le pareció que tan hermosa voz sólo debía proferir sonidos movidos por el amor, y nunca por el daño. Pinkerton deja claro que tendrá a su mariposa incluso si tiene que cortarle las alas, aunque sólo mientras esté allí, porque luego pretende buscar en su país a una esposa de verdad.
Y entonces, como surgiendo de entre una bruma musical, poco a poco va apareciendo la novia, mientras sube la colina, rodeada de sus amigas, mientras cantan al amor, a la primavera, a las flores que hay en la casa y al mar que allí se ve. Victoria de los Ángeles, la soprano que la interpreta, consigue, en unas pocas notas, mostrar toda la delicadeza y la exquisitez de la que nos han venido hablando los dos hombres. Es un pasaje mágico, coral, y su entrada en escena, con sus kimonos, sus sombrillas, su vestido nupcial, hacen que inmediatamente toda la atención caiga sobre ella, y que enamorarse de su voz, de su figura, sea algo imposible de evitar.
Las presentaciones se hacen. Butterfly responde a Sharpless sus preguntas. Viene de una familia honorable caída en desgracia. Para sobrevivir tuvo que convertirse en geisha. Sus años, quince, recién cumplidos. Su madre, una noble dama, pero pobre. Su padre, respondido con sequedad, muerto. Llega el resto de los invitados, unos critican y otros admiran a Pinkerton, mientras hacen lo mismo con ella. El americano se burla de su nueva familia de alquiler, mientras Sharpless, emocionado por la belleza y la gracia de la joven advierte al excitado oficial: ¡Cuidado! ¡Ella sí cree...!
¡Oh, amigo afortunado!
Oh le ha tocado en suerte...
...una flor recién abierta!
No he visto jamás una criatura...
... tan hermosa como Butterfly.
Y si para usted son una burla
el contrato y su felicidad...
...¡tenga cuidado! Ella cree en ellos.
Arrobada con el amor que siente por Pinkerton, Butterfly le confiesa en privado que marchó el día anterior a la misión cristiana, en secreto, para convertirse a la religión de su marido, pues ése considera es su destino. La boda se celebra, y son declarados oficialmente marido y mujer por la autoridad japonesa, que, tras el acto, abandonan el lugar, seguidos por Sharpless, quien antes de marcharse, aconseja prudencia al marino.
Ya son esposos. Todos levantan sus copas y brindan por la prosperidad de la pareja. Cuando, de repente, una oscura y terrible voz aparece. Es el tío Bonzo de CioCio san, el monje, que aparece en la boda anunciando que se ha enterado de que ella ha renegado de sus dioses para adoptar al dios cristiano, y por tanto de sus raíces y sus antepasados. Todos los familiares y amigos se indignan, y anuncian, a una aterrorizada Butterfly, que si ha renegado de ellos, ellos también lo hacen de ella. Pinkerton, dueño del lugar y, como occidental, al margen de sus supersticiones, irrumpe con furia en defensa de su esposa, expulsando de su casa al Bonzo, que se marcha seguido de todos los invitados y familiares, abandonando a la pareja.
Cae la noche. La horda se marcha gritando en lontananza, mientras la pobre Butterfly queda llorando al saberse abandonada por todos. Pinkerton intenta consolarla diciendo que ni toda su gente, ni todo el Japón compensan una lágrima derramada por sus ojos. La joven le mira extasiada y le cree.
Madama Butterfly es una de las óperas más exitosas de todos los tiempos, y ha sido interpretada por los mejores cantantes del siglo XX (fue estrenada en 1904, aunque su versión definitiva data del 1907), especialmente por las mejores sopranos. Quizás las tres más conocidas hayan sido Renata Tebaldi, María Callas y Victoria de los Ángeles. María Callas (en mi opinión una figura muy sobrevalorada por su tormentosa vida sentimental y su imagen de diva, y a la que se le perdonaron muchas faltas que no se le hubieran perdonado a otras artistas) fallaba en su físico para interpretar a Butterfly, igual que le pasaba a Montserrat Caballé, pues su tamaño y su peso no encajaban con la frágil niña de 15 años. Callas perdió 36 kgs, para convertirse en la imagen que todos tenemos en la mente, pero eso también inició su rápido declive vocal. Sin embargo, a mi gusto, después de haber oído muchas grabaciones de ésta, de Tebaldi, Mirella Freni, Caballé, Te Kanawa, o más modernas, como la de Angela Gheorghiu (quizás la que más me llega de las mencionadas) o de la Netrebko, para mí, brilla por encima de todas, Victoria de los Ángeles. La pura dulzura de su voz, lo íntimo de su interpretación, sus perfectas pausas, ternura y dramatismo, la elevan a mis ojos como la mejor Butterfly, opinión compartida por mucha gente, aunque desgraciadamente tanta como la que se lo considera a Tebaldi o a Callas. Pero si considero a la española como la mejor CioCio san que ha habido, no puedo por menos que considerar lo mismo al Pinkerton que interpreta el sueco Jussi Björling. De una portentosa técnica vocal, una belleza al cantar y una fuerza que me recuerda a los cantantes que cantan por cojones (máximo representante, Plácido Domingo), realiza, junto a la soprano, el que se considera el mejor dueto de amor de la historia de la música clásica, de una manera inolvidable. Son quince minutos de pleno delirio. Como nota aparte, mencionar que Björling murió apenas unos meses después de esta grabación, por un infarto provocado por su destructivo alcoholismo. Por tanto, murió en pleno pico de sus facultades vocales e interpretativas.
Cantando así, no sé cómo no se violaban en el escenario...
Viene la noche, anuncia Pinkerton, y con ella su quietud y su soledad. Y mientras los criados cierran la casa, ella, ya más consolada, declara que se siente abandonada... pero feliz. Y cuando se preparan para la noche de nupcias, se empieza a marcar una tónica dominante en todo el dueto. Él está excitado, ella enamorada. Su impaciencia y deseo aumentan según observa la belleza y el candor de ella, hasta el punto en el que su excitación se torna en pasión, y como sucede en muchos casos, la pasión se convierte en una falsa sensación de amor por la otra persona. CioCio san, por el contrario, va venciendo su vergüenza y va entregándose a él progresivamente, mientras siguen jugando con la metáfora en la que ella es una mariposa real, frágil y delicada, que sabe de palabras de amor, pero que no las dice porque teme que la maten. Es el recitativo Bimba dagli occhi pieni di malìa. Ella reconoce su amor y su atracción por él desde el momento en que le vio. Por su fuerza, su altura, su risa franca, por la pasión que ve en sus ojos. Finalmente le pide en el último tercio del dueto (Vogliatemi Bene) que la quiera, pero que la ame de un modo delicado, como lo es ella;
Amadme, por favor,
aunque sea un amor pequeño,
como se ama a un niño,
como a mí me corresponde.
Amadme, por favor.
Nosotros somos gente acostumbradas a las cosas pequeñas,
humildes y silenciosas,
a una ternura sutil
pero tan profunda como el cielo,
como las olas del mar.
Él besa sus manos mientras ella le pregunta si es cierto en que en América capturan a las mariposas y las atraviesan con un alfiler para clavarlas en una tabla. Él se ríe y contesta que es cierto, pero que lo hacen para que no pueda escaparse, y que con ella no hace falta, pues su abrazo impedirá que se fugue. Eres mía. Ella se derrite: ¡Sí! ¡De por vida!. De repente se detiene, pensativa. Él ya no lo resiste más: ¡Ven! ¡Ven! ¡Sé mía! Los torrentes de voz se funden en una pasión creciente, que se desborda al final del dúo, cuando ambos se declaran su amor y su pasión... aunque... por razones distintas, eso sí...
Amadme, por favor,
aunque sea un amor pequeño,
como se ama a un niño,
como a mí me corresponde.
Amadme, por favor.
Nosotros somos gente acostumbradas a las cosas pequeñas,
humildes y silenciosas,
a una ternura sutil
pero tan profunda como el cielo,
como las olas del mar.
Él besa sus manos mientras ella le pregunta si es cierto en que en América capturan a las mariposas y las atraviesan con un alfiler para clavarlas en una tabla. Él se ríe y contesta que es cierto, pero que lo hacen para que no pueda escaparse, y que con ella no hace falta, pues su abrazo impedirá que se fugue. Eres mía. Ella se derrite: ¡Sí! ¡De por vida!. De repente se detiene, pensativa. Él ya no lo resiste más: ¡Ven! ¡Ven! ¡Sé mía! Los torrentes de voz se funden en una pasión creciente, que se desborda al final del dúo, cuando ambos se declaran su amor y su pasión... aunque... por razones distintas, eso sí...
En Enero del 2002 yo cumplía en Japón mi quinto mes de estancia, aunque mi percepción vital era la de alguien que llevaba allí media vida. Me quedé en la calle a mi tercer día de llegar, con 50kgs de equipaje y sin saber una palabra del idioma. Vagabundeaba por la ciudad, arrastrando mis maletas y sin saber a dónde dirigirme para pasar cada noche. No sabía llamar a un hotel y pedir una habitación en Japonés. Cuando aprendí a decirlo, no entendía lo que me contestaban, y cuando finalmente empecé a hacerlo, no sabía cómo llegar al sitio (lo de las direcciones en Tokyo es mucho más complicado de lo que la gente normal se creería). Algunas noches las pasé en un parque, otras, acurrucado en un MacDonald's abierto 24 horas. Otras en casas de gente que no conocía y que me ofrecían un reposo, breve, pero tan inquietante como resultaban ellos a mis ojos. Y probablemente yo a los suyos. Tardé un mes y medio en encontrar la embajada española, para que luego no me sirviera para nada cuando lo logré. En medio sucedió el 11-S, y yo apenas lograba enterarme de lo que pasaba. Y mientras mi familia me presionaba para que volviera (y eso que ellos no sabían nada), las compañías aéreas se detuvieron durante varios días, en un caos que para mí lo fue aún más por el entorno en el que me encontraba. Dibujé retratos en la calle, pagué mis impuestos a los yakuza, que cobran a todo el que vende algo en una acera. Fregué platos en restaurantes, dibujé a los comensales mientras cenaban, canté en un barco, decoré locales, enseñé español y, finalmente, me convertí en profesor de dirección de cortos de animación (cosa que nunca había hecho, dirigir uno), de creación de personajes, y de dibujo en una universidad Japonesa, sita en Higashi-Nakano, en Tokyo. Logré finalmente tener una casa, en el fabuloso barrio de Takadanobaba, junto a la universidad de Waseda, que se convirtió en mi pequeño (y carísimo) imperio de 27 m2, en el que no tenía ni nevera, ni cocina, ni más muebles que una mesa donde había un ordenador, y una silla plegable. Dormía en el suelo, como es costumbre allí, me pelaba de frío porque no sabía conectar la calefacción y... era feliz.
Pero en todo ese progreso vital, en toda esa lucha, en todas las ocasiones en las que me había planteado volver (rompí mi billete de vuelta a España después de vivir mi primer terremoto en Kyoto para no darme excusas para no seguir intentándolo), en toda esa incertidumbre, en toda esa, desesperada en muchos momentos, pero fascinante vida, fui perdiendo poco a poco las razones por las que estaba allí. Mi motor, mi motivación por la que atravesaba todo eso; por la que había abandonado un buen trabajo en España y a mis amigos y familia para irme al otro lado del planeta, habían desaparecido. Una fría noche de invierno, sentado en esa incómoda silla plegable de madera, me di cuenta de que no recordaba por qué estaba allí. Y entonces, en ese momento, me vino a la cabeza esa época, en una vida anterior, apenas nueve meses antes, cuando oía Madama Butterfly. Y me sorprendí por todo el tiempo que llevaba sin escucharla, y por lo aparcada que había quedado en mi cabeza.
Entonces no había Youtube, Napster acababa de cerrar, no había mula... bajarse una canción era mucho más complicado que ahora. Además, mi conexión, una RDSI era poco mejor que un simple módem telefónico, y me costó muchas horas de espera y lucha lograr bajarme el lema de esa ópera. El aria Un bel di Vedremo.
Entonces no había Youtube, Napster acababa de cerrar, no había mula... bajarse una canción era mucho más complicado que ahora. Además, mi conexión, una RDSI era poco mejor que un simple módem telefónico, y me costó muchas horas de espera y lucha lograr bajarme el lema de esa ópera. El aria Un bel di Vedremo.
Comenzaba el segundo acto, tras el cierre apoteósico del dueto de amor en el primero. Tres años habían pasado, y tanto Butterfly como su fiel Suzuki, se encontraban sufriendo serios problemas económicos. Todos intentan que CioCio san se convenza de que Pinkerton la ha abandonado. Marchó al poco de casarse para los Estados Unidos y no han vuelto a saber de él desde entonces. Pero Butterfly no se resigna. Ella día tras día le sigue esperando. En un determinado momento, explica a Suzuki lo que pasará. Un bello día verán...
elevarse un hilo de humo,
sobre el extremo confín del mar,
Y entonces, la nave aparecerá.
Luego la blanca nave entra en el puerto.
Retumba su saludo.
¿Ves? ¡Ha venido!
Yo no voy a su encuentro, no.
Yo permanezco en la cima de la colina...
Y espero.... y espero largo tiempo.
Pero no me pesa la larga espera.
Y saliendo de la populosa ciudad, un hombre,
Un pequeño punto en la distancia,
Sube la colina.
¿Quién será? ¿Quién será?
Y cuando haya llegado a lo más alto...
¿Qué dirá? ¿Qué dirá?
Gritará “Butterfly” desde la distancia.
Yo no daré respuesta.
Me aguantaré disimulando en silencio.
Un poco para atormentarle... y un poco...
¡Por no morir en el primer encuentro!
Y entonces él, un poco turbado
Me dirá, me dirá
¡Pequeña vida mía, de aroma de verbena!
El nombre que solía darme cuando llegaba.
Todo esto ocurrirá. Te lo prometo.
Pierde esos vanos temores, porque él volverá.
Lo sé.
Sharpless se acerca a la casa, para encontrarse una discusión porque Goro, el casamentero intenta casar otra vez a Butterfly con un rico comerciante llamado Yamadori. Ella se enoja y grita que ya tiene marido pero ve que nadie cree que él vaya a volver. Sharpless le confiesa que ha recibido carta de Pinkerton. Ella, interrumpiéndole, le pregunta si su estado de salud es bueno, y cuándo hacen los petirrojos su nido en USA, porque su marido le prometió volver cuando lo hicieran, y a pesar de que en Japón ya han anidado tres veces, ella está convencida de que en América debe ser distinto, porque él lo prometió. Sharpless, le confiesa que Pinkerton, efectivamente vuelve a Japón... pero no con ella. Compadecido por su reacción, le sugiere que quizás debería casarse con Yamadori. Ella, incrédula de que precisamente él le recomiende eso, le echa, pero luego se arrepiente. Finalmente, en un momento intenso, aparece con el hijo de ambos en brazos. El hijo que Pinkerton no sabe que tuvieron.
Cartel original de la ópera, de estilo modernista.
Exquisita combinación
de colores y captación de la esencia de la ópera al representarla
sentada, mirando a los petirrojos creando su nido...
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En una espiral de emotividad ella pide a Sharpless que le escriba a Pinkerton, que le diga que su hijo está esperándole. Y continúa, con un dramatismo que me deja sin palabras, hablando con su hijo, diciéndole que si su padre no le quiere, ella podrá cogerle en brazos, aunque sea para pedir en la calle, esperando la ayuda de desconocidos. O peor: la geisha volverá a cantar y a bailar por él. Pero ella misma se detiene. No, antes la muerte que volver al deshonor.
Que tu madre tendrá que cogerte en brazos
y correr a la ciudad bajo la lluvia y el viento
para ganar tu pan y tu ropa.
Y a la gente sin piedad le extenderá la mano,
gritando: escuchen, escuchen mi triste canción.
Hacedle caridad a una madre infeliz ¡tened piedad de ella!
(se levanta; el niño permanece en su almohadón jugando con un muñeco.)
¡Y Butterfly, terrible destino, bailará para ti!
Y como ya lo hizo antaño...
(Levanta de nuevo al niño y con las manos levantadas lo hace implorar)
¡la geisha cantará!
Y la canción festiva y alegre acabará en un sollozo.
(Arrodillándose ante Sharpless.)
¡Ah, no, eso jamás!
¡Ese oficio conduce al deshonor!
¡Antes muerta, muerta!
¡Nunca más danzar!
Antes pondré fin a mi vida.
¡Ah, muerta!
El cónsul apenas puede controlar su emoción. Mira al niño y le promete que su padre lo sabrá. Luego le pregunta su nombre. La madre le responde diciéndole. "Dolor". Pero cuando su padre vuelva, entonces se llamará "Alegría", ¡Alegría!. Sharpless marcha, y Butterfly pelea con Goro, que va diciendo que ese hijo está maldito y que su padre no lo reconoce. Loca de ira coge el cuchillo con el que el emperador obligó a su padre a matarse y le persigue, hasta que todos se quedan petrificados con un cañonazo. Suzuki, paralizada, apenas puede decir... ¡Una nave en el puerto! Toda la orquesta retoma el tema musical de Un bel di Vedremo, porque todo está sucediendo como Butterfly pronosticó, creciendo de un modo triunfal. Ella tenía razón y los demás estaban equivocados.
Lo que sucede a continuación, no lo voy a desvelar. Si tras todo este post alguien no siente la necesidad, la curiosidad, o, simplemente, el disfrute de seguir oyéndolo y leyéndolo por su cuenta, que yo lo continúe o no, no va a cambiar ese hecho. Si por el contrario he conseguido transmitir un mínimo de gusto por esta hermosa ópera, no quiero robar la emoción de descubrir lo que sucede después en la obra al que desee seguir escuchándola.
Baste decir que, finalmente, tras varias horas, logré bajarme la bellísima aria en aquel pequeño apartamento, en aquella fría noche. Apagué la única luz que me iluminaba y, con lágrimas en los ojos, envuelto en la música que me rodeaba en aquella oscuridad, recordé. Todo volvió. Esa primavera, ese radiocasette en el que oía la ópera en mis primeras veces, los libros que había leído, lo que había soñado con ese país. Japón volvió a mí, pese a que yo me encontraba en mitad de él. Sentí la necesidad de escribir un poema sobre lo que estaba oyendo, así que me encontré con la difícil tarea de versificar una traducción, lo que es harto complicado. A ello, en forma de tercetos encadenados, le añadí todo lo anterior, en el que explicaba cómo se llegaba a esa canción. Y aquí, torpe e imperfecto, pero sentido y honesto al fin, está lo que escribí aquella noche en vela en Tokyo:
Un Bel Di Vedremo. (Madama Butterfly)
Ante un mar de verde intenso que se extiende
hasta besarse con un cielo infinito,
sobre aquel inmenso puerto que defiende
todo lo que a su interior se encuentra adscrito;
en la colina, una joven se sorprende
por lanzar un repentino y fuerte grito:
¿Cuándo? ¿Cuándo vendrás?- grita la hermosa,
mas por respuesta tan sólo halla el graznido
de una leve gaviota presurosa.
Ya pasada la emoción, tras un gemido,
se arregla su kimono color rosa,
y esconde su pañuelo colorido
en la manga que sus blancas manos cubre.
Recompone su tocado con destreza,
y al cerrar sus negros ojos se descubre
una lágrima que rueda con presteza.
Hincha su pecho del olor salubre
de la mar, y en su rostro la entereza
sustituye ya el momento de locura,
como un velo que a su paso no dejara
ni una muestra de dolor ni de amargura.
¡Si lo que dicen los demás ella escuchara....!
Pero no. Su diminuta figura
cada día de la tierra se separa
cuando en la soledad de la colina,
con amor infinito ella le espera
de la mañana hasta que el sol declina.
¡Si lo que los demás murmuran ella oyera...!
No le importa tan siquiera lo que opina
su criada y adorada camarera.
Su sirviente, con lágrimas contempla,
desde la puerta de su hermosa casa,
cómo, en rodillas, la figura templa
un bello samisén con que acompasa
-con su sonido que vibrando tiembla-,
las largas horas que esperando pasa.
Cada acorde que sus finas manos crean,
flotando por el aire se desciende,
a la ciudad; para que todos vean,
que Mariposa en su amor no condesciende;
que le da igual lo que todos ellos crean;
que esa viva llama de su ser la enciende
aquel hombre a quien espera con paciencia.
Una noche de Noviembre, cuando fría
a su casa regresó, con gran vehemencia
su criada, -que esperar más no podía-,
con lealtad derivada en insolencia,
osó decirla que ya nunca él volvería.
Lentamente, ChoCho san se arrodilló,
acercó sus finas manos a las brasas
que ardían a su vera y se calló.
Mi fiel Suzuki. ¿No traspasas
-cuando a dar respuesta tiempo halló-,
a entenderlo? Por entre esas casas...
Un bello día veremos a lo lejos
un gran hilo negro de humo que se eleva
desde el confín del mar; los aparejos
de una gran nave blanca que lleva
mil cañones que retumban a lo lejos
cuestionando a nuestro puerto si se aprueba
su llegada. ¿Ves?-te diré. - ¡Ha venido!
Mas no voy a su encuentro... aquí le espero...
en la cima... como siempre ha sido...
Y espero... ¡oh, Sí! ¡Largo tiempo espero!
¡Pero no me cuesta aguardar a mi marido..!
Y por fin... saliendo de la ciudad quiero
distinguir un punto que, con arrogancia,
ya sube la colina. ¿Quién será?... ¿Quién será?
Y cuando llegue a esta estancia...
...¿Qué dirá? Amiga mía... ...¿Qué dirá?
Le oiré gritar ¡Mariposa! en la distancia...
Pero mi amor… él, mi respuesta no oirá.
Me aguantaré, disimulando callada...
Un poco para atormentarle, y un poco...
¡¡Porque no halle muerta de amor a su amada!!
Cuando... ¡a sus brazos correré apasionada!
Y entonces él, de mi amor cuando esté loco,
dirá... ...me dirá: -¡mi dulce enamorada!
¡Pequeña vida mía, de aroma de verbena!-
¡¡Ese nombre con el que antes me llamaba...!!
Todo esto ocurrirá. ¡Aleja tu pena!
¡Aleja eso que te atormentaba!
Pues sé bien, amiga mía que esta escena,
Será tal y como a ti, yo hoy te contaba.
Igor Yglesias-Palomar
Cuando terminé de escribirlo, con una mezcla de satisfacción y de dolorosa conciencia de mi torpeza como poeta, salí, envuelto en una colcha, a fumarme un cigarro a la terraza de mi casa. Vivía en un decimoprimer piso, y, como estaba amaneciendo, quise ver salir el sol en el país que hace honor a ese hecho. Sin embargo mi terraza miraba hacia el oeste. Entraba en conciencia de este hecho cuando, de repente, me quedé de piedra, al ver que en la lejanía se mostraba ante mí el gran símbolo de Japón que, pese a todo, y con varios viajes entre Tokyo y Kyoto no había logrado ver nunca antes: el monte Fuji. ¡Se veía desde mi propio balcón! Es cierto que tenía que ser a esa hora, a primera del día en una clara y fría mañana de invierno, pero allí estaba, Fuji-san, con toda su magnificencia, confirmándome que gracias a él y a Puccini, aquella noche recordé por qué amaba Japón.
Por cierto, no sé qué óptica han utilizado, pero se ve muchísimo más lejano que en esta foto... ;)
Más tarde ese día fui al Tower Records una de las gigantescas tiendas de discos que se encuentran en la capital, y allí, en la planta séptima, la de música clásica, encontré y adquirí, por segunda vez, el mismo disco de Madama Butterfly, que ya nunca se separaría de mí.
Esa primavera del 2002, un año después de aquella que viví en Madrid, todas las noches paseaba por la rivera del río Kandagawa, que unía mi casa en Takadanobaba con mi universidad en Higashi-Nakano, con mi Discman, escuchando, a plena potencia, cada uno de los temas de esa ópera...mientras los rascacielos titilaban con sus luces rojas sobre mi cabeza, y las luciérnagas titilaban con sus luces verdes al rededor de mí y del río. Eso, queridos... eso es Japón.
Igor.
Dedicado a M.V.
Hace 9 meses me quedé sin entradas para verla en el teatro, con la ilusión que me hacía... por lo menos en verano me pude imaginar a Butterlfy en las colinas de Nagasaki ;-)
ResponderEliminarYo la vi en el Teatro Real, allá por el 2007. Pero cuando la tienes tan metida en la cabeza, eres excesivamente crítico. Me pareció muy digna, pero al escenógrafo lo hubiera crucificado... :S
EliminarY eso que no has contado lo de las llamadas desde París cuando te hacía gritar en el centro de Tokyo: "¡Me cago en los putos amarillos!" :-))
ResponderEliminarMagistral señor... Magistral :-))
Muchas gracias, Jota. No he contado todo eso porque no me he querido meter a contar mis andanzas en Japón en profundidad. Sólo en lo que tuvieran que ver con la historia de la puñetera ópera... :D
EliminarQuerido Igor:
ResponderEliminarEmbargada por la belleza de este post, no puedo articular palabra ni conseguir expresar adecuadamente lo que siento. No sé por qué estoy más impresionada: si por el magnífico relato de la ópera , que hace que tenga que volver a oírla, o por la descripción de tus avatares en Japón. Ambas cosas son sublimes y como tal se describe a aquello que está más allá de lo bello, que nos deja sin respiración y con el único interés de seguir comtemplándolo. Conozco museos y lugares que se precian de tener piezas valiosas y ninguna de ellas se acercaría lo más mínimo a esta grandísima obra de arte porque tú, querido amigo, eres ante todo un artista.
Querida Marisa:
EliminarGracias una vez más por tu comentario. Me temo que eres demasiado amable. Mi único talento es la capacidad de poder reconocer el talento de los demás. La ópera es una genialidad, y lo demás no deja de ser la energía que tal genialidad consigue generar en mí. Si uno tiene los ojos suficientemente abiertos, se da cuenta de que está rodeado de belleza. Lo que luego eso te afecte o inspire, depende de cada uno y de su momento.
En cualquier caso, como te he dicho varias veces, gracias por motivar de esta manera a los autores de este blog. Recuerda que en la columna de la derecha tienes un botón azul de participar en este sitio, para hacerte seguidora y que se te avise automáticamente cuando un nuevo post aparezca. Gracias por formar parte de este blog. Besazos!!