Por Igor Yglesias-Palomar.
Queridos Voynicheros,
Era hora ya de retornar a la prometida serie de épicos hijos de mala madre nacidos en éste nuestro país, tan acostumbrado a olvidar y desmerecer la sangre vertida en su defensa a lo largo de los siglos. Tras dudar mucho sobre el héroe a remarcar hoy -hay tantas bestias pardas que resulta difícil elegir-, he decidido hacerlo sobre un hombre al que -poco a poco-, los denodados esfuerzos de unos cuantos están logrando volver a ponerle en el lugar al que pertenece; lo cual parecería en extremo simple de lograr -dadas sus gestas- en cualquier lugar del mundo, salvo en éste en el que nos encontramos. Yo mismo hace unos cuantos años ni siquiera había oído una sola mención sobre él, y hoy, sin embargo, veo que su nombre comienza a salir en artículos -incluso en periódicos de tirada nacional-, grupos de facebook e incluso propuestas de documentales para los canales Odisea e Historia. Y creedme, los que no hayáis sabido de su existencia hasta ahora, que esto sigue siendo muy poco comparado con la suerte que hubiera corrido si este hombre hubiera nacido en las tierras de su principal enemigo -Inglaterra-; pues de haber sido así nos hubiéramos desayunado a menudo con numerosas películas, series y documentales sobre su heroicidad. Y sin duda más justamente que sobre otros sobre los que hay tantísimo material.
La primera vez que oí hablar de Don Blas de Lezo fue a través de una recomendación que me hizo mi amigo Carlos Isabel, gran aficionado a la historia, de que me leyera el libro El Día que España Derrotó a Inglaterra de Don Pablo Victoria, que quizás sea la persona que más haya hecho por devolver a este hombre al lugar al que pertenece por derecho propio. Recuerdo haber devorado sus páginas, que me hicieron saltar -literalmente- del asiento un día a las mil de la mañana, en el piso en el que viví un par de años en Getafe, cuando llegaba al fin del asedio de Cartagena de Indias (Colombia). Es por este hecho por el que, con justicia, se recuerda más a este fuera de serie, aunque lo cierto es que toda su vida daría material para varias novelas que harían avergonzarse a las del mismo Patrick O'Brian. Que por cierto, basó uno de sus libros, convertido luego en la excelsa Master & Commander: The far side of the World, en un hecho inusitado e irrepetido en la historia que realizó el propio Lezo: la captura del buque inglés Stanhope. Luego profundizaremos más sobre esto.
Como es habitual en este blog -y en especial en la serie de los cojonazos de leyenda-, el post va a ser bastante largo. Una vez más se debe a que la cantidad de hazañas protagonizada por este hombre daría lugar, como de hecho hace, a varios libros, pero también porque tratamos uno de los hechos históricos más desconocidos y fascinantes de la historia desde la edad media, y conviene informar bien de él. No sólo por el puro deleite que causa la aproximación al mismo, sino como ejemplo perfecto de aquello de lo que nos venimos quejando: el desconocimiento que sufrimos sobre nuestra propia historia. Además es muestra también de que los vencedores cuentan lo que les da la gana, aunque sea a la larga, y principalmente ante un pueblo que prefiere creer a sus enemigos antes que a sus propios libros. Resumiendo, espero que disfrutéis los hechos y vida de este magnífico hombre, los cuales estoy seguro que a los que nunca hayan sabido de la existencia de este señor, os harán preguntaros cómo han podido pasar desapercibidos a vuestros oídos habiendo hecho logros tan descomunales. Con ustedes, Don Blas de Lezo y Olavarrieta.
Igor Yglesias-Palomar
El azote por mar de los enemigos de España.
Los enemigos de España son tres: el turco, el hereje y el inglés.
(Dicho popular de la armada española s XVI)
Don Blas de Lezo y Olavarrieta nació en el pueblo de Pasajes (Guipúzcoa, España), el 3 de febrero de 1689, proveniente de una familia de larga tradición marinera. Y por lo que se ve, testicular. Estudió en un colegio francés, del que salió el año 1701, con la entrada del siglo. En aquel momento, debido a la ruina a la que nos había llevado una considerable lista de reyes idiotas, culminada por el mayor de todos, Carlos II, España carecía de flota armada, que, digamos, nos venía prestada por los franceses. Era el inicio de la guerra de Sucesión, tras la muerte de nuestro último amado rey de los Austrias sin descendencia alguna -demos gracias al Creador por sus pequeños favores-. Luis XIV, el rey solete, apoyaba a su nieto Felipe de Anjou, en un claro y obvio deseo de, por fin, tras siglos de palos en los hocicos, poder hincarle el diente a una España que había perdido casi todo su poder territorial en Europa, pero que seguía siendo el mayor imperio hasta la fecha, anexionándosela a los territorios franceses. Por esas mismas razones, pero contrarias, la pérfida Albión -Inglaterra para los de la LOGSE-, apoyaba al Archiduque Carlos de Austria, ya que temía el pelotazo que le iban a dar en las reales gónadas si España y Francia se hubieran convertido en un solo país. Por fortuna para nosotros, al gabacho el nieto le salió cachas y cuando se convirtió en FelipeV, le hizo un pajarito al abuelete y al padre delfín, y se quedó con España y además intentó devolverle el lustro y esplendor. En cualquier caso, y hasta que felipillo rehizo la Armada, en aquel momento la mayoría de oficiales españoles servían en buques franceses, y nuestro Lezo no fue una excepción; así que con 12 años se enroló como guardamarina al servicio del tío del futuro rey, Luis Alejandro de Borbón, conde de Tolouse.
Frente a Vélez-Málaga, en el año 1704 tiene lugar la batalla naval más importante del conflicto, cuando la armada franco-española (51 navíos de línea, 6 fragatas, 8 brulotes y 12 galeras; 3.577 cañones y 24.277 hombres) se enfrenta con la anglo-holandesa (53 navíos de línea, 6 fragatas, pataches
y brulotes con un total de 3.614 cañones y 22.543 hombres), dando como
resultado al final de la contienda numerosas bajas en ambos bandos, un resultado turbio -quizás levemente con la ventaja táctica para los aliados franco-españoles-, y ambas escuadras apuntándose la victoria. Blasillo, por lo que se ve, se destacó en aquella batalla batiéndose de un modo ejemplar, hasta que una bala de cañón le reventó la pierna izquierda, teniéndosela que amputar por debajo de la rodilla. Sobra decir que aún no existía la anestesia. Por lo que se ve, su valor durante la operación fue tan grande que resistió el escozor de que le serraran la pierna sin proferir una sola queja, lo que le valió que el cirujano declarara que nunca había visto caso igual y su caso se convirtiera en sabido por la escuadra (este hecho también es copiado por O'Brian en la anteriormente mencionada película), lo que hizo que el rey Solete en persona le concediera un ascenso a Alférez de navío y una propuesta de convertirse en el asistente de cámara de su nieto el futuro Felipe V, honor que Lezo rechazó, pues quería seguir su carrera marinera. Eso sí, cojo ya a los 15 años.
No pasa nada, porque cojo es la raíz de cojonazos, así que con 16 tomó sus dos primeros buques, que fueron llevados a Pasajes y a Bayona, tras reventar y quemar el HMS Resolution de 70 cañones. Aquí tenemos que empezar a resumir, porque sus servicios son tantos y tan arriesgados que no podemos pasarnos todo el día enumerándolos. El joven Lezo comienza a patrullar el Mediterráneo y apresa tantos barcos enemigos que se le concede un permiso especial para llevarlos a Pasajes, su ciudad natal, que cada dos por tres le veía traer nuevos buques para añadirlos a la cada vez más recuperada Armada española. En 1706 es requerido para prestar auxilio a Barcelona, que se encontraba sitiada y bloqueda en su acceso por mar por la Royal Navy. Lezo, no obstante, utiliza su brillante ingenio e inventa numerosas tretas para burlar el cerco, como echar haces de paja húmeda ardiendo a la mar para que el denso humo que éstas generaban le cubriera; o el inventarse unos proyectiles incendiarios para liársela parda a los sajones prendiéndoles los velámenes.
En 1707 se le destaca a la fortaleza de Santa Catalina de Tolón, donde toma contacto con la defensa desde tierra firme en combate contra las tropas del príncipe Eugenio de Saboya. En esta acción y tras el impacto de un cañonazo en la fortificación, una esquirla se le aloja en el ojo izquierdo que explota en el acto, perdiendo así para siempre la vista del mismo. 17 años y ya es cojo y tuerto.
Su segunda mutilación de guerra en heroico combate le vale el ascenso a Teniente de Guardacostas, y es destinado al puerto de Rochefort, donde con 20 primaveras consigue apresar once barcos británicos, el menor de 20 cañones, ya que acepta combate en cuanto tiene ocasión. Es entonces cuando realiza la asombrosa gesta contra el HMS Stanhope, navío de línea, de tres puentes, que lo triplicaba en fuerzas.
En 1707 se le destaca a la fortaleza de Santa Catalina de Tolón, donde toma contacto con la defensa desde tierra firme en combate contra las tropas del príncipe Eugenio de Saboya. En esta acción y tras el impacto de un cañonazo en la fortificación, una esquirla se le aloja en el ojo izquierdo que explota en el acto, perdiendo así para siempre la vista del mismo. 17 años y ya es cojo y tuerto.
Su segunda mutilación de guerra en heroico combate le vale el ascenso a Teniente de Guardacostas, y es destinado al puerto de Rochefort, donde con 20 primaveras consigue apresar once barcos británicos, el menor de 20 cañones, ya que acepta combate en cuanto tiene ocasión. Es entonces cuando realiza la asombrosa gesta contra el HMS Stanhope, navío de línea, de tres puentes, que lo triplicaba en fuerzas.
(cuadro: La rendición del Stanhope. Museo Naval de Madrid)
Tenemos que detenernos en este punto para entender de lo que se está diciendo, pues creo que las fantasías a las que nos tiene acostumbrado el cine no nos permiten darnos verdadera cuenta de lo que estamos hablando. En el mar, tu barco es la única isla que te mantiene vivo. No hay dónde huir ni dónde esconderse, de tal modo que cientos de personas dependen de que esa isla se mantenga a flote. Por otra parte, los navíos, especialmente en aquella época, eran complicadas máquinas que requerían de un esfuerzo conjunto de muchísimas almas para funcionar y llegar a buen puerto. La navegación, además, es un arte tan compleja que se necesitaban profundísimos y muy específicos conocimientos por parte de la oficialía para poder realizarse. Un pequeño error que desviara levemente tu ruta podía llevar a la muerte de todos. Por tanto, la marinería dependía de la oficialía para navegar el barco y ésta de la primera para gobernarlo. Toda vida a bordo de un barco era imprescindible, y no se llevaban "personas de repuesto" para sustiuir a las que cayeran en navegación o en combate. Físicamente los barcos tienen un estudio muy calculado de valores de tamaño, peso y velamen para poder resultar operativos, lo que significa que barcos más pequeños no sólo llevaban menos capacidad ofensiva, sino también de menor calibre; menos grosor en el casco, velamen y tripulación. A pesar de que nos imaginemos a los grandes navíos de línea como monstruos mucho más pesados que los más pequeños y ágiles, a menudo, con el barco a barlovento (con el viento a favor), las diferencias de área de vela hacían que los buques más grandes, más armados y fortificados, fueran además más rápidos. Por tanto, en la mar el tamaño importa, y mucho. Contra un peso pesado, ningún boxeador podía enfrentarse. Así, en las inmensidades de los mares, lo único sensato de hacer era vigilar todo lo que se pudiera en lontananza para intentar detectar al posible enemigo con la mayor antelación, para, si eras la presa, tratar de ganar la mayor ventaja posible y sobrevivir -a menudo más con la pericia de la tripulación que por ningún otro tipo de circunstancia-. Todo este panorama cambiaría mucho tiempo más tarde, cuando empezaron a equiparse a las naves con motores, pero durante siglos, sólo el esfuerzo e inteligencia podían salvar al pez chico del grande.
Es por todo esto por lo que,
hasta ese momento, jamás en la historia se había dado un caso como éste, en el
que una pequeña fragata, lejos de huir, acosara y diera caza a un navío de tres
puentes que triplicaba su armamento y tripulación. Aunque se le atacara con
todo lo que se tuviera, los cañones de menor calibre portados por los barcos
más pequeños no podían atravesar los robustos cascos de los navíos mayores
–mientras que los aciertos de estos realizaban un daño terrorífico, pues poseían mucha
mayor potencia-, y si se intentaba un abordaje, no sólo los puentes estaban a
menor altura, lo que lo dificultaba considerablemente, sino que, además, la
diferencia de hombres era abrumadora[1].
Se encuentra pues, nuestro Lezo
con el Stanhope, perteneciente a la Compañía Inglesa
de las Indias Orientales, mandado por el capitán John Combs. Consciente de la
enorme diferencia de fuerzas, evita ponerse en paralelo con él, y de esta
manera esquiva la peligrosidad de su artillería. Aprovecha la maniobrabilidad de
su buque y por pura pericia de su tripulación consigue batirle la popa en
enfilada varias veces, disparando a la cubierta y realizando estragos en su
marinería. Consigue don Blas destruir el de mesana y el mayor (mástiles trasero
y de en medio), inutilizando la nave. Una vez desarbolado y sin la posibilidad
de efectuar maniobra de evasión, se lanza al abordaje mediante garfios. "Cuando los ingleses vieron aquello, entraron
en pánico."[2]
La tripulación salta por parejas
sobre la cubierta del enemigo. Un marinero combate directamente mientras otro
(espejo), le apoya. En este desigual combate con el navío inglés, consigue
tomar la cubierta e inferiores y lo rinde. El resultado, la fragata de Lezo
sólo sufre ligeros daños en su arboladura y él mismo algunas heridas de
carácter leve de las que pronto se restituirá. Es ascendido una vez más y los
artistas pintan en sus lienzos la llegada a su natal Pasajes remolcando tan
increíble pieza. Con 20 años ya ha roto lo esperado en las reglas de combate y
escrito su propia página en la historia de la navegación mundial. Y la vida de
este hombre no acaba sino de empezar[3].
(Blas de Lezo entrando en Pasajes remolcando el navío inglés Stanhope. Museo Naval de Madrid)
La Guerra de Sucesión está
terminando. En 1712 pasa a servir a las órdenes del afamado almirante Andrés de
Pes, quien asombrado por la valía del joven Lezo, emitió varios escritos que le
aseguraron su ascenso a Capitán de Navío un año más tarde. Ya podía capitanear
uno de esos buques pesos pesados. Al
mando de uno de ellos, el Campanella
(70) participa en el asedio de Barcelona, y el 11 de Septiembre de 1714, al
acercarse con demasiado ímpetu a sus defensas, recibe un mosquetazo en el brazo
derecho, quedando la extremidad sin movilidad hasta el final de sus días. Así,
con tan sólo 25 años, el joven Blas de Lezo queda manco, cojo y tuerto, lo que
le valdrá el apelativo de Medio Hombre
–del que no gustaba nada-, entre amigos y enemigos, aunque visto lo visto de lo
que hizo, es lógico que también muchos de ellos le conocieran como Hombre y Medio. Personalmente creo que, para compensar las pérdidas de otros miembros, la naturaleza le dotó con media docena de testículos, guardados en saco escrotal de cemento.
En 1715, con el mando del Nuestra Señora de Borgoña (54) y ya
repuesto de sus heridas, se dirige con una gran flota a reconquistar Mallorca,
en manos de los Ingleses, isla que rinde sin necesidad de efectuar un solo
disparo. Terminada la Guerra
de Sucesión se le envía a bordo del buque Lanfranco
(60) a proteger un convoy de las Indias, operación que se realiza, como fue
costumbre durante siglos –a pesar de lo que Inglaterra quiere hacernos creer-
sin ningún contratiempo. A la vuelta del Caribe, a finales de 1716, se le
destina, por sus destacadas dotes de mando y eficacia en servicio, a una
importante flota que había de partir hacia las costas de Chile y Perú, para
luchar contra la piratería británica y holandesa en los llamados Mares del Sur. A diferencia del mar
Caribe, donde el control español era mucho más férreo, las enormes distancias
que había que recorrer hacían que las costas del Perú estuvieran mucho menos
protegidas, a menudo en una situación casi calamitosa, pues la inmensidad del
terreno americano implicaba que la pequeña y despoblada España había de
protegerlo con unos números ridículos, sólo compensados por el valor y fiereza
de los mismos. Para llegar a las costas del Perú, cualquier barco debía marcar
rumbo al sur hasta el terrible estrecho de Magallanes, peligrosísimo en verano
y prácticamente imposible de cruzar en invierno, para luego marchar al norte
miles de millas. Incluso ese formidable obstáculo natural, que costaba la vida
a cientos de tripulaciones, compensaba ante los posibles botines que podían
cobrar los ingleses y holandeses que tuvieran la audacia de embarcar hacia
tales latitudes. Por poner uno de los muchos ejemplos, en 1726 cuatro naves
corsarias holandesas intentan alcanzar las tierras australes para dedicarse al
contrabando y captura de los mercantes. Una no puede atravesar el Cabo de
Hornos y naufraga. Don Santiago Salavarría captura la segunda en Coquimbo, la
tercera se rinde en Nasca y el Conde de Clavijo hunde la cuarta. No obstante,
la situación es desesperada dada las limitadas fuerzas. Así, la determinada
decisión de Felipe V de proteger su imperio le llevó a enviar una escuadra, en
la que se encontraba don Blas, con el fin de reforzar sus efectivas pero
exhaustas y escasísimas defensas.
Tras muchas complicaciones para llegar, Lezo permanecerá destinado en las
costas de Chile y Perú al servicio de su país durante la temporada más larga de
su carrera en la Armada. Catorce
años de su vida se dedicará a su oficio de marino en aquellas lejanas tierras.
La firmeza en sus actuaciones y sus éxitos le proporcionan una enorme
notoriedad entre los habitantes de aquellos lares. Su carácter audaz y obstinado se comprueba en el relato de las
numerosas operaciones de busca y persecución de los contrabandistas, como aquél
navío contrabandista inglés con el que batalló durante ocho horas hasta
que éste iza la bandera de rendición. Es uno de tantos ejemplos que evidencian
el carácter de Lezo y la dureza de los enfrentamientos entre españoles e
ingleses.
En 1726, con 39 años, un año después de
desposar a la rica criolla[4]
Josefa Pacheco en Lima, se convierte en el almirante de la flota
del Mar del Sur. Con base en el puerto de Callao, en el Virreinato del Perú,
activa la campaña de constantes cruceros por el Pacífico, y limpia las rutas
marítimas de piratas y corsarios. Por eso adquiere en América la fama de invencible Almirante Pata de Palo. En
una de sus operaciones, merced a un terrible combate naval, captura un grupo de
seis barcos contrabandistas que cargaban la fabulosa suma de tres millones de
pesos, fruto de sus atrevidas actuaciones. Después de llevar a cabo las
oportunas reparaciones, refuerza su flota con los 3 mejor conservados y se
deshace del resto. Gracias al Almirante, la presencia naval española se va
imponiendo en la región, y la superioridad y el control de sus guardacostas por
aquellos lugares proporciona seguridad a la navegación e ingresos a la Real Hacienda. Su constante
actividad marinera restablece de manera inequívoca la autoridad del pabellón y
del gobierno de España.
Sólo sorprendentemente a ojos
extranjeros, tan eficaz Almirante y aclamado héroe, soporta enormes
dificultades económicas debido a las deudas de sus sueldos por parte de la Corona Española, atrasados
durante más de ocho años. Para reclamar el reintegro del dinero que se le
debía, sumado al cansancio de tantos años de servicio amén de añoranza por la
patria, Lezo solicita su reemplazo para poder volver a España. En 1728 se le
concede y vuelve para Sevilla, donde Felipe V, que allí se hallaba le reclama
para conocerle en persona y felicitarle por sus servicios. En premio a su
labor le paga los atrasos y le concede oficialmente el título de Almirante y
Jefe de Escuadra del Pacífico, con carácter retroactivo de 1726 que fue desde
que tuvo que ejercer tal labor.
Tras más de un año de descanso en
la ciudad de Cádiz, se le reclama para volver a ejercer servicio en el Mediterráneo,
recibiendo el mando de toda la Escuadra.
Dado que la política del momento tendía hacia la recuperación
de la influencia española en Italia, Lezo parte a proteger con la flota al
infante Don Carlos, que pretendía recuperar la posesión de los ducados de Parma
y Plasencia. La escuadra está formada por veinticinco navíos, cinco galeras y
diversos transportes, con siete mil quinientos soldados a bordo, gobernados por
don Blas. Cumplida su misión y recuperada su posesión, se le encarga una
importante y delicada misión en tierras italianas. Los banqueros genoveses se
negaban a devolver a la Corona
el pago de dos millones de pesos, retenidos en el banco de San Jorge. Lezo
suelta amarras con destino a la ciudad.
Aparece en el puerto de Génova
con una flota de seis buques. Exige reunirse con los mandatarios de la ciudad y
les demanda la inmediata devolución de la suma de dinero. Sorprendido el Senado
con esta demanda, busca razones con qué eludirla, a lo que Don Blas saca su
reloj y se lo muestra, advirtiéndoles de que si en el plazo de una hora no le
es entregada la cantidad, batirá la ciudad reduciéndola a cenizas.
Inmediatamente el dinero le es devuelto, tras lo cual obliga a la ciudad a rendir
homenaje a la bandera española y se da a la vela, para llegar a una España asombrada
por la prontitud y eficiencia en la resolución del problema.
Parte del dinero recuperado se utiliza en la preparación de su siguiente misión, la reconquista de la plaza de Orán, nido de piratas berberiscos que asolaban las costas levantinas y ponían en peligro toda la navegación por el Mediterráneo. El 15 de junio salió la expedición de Alicante para Orán, llegando el 28 ante la plaza; la escuadra escoltaba a una expedición de tropas mandadas por el conde de Montemar, eran veintiséis mil hombres, llevados en 535 buques de transporte, se verificó el desembarco en la cala de Mazalquivir, cientos de lanchas en tres filas, cubiertas por buques menores. Se establece una cabeza de playa con 300 granaderos que rechazan una carga de caballería de 1000 enemigos, apoyados por el fuego de los buques; José Navarro, entonces capitán de navío, comandante del Castilla, mandaba las embarcaciones menores (como más antiguo capitán). Organizadas las tropas, se atacó a Mazalquivir y cuando lo vieron tomado los defensores de Orán, abandonaron la plaza rodeada de murallas y guardada por cinco castillos; una vez ocupada Orán y convenientemente guarnecida, Lezo regresó a Alicante escoltando 120 embarcaciones de transporte.
Terminadas las operaciones sobre la costa africana,
se dirigió la escuadra a Cádiz, donde entró el 2 de septiembre de 1732. Las
potencias berberiscas, alarmadas con la toma de la plaza de Orán, se coaligaron
para reconquistarla, atacándola por tierra y bloqueándola por mar. Con este
motivo salió Lezo con los dos navíos que en Cádiz estaban preparados, el Princesa
y el Real Familia, a los que se reunieron otros cinco. Levantó el
bloqueo a cañonazos y metió en la plaza los necesarios socorros, dedicándose
después a dispersar a las fuerzas navales enemigas.
Determinó entonces que el cumplimiento de la
misión no era suficiente, así que decidió aniquilar a la capitana de Argel, un
buque de 60 cañones. Lo encontró y empezó a batirlo, pero los argelinos huyeron
con fuerza de vela, perseguidos por Lezo, refugiándose en la ensenada de
Mostagán, defendida por dos castillos a la entrada y por una fuerza de cuatro
mil hombres, que acudió de las montañas vecinas al darse la alarma. Entró Lezo consiguiendo colocarse justo a la popa
del navío, para obligar a los defensores a afinar la puntería por no bombardear su propia nave, soportando los disparos de los castillos y de los que
se le hacían de todas partes y, mientras reventaba a cañonazos los dos
castillos y se defendía en mitad de la bahía enemiga, lanzó al agua lanchas
armadas con las que prendió fuego a la tan bien protegida capitana de Argel, mientras su tripulación defendía con fuego de fusilería a los valientes que se encontraban en los botes arriados.
Esta acción, de la mayor intrepidez, no podía ser concebida por los argelinos, y les alarmó de tal modo el malabestia con el que se estaban enfrentando que el pánico les hizo pedir socorro a la Sublime Puerta (Constantinopla). El general Lezo, al saberlo, tras reparar ligeramente sus buques en Alicante, pasó a cruzar desde Galita hasta el cabo Negro y Túnez, a la espera del socorro solicitado, para batirlo. Permaneció en el mar cincuenta días, hasta que una epidemia infecciosa, ocasionada por la corrupción de los alimentos –tifus-, le obligó a regresar a España, tocando antes en Cerdeña para hacer nuevos víveres, en la cantidad necesaria para poder llegar a Cádiz. Tuvo, no obstante, que entrar en Málaga, donde dejó gran número de enfermos, entre ellos el guardiamarina Jorge Juan, que, con tan buen maestro como era Lezo, hacía sus primeras armas. También llegó don Blas enfermo de gravedad a Cádiz, y en cuanto se repuso, fue felicitado nuevamente por el rey en persona y ascendido a teniente general de la Armada, con el cargo de comandante general del departamento marítimo de Cádiz. Es el 6 de Junio de 1734.
Desempeñó la comandancia general del departamento
de la ciudad. Al año siguiente (1735) fue llamado a la corte y, en ella permaneció
muy poco tiempo pues él mismo decía "que tan maltrecho cuerpo no era
una buena figura para permanecer entre tanto lujo y que su lugar era la
cubierta de un buque de guerra”. Pidió el consiguiente permiso al Rey y éste se lo
concedió. Ya de regreso en el Puerto de Santa María, el 23 de julio
de 1736, fue nombrado comandante general de una flota de ocho galeones y dos
registros, que escoltados por los navíos Conquistador y Fuerte
habían de despacharse para Tierra Firme.
Salió con su flota el 3 de febrero de 1737,
llegando a Cartagena de Indias el 11 de marzo, quedando de comandante general
de aquel apostadero, tan importante para la defensa del mar de las Antillas y
que será el escenario de una de las más grandes heroicidades de todos los
tiempos.
(Mapa del Caribe. Al sur de Jamaica, en la costa Colombiana, se puede observar el puerto de Cartagena de Indias)
La defensa de Cartagena de Indias contra la "Invencible" británica.
Para entender lo que sucede en este lugar, tenemos que remontarnos a un hecho acaecido poco tiempo antes y que dio lugar a lo que vino a llamarse la Guerra de la oreja de Jenkins. Curioso nombre para llamar una guerra, pero así mismo se podría haber elegido como título la Guerra de la excusa de Jenkins. Veamos la causa del origen de un conflicto de una gran magnitud en cuanto al número de tropas empleadas y al enorme escenario que ocupa, y como casi siempre, desconocido para la mayor parte del público en España.
Allá por 1731, Robert Jenkins, un contrabandista y corsario inglés al mando de una nave llamada Rebecca, fue capturado en aguas caribeñas -donde se dedicaba a sus labores delictivas-, por un guardacostas español dirigido por Julio León Fandiño. Se ve que la legendaria bravura de los corsarios ingleses no debía ser tanta, porque, según puso un pie en cubierta el capitán español, Jenkins se apresuró a decir que él era representante del rey de Inglaterra, y que cualquier cosa que le hicieran sería como hacérsela al rey mismo. Fandiño siguió la vieja escuela militar española de para chulo, mi pirulo, así que decidió cortarle una oreja a Jenkins mientras le largaba las legendarias palabras de "dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve". Tras eso y confiscar la carga del contrabando, le devolvió el apéndice y le dejó marchar.
Ocho años más tarde, en el 39, Jenkins aparece en el parlamento británico con su oreja en un tarro y contando el caso de lo acaecido, lo que fue tomado por el parlamento -ansioso por hincarle el colmillo de una vez por todas a las posesiones españolas en América, principalmente las del Caribe-, como una ofensa a su rey, Jorge II, y como casus belli para iniciar una contienda en toda regla. Los ingleses llevaban muchos meses antes de la excusa de la oreja de Jenkins preparando una gran flota con la que atacar el Caribe y eran conscientes de que la armada española se estaba reponiendo rápidamente; y, aunque su superioridad numérica era abrumadora (era más grande que la flota francesa e hispana combinadas), no querían dormirse en los laureles, pues sabían bien con qué tipo de enemigos se enfrentaban. Así, declarada la guerra, y contando con el oficio y excelencia de su mega-almirante Edward Vernon -Satanás le acoja en su seno-, proceden al primero de los enfrentamientos, la conquista de La Guaira, puerto sito en Venezuela, a escasos 30 kms de Caracas.
Ocho años más tarde, en el 39, Jenkins aparece en el parlamento británico con su oreja en un tarro y contando el caso de lo acaecido, lo que fue tomado por el parlamento -ansioso por hincarle el colmillo de una vez por todas a las posesiones españolas en América, principalmente las del Caribe-, como una ofensa a su rey, Jorge II, y como casus belli para iniciar una contienda en toda regla. Los ingleses llevaban muchos meses antes de la excusa de la oreja de Jenkins preparando una gran flota con la que atacar el Caribe y eran conscientes de que la armada española se estaba reponiendo rápidamente; y, aunque su superioridad numérica era abrumadora (era más grande que la flota francesa e hispana combinadas), no querían dormirse en los laureles, pues sabían bien con qué tipo de enemigos se enfrentaban. Así, declarada la guerra, y contando con el oficio y excelencia de su mega-almirante Edward Vernon -Satanás le acoja en su seno-, proceden al primero de los enfrentamientos, la conquista de La Guaira, puerto sito en Venezuela, a escasos 30 kms de Caracas.
Cuando Vernon llega a la isla de Antigua a principios de octubre de 1739, envió tres navíos bajo mando del capitán Thomas Waterhouse a interceptar las naves mercantes españolas que hacían la ruta entre La Guaira y Portobelo. Tras divisar Waterhouse varios buques de pequeño porte en el puerto de La Guaira, decidió atacar poniendo en práctica un plan muy rudimentario: arriar la bandera inglesa de sus barcos e izar la bandera española, para entrar tranquilamente en el puerto y, una vez en él, tomar las naves y asaltar el fuerte. El gobernador de la zona, el brigadier don Gabriel José de Zuloaga había preparado las defensas del puerto de forma muy diligente, y las tropas españolas estaban bien mandadas por el capitán don Francisco Saucedo. Así, el 22 de octubre, Waterhouse entró en La Guaira enarbolando sus navíos la bandera española. Los artilleros del puerto esperaron a que la flota inglesa estuviese a tiro, y llegado el momento abrieron fuego simultáneamente sobre los ingleses. Tras tres horas de intenso cañoneo, Waterhouse ordenó la retirada de sus maltrechos barcos, que hubieron de recalar en Jamaica para acometer reparaciones de urgencia. Como justificación de su derrota ante Vernon, Waterhouse alegó que la captura de unas pequeñas embarcaciones no hubiesen justificado la pérdida de sus hombres. El primer contacto, en los hociquillos.
Vernon en persona, que tenía una gran reputación que mantener, llevó a cabo el siguiente intento, el ataque de Puerto Bello (Portobello para los sajones). En esta ocasión, el descuidado gobernador de la plaza, Francisco Javier de la Vega Retez no había actuado conforme a la situación de guerra inminente, siendo la defensa muy deficiente. Vernon ordenó respetar las haciendas de los civiles, en previsión de una buena relación con la población cuando Inglaterra sustituyese a España como poder regional. A pesar de que el botín conseguido tan sólo ascendía a unos 10.000 pesos destinados a la paga de la guarnición española, el éxito fue enormemente magnificado por la naciente prensa inglesa, la cual publicó toda clase de sátiras sobre las fuerzas españolas al tiempo que lanzaba vítores a Vernon. Durante una cena en honor a éste a la que asistió el rey Jorge II de Inglaterra, en 1740, se presentó un nuevo himno creado para conmemorar la victoria, que no es otro que el actual himno nacional británico God Save the King. Un vestigio de estas celebraciones puede aún encontrarse en el mapa de la ciudad de Londres: la conocida calle de Portobello Road, aunque urbanizada en la segunda mitad del siglo XIX, deriva su nombre de una granja situada anteriormente en el lugar, y denominada Portobello Farm en conmemoración de esta batalla.
The Capture of PuertoBello
(imagen de hoy en día de las murallas de Cartagena de Indias, en Colombia)
Elemento interesante de toda esta historia es la relación epistolar que mantienen Vernon y Lezo. El primero le manda una carta desde Portobelo, jactándose de su conquista y advirtiendo de lo que les sucederá en Cartagena. Así mismo intenta facilitar de antemano la rendición, tranquilizándole sobre el trato recibido por los defensores de la otra plaza, para dejar claro que las condiciones de su derrota serán honrosas. Lezo, vacunado contra la altanería británica responde con una buena dosis de testosterona íbera:
"(...) puedo asegurar a V.E que el ánimo que les faltó a los de Portobelo, me hubiera sobrado a mí para contener su cobardía. (...)"Recomiendo la lectura de ambas cartas. Pueden encontrarse aquí .
Desde su llegada al Caribe, los ingleses habían intentado por todos los medios conocer el estado de las defensas de Cartagena sin conseguirlo. Incluso en octubre de 1739 Vernon había enviado a su primer Teniente Percival junto con dos españoles a bordo del buque Fraternity, con la excusa de hacer entregar una carta a don Blas de Lezo y otra al que en aquel momento era el gobernador de Cartagena, don Pedro Hidalgo. Percival aprovecharía para hacer un estudio pormenorizado de las defensas españolas, pero esto no fue posible porque como era previsible, Hidalgo prohibió la entrada del Fraternity en el puerto. Así pues, de nuevo con el objetivo de tantear las defensas españolas de aquella plaza, el 7 de marzo de 1740 Vernon partió de Port Royal al mando de seis buques, llegando a aguas de Cartagena el 13 de marzo. Inmediatamente desembarcaron varios hombres con el objetivo de estudiar desde tierra la disposición de los fuertes, y el grueso de la flota fondeó en Playa Grande, al oeste de Cartagena. Tras no observarse ninguna reacción por parte de los españoles, el día 18 Vernon ordenó a sus tres bombardas abrir fuego sobre la ciudad, con la intención de provocar una respuesta que le permitiese hacerse una idea de la capacidad defensiva de los españoles. Pero Lezo, curtido por tres décadas y media de batallas, conocía las motivaciones de Vernon, y dicha respuesta no llegó a producirse. El veterano marino español simplemente ordenó desmontar algunos cañones de sus barcos para formar baterías en tierra con las que cubrirlos. Los ingleses llevaron a cabo un intento de desembarco de unos 400 soldados que fue rechazado sin problemas por la guarnición española. Tras tres días de bombardeo inglés, en los que 350 bombas destruyeron parcialmente la catedral, el colegio de los jesuitas y varios edificios civiles, Vernon asumió la situación de punto muerto en la que se encontraba y ordenó la retirada el día 21, dejando a los navíos Windsor Castle y Greenwich en las proximidades con la misión de interceptar cualquier nave española que se aproximase. En opinión de Vernon, la misión había sido un éxito.
Tras el tanteo al que habían sido sometidas las defensas de Cartagena por parte de las fuerzas británicas en el mes de marzo, Vernon decidió regresar al mando de 13 buques de guerra y una bombarda con intención de tomar la plaza. Para sorpresa del almirante inglés, esta vez Lezo decidió desplegar los 6 navíos de línea con los que contaba de modo tal que la flota inglesa quedó atrapada entre un campo de tiros cortos y tiros largos. Ante la posición enormemente desventajosa en la que se vieron los ingleses, Vernon ordenó la retirada no sin antes haber arrojado unas 300 bombas sobre la ciudad. Vernon, una vez más sostuvo que el ataque inglés no era más que una maniobra de tanteo, si bien la consecuencia principal de su acción fue poner sobre aviso a los españoles.
Envalentonados por la toma de Puerto Bello y tentados por la enorme importancia económica y estratégica de la plaza, los ingleses decidieron posponer sus planes de ataque a La Habana, y centrarse en la conquista de Cartagena de Indias. De tal modo en la isla de Jamaica, reunieron una enorme flota con unas cifras casi increíbles, la mayor vista hasta entonces en ninguna guerra, en ninguna época: 186 naves (60 más que la famosa Gran Armada de Felipe II) a bordo de las cuales iban 2.620 piezas de artillería y más de 27.000 hombres, entre los que se incluían 10.000 soldados británicos encargados de iniciar el asalto, 12.600 marineros, 1.000 macheteros esclavos de Jamaica y 4.000 reclutas de Virginia dirigidos por Lawrence Washington, hermanastro del que sería padre de la independencia de Estados Unidos y el inútil del Gobernador de Cartagena y del Virreinato, Sebastián de Eslava, a quien cuento entre las tropas sajonas, pues sólo le faltó embarcar en uno de los buques y disparar contra su propia ciudad para ayudar aún más a los británicos. Fue la mayor flota de la historia hasta que se reunió la que llevaría a cabo el desembarco de Normandía, más de 200 años después. Por supuesto, bien se han encargado los británicos de mencionar la flota de Felipe II, apodada irónicamente por ellos "La Invencible" -que por otra parte, jamás fue derrotada, ni mucho menos por los ingleses-, pero de su invencible, hablan considerablemente menos. Luego entenderemos por qué. Frente a tan descomunal maquinaria militar, unos números de risa: seis únicos navíos de guerra -Galicia, que era la nave Capitana, San Felipe, San Carlos, África, Dragón y Conquistador, todos de menor porte que los británicos y ninguno de tres puentes-, 2.200 hombres entre la soldadesca regular española y milicianos granadinos (colombianos), y 600 indios flecheros. Pero claro, estaban comandados por Hombre y Medio, lo que no es poco. En absoluto.
Por fin, el 13 de Marzo de 1741 los habitantes de Cartagena vieron llenarse, literalmente, el horizonte de velas enemigas. Visualizar 186 buques de combate que vienen a por ti, no debe de ser agradable, sobre todo cuando tú tienes sólo 6 para frenarlos. Afortunadamente, Lezo, ayudado por Carlos Desnaux y Melchor de Navarrete, no habían perdido el tiempo, y aprovechando la inteligencia que los espías de Jamaica le proporcionaron, mejoraron las defensas de la ciudad todo lo posible dados los medios. No obstante, para sobrevivir a aquella prueba iban a necesitar algo más que medios físicos. Todo el valor y la astucia eran pocos para salir de esa situación. Eslava, que no todo lo hizo mal, reacciona con prontitud y para evitar una desbandada en masa de la ciudad, advierte que los bienes de los hombres en edad de armas que se marchen de la ciudad serán repartidos entre todos, dona 50 pesos a cada soldado que se aliste para facilitarle a adquirir provisiones y regala 8 barriles de aguardiente de azúcar a todos los destacamentos, para elevar la moral. Además ordena cubrir las calles de la ciudad de arena, en previsión a evitar la metralla del inminente bombardeo que parece seguro por venir.
(Plano del ataque a Cartagena de Indias. Las flechas rojas marcan la posición de los fuertes de defensa de la ciudad)
Primero Vernon silenció unas baterías al descubierto (Chamba, San Felipe y Santiago), que resistieron lo que pudieron -durante más de cuatro horas- al formidable cañoneo de sólo cuatro buques de la descomunal flota, que sumaban 300 cañones, mientras el resto de la armada se dirigió hacia la entrada a la bahía, guardada por los fuertes de Bocachica en el extremo más oriental, cubriendo el canal menor y Bocagrande, que protegía el canal mayor -convenientemente anegado por Lezo- a la vez que intentaba un desembarco por tierra al este de la ciudad, en una zona cenagosa llamada La Boquilla, ataque que fue repelido por un destacamento español. Entre tanto, numerosas naves inglesas cañonearon contra el fuerte de San Luis de Bocachica, que recibió un bombardeo continuo durante dieciséis días, noches incluidas, al terrorífico ritmo de 62 cañonazos /hora /buque. El fuerte, comandado por Desnaux al mando de 400 hombres, resiste heroicamente, dañando muy seriamente a numerosos buques enemigos, que, sin embargo, siempre son reemplazados por nuevos. Junto al pequeño baluarte, Lezo sitúa 4 de sus 6 naves -las otras dos cubrían el canal grande por orden de Eslava, aunque don Blas sabía que era altamente improbable que atacaran por ahí-, entre ellas su capitana, donde él mismo dirige y coordina la defensa.
vista actual del fuerte de Bocachica, tras su reconstrucción
Aquí es donde comienzan las discrepancias entre cinco-miembros y el virrey Eslava. Lezo, viejo lobo de mar y curtidísimo en mil batallas, como hemos venido viendo previamente, tiene un ojo -y sólo uno- clínico para analizar la situación. Pretende hostigar a los ingleses constantemente, para evitar desembarcos, cambiar posiciones artilleras constantemente, salir con sus buques y hostigar o hundir los maltrechos buques británicos que se han acercado al fuerte. Eslava, sin embargo, torpe en su gerencia y celoso de su poder, dubita continuamente, y prefiere las defensas estáticas. Aquí surgen también desavenencias con Desnaux quien, confiado en su calidad de castellano de su fuerte, opina que puede defenderlo ab aeternum, y desoye el consejo de quien ha dado tantas extremidades por la patria, que recomienda abandonar organizadamente el baluarte y salvar tantos cañones y hombres como se pudiera, emplazándolos en distintas posiciones para atacar al enemigo siempre donde más le doliera.
Finalmente las órdenes del virrey se imponen, y Lezo obedece órdenes, plantando una formidable batalla con sus buques, que destrozan numerosos barcos enemigos, y sólo moviéndolos para partir a la ciudad a reponer municiones. Inevitablemente, la inactividad de Eslava cobra su precio. La tranquilidad que les ofrece a los ingleses les permite preparar el terreno en tierra firme y aposentar artillería y morteros, que baten sin piedad el pequeño fuerte. Tras aguantar la espeluznante cifra de 10.000 cañonazos y 6000 bombas, Bocachica cae, perdiéndose todas las armas, que se inutilizan en el continuo bombardeo y muchas vidas, además de tres de los cuatro buques, que han de ser quemados por el propio almirante, dado su lamentable estado, al llevar soportando días de cañonazos, bombas y flechas inciendiarias. Los mismos Lezo y Eslava resultan heridos en una de las reuniones militares, a bordo del Galicia, la nave capitana. Por desgracia, ésta no prende y al final acaba siendo tomada por el enemigo. Tal como se puede, ayudados por los botes que dispone don Blas, los españoles se reorganizan en el fuerte de San Felipe de Barajas. Los ingleses entran en la bahía de Cartagena.
Finalmente las órdenes del virrey se imponen, y Lezo obedece órdenes, plantando una formidable batalla con sus buques, que destrozan numerosos barcos enemigos, y sólo moviéndolos para partir a la ciudad a reponer municiones. Inevitablemente, la inactividad de Eslava cobra su precio. La tranquilidad que les ofrece a los ingleses les permite preparar el terreno en tierra firme y aposentar artillería y morteros, que baten sin piedad el pequeño fuerte. Tras aguantar la espeluznante cifra de 10.000 cañonazos y 6000 bombas, Bocachica cae, perdiéndose todas las armas, que se inutilizan en el continuo bombardeo y muchas vidas, además de tres de los cuatro buques, que han de ser quemados por el propio almirante, dado su lamentable estado, al llevar soportando días de cañonazos, bombas y flechas inciendiarias. Los mismos Lezo y Eslava resultan heridos en una de las reuniones militares, a bordo del Galicia, la nave capitana. Por desgracia, ésta no prende y al final acaba siendo tomada por el enemigo. Tal como se puede, ayudados por los botes que dispone don Blas, los españoles se reorganizan en el fuerte de San Felipe de Barajas. Los ingleses entran en la bahía de Cartagena.
Aquí se produce uno de esos hechos históricos que uno no se cree porque le da la risa. Cuando penetran a través del canal de Bocachica, los ingleses, bueno, Vernon, ya considera que ha tomado la ciudad, así que manda un buque a Inglaterra para darle la noticia al rey, Jorge II. Éste, henchido de orgullo, manda acuñar unas monedas celebrando la victoria, en las que se ve al Almirante inglés haciéndole hincar la rodilla a Don Blass, que por supuesto es representado con sus dos piernecitas y sus dos manitas -no vayan a pensar que han vencido a un tullido- entregando sus armas, mientras el texto reza: The Spanish Pride Humbled by Admiral Vernon. El orgullo español humillado por el admirante Vernon. Con dos cojones. Y además hacen varias series de monedas y placas conmemorativas para algún muro que otro. El de las lamentaciones, imagino.
El orgullo español humil...mmpphhh... jaaaajaaaa
Los ingleses, a estas alturas llevan una buena cuenta de
bajas. Pero el coste en tropas y barcos no les preocupa, pues ya consideran
cantada su victoria, confiando en el botín que les espera y sin saber que lo
peor está aún por llegar. Llevan cerca de 1000 muertos, y más de una decena de
sus navíos de línea están totalmente imposibilitados, amén de muchos más con
severos daños. Sin embargo los cartageneros, con preocupación, oyen los cantos
de alegría y victoria en la bahía exterior. Vernon escribe a su esposa:
Después de este éxito glorioso que me ha concedido Dios Todopoderoso de cuya misericordia espero nunca alejarme, no puedo omitir aprovechar la oportunidad de un expreso envío a casa para comunicarte las alegres noticias, aunque en mis prisas presentes yo no tenga tiempo para describir muchos detalles.
El primer ataque corrió a cargo de tres de mis navíos de ochenta cañones contra los fuertes de Santiago y San Felipe, permaneciendo a distancia del castillo de Boca Chica para asegurar el desembarco. Echamos al enemigo fuera de ellos en menos de una hora, asegurando el desembarco del Ejército, sin mucho más que un simple disparo de mosquetón sobre ellos. Mis valientes marineros por dos veces atacaron y tomaron dos baterías en el lado opuesto del puerto (...) El general me echó en cara el haber humillado a su Ejército. Ellos rearmaron y repararon las armas después de nuestro primer ataque, que las había destruido. Pudimos de este modo colocar nuestra batería en tierra.Continúa relatando el asalto al castillo con la misma euforia.
El día de mi actuación, el general [Wentworth] me envía un mensaje con su propósito de atacar el fuerte de Boca Chica. Con anterioridad al momento que propuse, envié todos mis barcos preparados y armados hacia la costa para destruir por tercera vez las baterías, haciendo una diversión sobre aquel lado, para favorecerles el asalto. Mas el enemigo, consternado, deja aproximarse nuestras tropas hacia la brecha sin un solo disparo. Sobre las nueve de la noche mis bravos marinos se lanzan sobre el fuerte de San José sin el requisito de la brecha. Desde donde, al oscurecer, el enemigo habría cazado como perdices a nuestros hombres por entre los arbustos, con pequeño peligro para ellos. No aguantan el asalto y abandonan el fuerte dejando sólo tres españoles borrachos detrás suyo. Entusiasmados con la operación, mis oficiales sorprenden a los españoles hundiendo y quemando sus barcos, parte de los cuales se recuperan con la intención de poder salvarlos y abordan el barco del almirante español, el Galicia, con la bandera desplegada y su capitán a bordo. El oficial de infantería de Marina, con su enseña y sesenta hombres, carecen de lanchas para escapar y nos proporcionan la oportunidad de capturar este barco, que tenía órdenes de hundir, de la misma manera (...)
Sólo tengo tiempo de añadir que Dios Todopoderoso ha tenido a bien conservar mi salud para soportar estas gloriosas fatigas y mantenerme animado para comenzar con todo el posible vigor y humillar a los orgullosos españoles, y obligarles a arrepentirse por todas las heridas y los robos efectuados sobre nosotros durante mucho tiempo.
Sólo me queda tiempo para enviarte mi más sincero amor y cariño hacia ti y bendiciones para nuestros queridos hijos. Saludos a todos nuestros vecinos y al honesto Will Fisher.
(H. Moorhouse: Letters of English Seamen. Londres 1910)
God Damn You, Lezo!
En fin, fanfarronadas británicas aparte, lo cierto es que la
situación no pintaba nada, pero que nada bien. Los pequeños fuertes que cubren la costa de la bahía, como el de Manzanillo, se muestran inútiles, tal como Lezo temía, pues los ingleses se adentran por tierra para evitarlos. Su marcha, sin embargo es penosa pues han de avanzar por la jungla pesadamente pertrechados y con artillería. Aquí, los otros defensores de Cartagena, los batallones de mosquitos, colaboran con la defensa, creando una hermosa epidemia de vómito negro[5] que hará estragos después. Lezo, después de 21 días en Bocachica y 17 de continuo combate, día y noche, retorna con Eslava y Desnaux a Cartagena a tratarse las heridas. Eslava ordena que los dos barcos que quedan sean hundidos en el canal para intentar impedir el avance de los buques británicos. El almirante no puede soportar más la estulticia del gobernador y entra ya en un abierto enfrentamiento con él. Las órdenes son, sin embargo, tajantes. Los buques son quemados y hundidos -como era previsible- para nada, pues los ingleses retiran uno antes de que se sumerja y lo apartan. Las últimas defensas móviles españolas caen. Comienza el asalto por tierra.
Eslava destituye a Lezo de su cargo, para poco después, abrumado por su intensa ineficiencia, pedirle de nuevo reasuma el mando, ya que se ve incapaz de dirigir la defensa. Mientras, anotará en sus diarios y enviará documentos a España en los que se minimice la intervención de Lezo en el asedio. Bonita muestra ésta de cómo somos los españoles, capaces de lo mejor y lo peor, a menudo simultáneamente. Don Blas prepara las defensas para el asalto final a fuerte de San Felipe de Barajas. Los españoles están heridos y agotados, pero su moral está intacta y siguen dispuestos para la lucha. Patapalo les ordena cavar una intrincada red de trincheras para dificultar el avance de la infantería y mantener alejada a su artillería.
El castillo de San Felipe, hoy.
Edward Vernon, apodado El Viejo Grog está exultante. Considera su victoria cosa hecha. Posicionará los cañones a distancia de batir el formidable castillo, seguro de su toma. Y una vez hecho esto, la altura de la colina donde se encuentra permitirá un bombardeo letal a la ciudad. Los españoles saben esto, así que se aprestan para defenderlo hasta el final. Saben que si cae el fuerte, Cartagena no podrá defenderse. Sin embargo, como hemos visto, Vernon, en su euforia se está precipitando. En sus escritos se observa que está siendo demasiado optimista. La realidad es muy distinta. Tiene un terreno muy difícil ante él, lleno de junglas, pantanos y manglares, y ha comenzado la estación tropical, con sus intensas lluvias. Las enfermedades hacen estragos en sus tropas, tanto en marinería como en ejército, como en sus apoyos coloniales, norteamericanos y jamaicanos. La constante hostigación de las guerrillas de granadinos, conocedores del terreno, le impiden aprovisionarse de víveres y de agua, y empiezan a notarse las semanas que ha necesitado para vencer el fuerte de San Luis. Todo ello lo achaca a la incompetencia del General de las tropas embarcadas, Wentworth. Ni siquiera considera la denodada defensa de los españoles, por los que siente un gran desprecio. Sin embargo, sus números siguen siendo demoledores y lentamente se van colocando cañones de gran calibre, protegidos por los barcos que han podido pasar por la bahía, preparados para dar la batida final. Los macheteros negros hacen las labores de preparación del terreno, mientras los ingenieros ingleses estudian cómo dar el golpe final al castillo.
Las cosas son distintas en el frente español. Las bajas son ridículas en comparación con las que están causando en los ingleses, y la moral es la de los que desean sobrevivir. El mismo oficial que se ha distinguido con la defensa del fuerte de San Luis, Desnaux, se ofrece a liderar la defensa del castillo. Para ello dispone de unos quinientos hombres de los regimientos de Aragón y España. Sus tropas son escasas, pero están conformadas por curtidos veteranos. A ellos se suma la eficacia de los artilleros de la armada, que ya sin sus buques, se juntan, hombro con hombro, a luchar. No se olvidan los españoles de las tropas desembarcadas en el norte en las playas de Cruz Grande, y se envía un cuerpo con doscientos hombres al mando del capitán Antonio Mola. Rechazan con fuerza a las tropas desembarcadas durante los días 18 y 19, obligándolas a tornar a sus navíos con graves pérdidas, entre las que se encuentra la mayoría de la oficialía, que cae muerta o prisionera. Abandonan su armamento y pertrechos, que son recogidos por los españoles. Organiza mientras, el Virrey, partidas de guerrilleros granadinos que, con su conocimiento de las marismas y las ciénagas, impiden al enemigo el aprovisionamiento de las frutas y víveres tan necesarios para su mantenimiento en buenas condiciones físicas. Los españoles y granadinos nativos están endurecidos; sin embargo, las lluvias incesantes, las enfermedades, los mosquitos y la debilidad de los soldados británicos por falta de alimentos habían minado gravemente su moral y sus ganas de combatir. El tiempo corría en contra de los ingleses.
Comienza a haber serias discrepancias entre la Armada y el Ejército en el bando inglés. Vernon no ve mayor problema en la toma del castillo, y Wentworth, sin embargo, observa la inclinada pendiente que han de vencer sus desmoralizadas tropas y la intrincada red de trincheras y refuerzos que ha dispuesto don Blas, y no ve con buenos ojos el ataque. El Ejército considera que la Armada no está sufriendo las penalidades que ellos tienen, y por eso son tan optimistas. Ellos en sus barcos no sufren los constantes ataques de las guerrillas, no están bajo la lluvia con tan horrible escasez de alimentos. Además las epidemias están alcanzando unos niveles horrorosos.Creen que el castillo ha de ser todo lo castigado por la artillería que se pueda, para disminuir el número de defensores y hacer brecha antes de realizar el ataque por tierra. Vernon, por su parte, acusa de que no se haya producido la victoria todavía a la ineficiencia del ejército. Se impacienta y compele al general, diciéndole que esperan que al día siguiente el fuerte sea suyo. El hermano de Washington dirige a los colonos americanos en un intento de cortar las comunicaciones al fuerte. Wentworth divide a cuatro mil hombres para el asalto en cinco grupos de combate, con los granaderos a la cabeza. El resto de los hombres desembarcados queda como reserva y apoyo en la retaguardia, en el improvisado campamento.
Decide un ataque nocturno para ocultar al enemigo la aproximación de los soldados a la fortaleza y evitar un blanco fácil a sus artilleros. A las tres de la mañana del jueves 20 de Abril comienzan los movimientos de la marcha y subida al cerro de la Popa, donde se encontraba el castillo. El coronel Wynwyard dirige el grupo de asalto principal, tomando como guías a unos supuestos desertores españoles, que por la noche "equivocan" los senderos que dirigen a la cima, perdiendo a los hombres y llevándoles a emboscadas, antes de desaparecer. Por otro lado, el coronel Grant lleva a los granaderos y varias compañías independientes, con los esclavos macheteros jamaicanos, soportando el fuego en vanguardia. Los sistemas de fosos y trincheras ordenados por Lezo cumplen su macabra función: mientras unos intentan trepar la colina incluso ayudándose con las manos, por las trincheras surgen grupos de españoles que los someten a un intenso fuego antes de retornar a la seguridad de la fortaleza, intentando hacer el mayor daño posible en cada salida.
Cuando, por fin, tras toda clase de penurias, los soldados logran llegar a las murallas, se encuentran con la última broma de la noche. Lezo ha mandado hacer un foso alrededor de la pared, y con la nueva profundidad las escalas que llevan se quedan cortas. No pueden trepar el muro. [6] Oficiales y comandantes se quedan sin iniciativa ni
objetivos ante la situación creada bajo los muros de la fortaleza. Los
defensores arrecian en su fuego nutrido y certero desde lo alto, lo que origina
una mortalidad espantosa sobre las columnas desorganizadas. Las tropas que
avanzan por el lado sudoeste del fuerte sufren el mismo descalabro. Su jefe, el
coronel Grant muere al principio del ataque, y su gente se encuentra sin
protección alguna ante el fuego cruzado de los defensores, que se apoyan desde
las murallas de la ciudad. Y al amanecer, en mitad de todo este caos, Lezo, que
debía encontrarse incómodo por alguna espina de la madera de su pata de palo,
que le rozaba con la genitalia, ordena abrir las puertas del castillo y que los
escasos defensores hagan una carga a bayoneta. Los ingleses mueren a cientos,
dándose a la fuga, desbaratando su campamento, abandonando todos sus pertrechos
y siendo obligados a refugiarse en los barcos. Los oficiales ingleses intentan
organizar la retirada, pero mueren en terrible número, alcanzados por los
experimentados tiradores españoles, que se dedican a eliminarlos para
desbaratar al ejército enemigo.
A la mañana siguiente se observaba en el campo de
batalla la enormidad de las pérdidas inglesas en combate. Se realiza otra
salida desde la ciudad contra otros grupos de desembarcados, causando unas
ochocientas bajas entre muertos y heridos y más de mil prisioneros. Muchos de
los heridos ingleses tuvieron la enorme suerte de ser atendidos y
hospitalizados en Cartagena. La atención médica en los barcos era de una
condiciones deplorables. Tobías Smollet, quien había acompañado a los cirujanos
en los improvisados barcos hospitales, nos deja una descripción patética sobre
los que ve en ellos:
(...) Aquí contemplé a cincuenta desgraciados destrozados, colocados en fila, amantonados unos sobre otros en un espacio no mayor de 15 pulgadas [38 cms] asignadas para cada uno con su cama y lecho. Sin luz durante el día, ni aire fresco. Respirando nada más que una atmósfera fétida con vapores mórbidos exhalando de sus propios excrementos y cuerpos enfermos, devorados por los parásitos incubados en la suciedad que los rodea, y carentes de lo necesario y conveniente para la gente en aquella desastrosa condición.
Los ingleses se desmoronan, pero todavía no se dan por vencidos. Nadie se quiere apuntar la derrota. Para Vernon es culpa claramente de Ejército y estos opinan exactamente lo opuesto, pues dicen que la Armada no ha tenido el valor de acercarse más para cubrirlos con su artillería. Intentan organizar un nuevo ataque, pero necesitarían dos semanas de trabajos forzados para preparar el terreno, y sus tropas están dispuestas a la insubordinación y a la deserción en cuanto les sea posible, así que no parece ser una opción. Vernon continúa bombardeando -inútilmente- el castillo. La disentería se une al vómito negro y hace estragos entre el personal embarcado. El viejo Grog está profundamente disgustado -¿alguien se pregunta por qué?-. La victoria que consideraban hecha se le escapa de las manos. Lo lógico hubiera sido realizar el cambio de prisioneros, embarcar las tropas y regresar a Jamaica. De esta forma se hubieran salvado las vidas de muchos de sus soldados, que no habrían seguido sufriendo las terribles epidemias, y el saldo de sus bajas habría sido mucho menor. Los mismos españoles le habrían ayudado en el cuidado de sus heridos, como se ofrecieron a hacer. Pero el almirante inglés no tiene las ideas claras. La humillación que ha sufrido es terrible, y sus sueños de gloria se han esfumado. No controla la nueva situación y toma decisiones extrañas y de dudosa explicación militar. Mientras, la ciudad y aldeas se llenan de desertores británicos que abandonan los navíos a la menor ocasión, aterrados por el vómito negro. Prefieren ponerse a disposición de los vencedores que permanecer en los buques. El peligro de contagio les condena con probabilidad a una muerte segura. De veinticinco a treinta hombres mueren cada día y son arrojados por la borda de los barcos. Sus cuerpos flotan en ambas bajías, pudriéndose. Su visión preocupa a los cartageneros. Tienen ahora más miedo a la dispersión de la epidemia que a los enemigos.
El día 24 ordena Vernon atacar la fortaleza de Manzanillo, que había quedado aislada. Su captura carecía de significancia en el conjunto de operaciones general. Sus defensores tenían la moral muy alta, tras los recientes combates. Reforzado con una sección de 24 criollos granadinos, el capitán Baltasar de Ortega resiste con éxito la enorme superioridad de la artillería naval inglesa.
fuerte del Manzanillo
Comprende la manifiesta inferioridad de sus defensas y organiza una estratagema que le dará una victoria completa. Ante el duro bombardeo de los navíos británicos que destruyen el fuerte, se retira hacia el interior de la fortaleza, y camufla entre los escombros la artillería que ha retirado previamente de las murallas. Cuando las columnas de asalto inglesas penetran en el Manzanillo sin precaución, se ven sorprendidas por el disparo a una distancia mínima de los cañones cargados de metralla. Las bajas son numerosas entre las confiadas tropas. En pocos minutos las muertes ascienden a unos doscientos asaltantes. La fortaleza, destruida y atacada por fuerzas muy superiores, no puede ser capturada. Los soldados británicos quedan desmoralizados, se retiran a la desbandada hacia sus posiciones iniciales y se oponen a un nuevo ataque sobre las defensas españolas. Todo el mundo piensa en reembarcarse y volver hacia sus países de origen.
Las guerrillas siguen atacando con fiereza, impidiendo a los ingleses desembarcar más tropas, hasta el punto de que Lezo y Eslava tienen que pedirles prudencia. Parece mentira que, sin ninguno de los 6 barcos a flote, Blas logre que no bajen más tropas inglesas a tierra. Sin embargo, pese a que Vernon empieza a comprender la magnitud de su derrota, todavía sigue empecinado. Durante más de un mes permanecen los barcos en Cartagena, bombardeando la ciudad, a pesar de no tener demasiada lógica. El almirante continúa ofuscado. Una acción -en apariencia estúpida- del inglés le lleva a perder la Galicia, la capitana de Lezo, que había sido tomada y que acaba hundiéndose en la bahía, cañoneada por los españoles. Ya no queda nada que hacer allí para Vernon. Finalmente, tras elogiar al virrey por el trato a sus heridos y prisioneros, el 20 de Mayo abandonan los ingleses la ciudad. Se le escucha a Vernon gritar al viento desde la popa de su barco: God Damn You, Lezo! [¡Que Dios te maldiga, Lezo!]
En respuesta escrita a Vernon, Blas de Lezo pronunció la inmortal perla:
En respuesta escrita a Vernon, Blas de Lezo pronunció la inmortal perla:
«Para venir a Cartagena es necesario que el rey de Inglaterra construya otra escuadra mayor, porque ésta sólo ha quedado para conducir carbón de Irlanda a Londres, lo cual les hubiera sido mejor que emprender una conquista que no pueden conseguir.»
Las cifras de esta batalla lo dicen todo. Al retirarse, las bajas españolas fueron en total de 800 muertos y 1000 heridos de los 2830 hombres de los que Lezo dispuso, sumadas a la pérdida de sus 6 buques. Las cifras inglesas se debaten entre los 11.000 y los 18.000 muertos que citan algunas fuentes inglesas, 7500 heridos, muchos de los cuales murieron en el retorno a Jamaica; 1500 cañones perdidos, 50 barcos hundidos -6 navíos de tres puentes, 13 navíos de dos puentes, 4 fragatas y 27 barcos de transporte- y muchos más severamente dañados. Los ingleses tuvieron que hundir algunos buques más ante la práctica falta de tripulaciones para gobernarlos.
Vernon volvió a Jamaica. Intentó paliar este fracaso
atacando posteriormente la
Habana y Panamá, pero tampoco consiguió nada. Volvió a
Inglaterra a 1742, y tuvo que confesar a su rey Jorge II que la victoria por la
que éste llevaba tiempo regodeándose, no había sido tal. Las monedas habían estado
circulando por toda Europa, incluso por España, para mofa del rey. El pitorreo
fue tan grande que aún resuena en el palacio de Buckingham, y la befa y escarnio
que tuvieron que aguantar el país y su monarca llevaron a éste a dictar una
orden por la cual se borrara todo rastro de la invencible británica y el asedio
a Cartagena de Indias de todos los libros de historia. Para disimular y ser
coherente con su maniobra de papelera de reciclaje, restituyó de honores a su
Almirante, y Vernon acabó reposando su osamenta en la abadía de Westminster en
un panteón de héroes, donde una lápida reza que "He subdued Chagres and
Portobello and at Carthagena conquered as far as naval force could carry
Victory" [Tomó Chagres y Portobelo y llegó tan lejos como una fuerza naval
podía permitir una victoria]. Con dos cojones. Tenga a bien la Parca el regocijarse en sus
restos.
Jorge II de Inglaterra, Duque de Tippex y Conde de la Milannata.
El destino de Lezo, sin embargo, fue mucho más propio de la tragicomedia que siempre ha sido este país. Quedó contagiado por la misma enfermedad que sufrieron sus enemigos, la fiebre amarilla. Ya encamado sufría de sudores, dolores de estomago y en los últimos días sólo bebía agua, que vomitaba al poco tiempo, subiéndole la temperatura que lo abrasaba, a lo que se sumaba, que la ciudad había quedado sin un cristal en toda ella, al desatarse las lluvias tuvieron que cerrar las contraventanas de forma que aún se hacía el dormitorio más lúgubre.
Durante el tiempo que estuvo, recibió pocas visitas dado el
encono del Virrey, al que los compañeros temían si eran vistos al entrar a
la casa de don Blas. El que más veces lo visitó fue don Lorenzo de Alderete, a
la sazón capitán de los Batallones de Marina en la ciudad. A éste le preguntó
que cuándo iban a cobrar, ya que llevaban muchos meses sin ver un maravedí y su
mujer se quejaba de no tener dinero ni para comprar comida; pero Alderete no le
supo responder, dado que casi todo lo que llegaba se estaba empleando en
restablecer las fortalezas. Uno de los días que fue a visitarlo, le cogió de la
brazo y el pidió que se pusiera una placa en la que se dijera: « Ante
estas murallas fueron humilladas Inglaterra y sus colonias », pero dicho al
Virrey, éste le contesto secamente: « Desvaría ». También acudieron a
visitarlo dos veces don Pedro Mas y don Juan de Agresote, así como un joven
alférez apellidado Goyzaga, que ni entraba, sólo llamaba, preguntaba y se
marchaba.
Viendo doña Josefa que su marido se iba, mandó llamar al
obispo don Diego Martínez, quien acudió el día cuatro de septiembre para darle la Extremaunción, lo
que efectuó saliendo muy conmovido por el ambiente que se respiraba en la casa.
Al recibir este Sacramento don Blas cayó en la cuenta de que ya no había nada
que hacer; al poco de salir el Obispo llamó a su esposa y le dijo que hablara
con el marqués para que le diera dinero hasta que llegaran sus atrasos y luego
que se fuera a España con los hijos.
El día siete de septiembre muy temprano, llamaron a la puerta
lo que sobresaltó a los que estaban en la casa, la abrieron y era un mensajero
con carta lacrada, que llegaba a estas deshoras para no ser visto, lo que alarmó
a doña Josefa, quien nada más cerrar la puerta abrió la carta. Era de alguien
importante y solo decía: « Lamento comunicaros que el Rey ha sido
persuadido de castigaros en breve por los hechos acaecidos en la defensa de
Cartagena de Indias, a pesar de los buenos oficios que varios consejeros han
hecho para que tal castigo no se ejecute » Se quedó muda y sin saber qué
hacer, pero de pronto oyó a don Blas que la llamaba, así que se fue al
dormitorio y le preguntó quién era. Ella le contestó: ¡nadie! De esta forma no supo don Blas lo que le iba a suceder.
Monumento a Blas de Lezo donado por el gobierno español a Cartagena de Indias en el año 1955, frente al fuerte de San Felipe de Barajas.
Pocos minutos después fallecía don Blas de Lezo contando con 52 años de edad. Era el día
siete de septiembre del año de 1741. Por la falta de dineros, ya que no le pagaron sus sueldos, sus huesos acabaron en una fosa común de la que, a día de hoy, no han podido ser recuperados.
La superioridad naval española en aguas americanas se mantuvo, gracias a la victoria de Lezo, durante más de un siglo. Los intentos ingleses de tomar las tierras del Imperio español cesaron hasta que las independencias americanas lo fragmentaron. Posteriormente, el peso de los hechos superó a las infamias de Eslava, y Don Blas recuperó su honor póstumo y el favor Real. Su familia vivió en Cádiz y hasta hace muy poco aún estaba en pie la casa de "la gobernaora", nombre con el que se conocía a su viuda, doña Josefa.
Hasta el año 2009, 268 años más tarde de su victoria, su única petición, la placa en las murallas de la ciudad no fue concedida. Finalmente la asociación de Ingenieros Industriales de la Comunidad Valenciana donó una placa en un acto que se realizó en conjunción con el gobierno Colombiano. Pueda descansar en paz finalmente el Almirante Pata de Palo.
También se acuñaron unas monedas conmemorativas que muestran cierta mofa a sus hermanas inglesas.
La Real Armada Española honra la memoria de Blas de Lezo con el mayor
honor que puede rendirse a un marino español: tiene por costumbre
inveterada que uno de sus buques lleve su nombre. El último así
bautizado es una fragata de la clase Álvaro de Bazán: la Blas de Lezo (F103), considerándose el mejor buque del mundo en su categoría.
En el año 2005, en el bicentenario de la batalla de Trafalgar, los ingleses invitaron graciosamente a las otras potencias que participaron en el enfrentamiento (España y Francia) a enviar barcos para hacer una celebración conjunta en las costas británicas. La armada española envió un solo buque: la fragata Blas de Lezo, ya que en la programación del acto constaba que cada país leería en público la historia del nombre de cada barco que allí estuviera. Hubiera pagado lo que fuera por ser el que leyó la vida de Hombre y Medio ante el país que borró de su Historia la humillación que sufrió de su mano (en singular).
Igor Yglesias-Palomar
Bibliografía:
"El día que España derrotó a Inglaterra" Pablo Victoria. (Madrid Áltera 2005)
"El vasco que salvó al Imperio Español" José Manuel Rodríguez (Madrid, Áltera 2008)
www.wikipedia.org /Blas de Lezo / Sitio de Cartagena de Indias / Guerra del Asiento
www.todoababor.es
www.todoavante.es
www.elgrancapitan.org / foro -- foros de historia del gran capitán.
Y varias páginas web más.
[1]
El único hecho similar a éste aún tardaría casi cuatro décadas en producirse,
cuando en 1742, el marino cántabro Luis Vicente Velasco de Isla, a cargo de una
fragata de 30 cañones, haciendo la travesía de La Habana a Matanzas, se topa
con un navío inglés de mayor número de cañones cerrándole el paso, apoyado por
un bergantín, también británico que se acerca, con problemas de escasez de
viento, en refuerzo de su compatriota. Velasco no lo duda y abre fuego contra
la fragata, cañoneándola a corta distancia y maniobrando para abordarla. Lo
consigue y, tras muy sangrienta lucha, rinde el navío inglés antes de que
pudiera recibir la ayuda del bergantín. Vira rápido la fragata española para
dar caza al segundo buque inglés y lo cañonea, logrando dos impactos sobre su
línea de flotación a poco de empezar el nuevo combate (hecho que habla de la
pericia de los artilleros y de la eficacia de los cañones). El bergantín
comienza a hundirse. Arría la bandera de combate e iza la de auxilio. Velasco
se lo presta y captura a los náufragos. Luego entró en La Habana con los dos buques
apresados y un número de prisioneros que duplicaba al de su tripulación.
(Extraído del artículo de
Roberto Lavín Bedia Luis V. Velasco y sus
cañones, aparecido en Mayo del 2000 en el periódic cántabro El Diario Montañés)
[2]
Hay que entender que, en contra de lo que venimos creyendo por cientos de años
de manipulación histórica, en los muchos siglos de conflicto naval entre España
e Inglaterra, los últimos sentían un terror incontrolable a los españoles en
las distancias cortas. Era táctica propia nuestra el intentar acercarse al
enemigo y abordarle, y tan efectivos éramos en el combate cuerpo a cuerpo que
acostumbrábamos a vencer siempre tales encuentros; lo que en ocasiones llevaba
a los barcos a rendirse antes de entablar combate, tan certera tenían su
derrota si los españoles saltaban a su cubierta.
[3]
Como mencionaba al principio de este escrito, todo este suceso fue “adoptado”
por O’Brian para su novela Master &
Commander: The far side of the World y su adaptación para película por
Peter Weir en el 2003, apropiándose del hecho y convirtiéndolo en la desigual
lucha de una fragata inglesa contra lo que llaman “una fragata de mayor clase,
casi un navío de dos puentes” francés, en las guerras napoleónicas, un par de
años antes de la batalla de Trafalgar. Igual que con Lezo, el capitán inglés
Jack Aubrey “el afortunado” –interpretado magníficamente por Rusell Crowe-,
busca la popa del otro navío, bate cubierta y busca desarbolarle del palo mayor
para pasar al abordaje. Lezo no sólo lo hizo de verdad, sino con un navío mucho
más grande y sin usar el truco del fásmido
(insecto palo. Para entender, ver la película)
[4] Española
nacida en América.
[5] Actualmente conocida como Fiebre Amarilla, por los accesos de ictericia que crea.
http://es.wikipedia.org/wiki/Fiebre_amarilla
[5] Actualmente conocida como Fiebre Amarilla, por los accesos de ictericia que crea.
http://es.wikipedia.org/wiki/Fiebre_amarilla
Extraordinario trabajo. El único pero que puedo poner es que hemos hablado tanto del gran Blas de Lezo, que algunas de las historias ya las conocía, pero sus hazañas no parecen tener fin. Hace poco mi padre me preguntó quien era el Cabo Noval o Eloy Gonzalo (aka Cascorro) y por qué tenían esas estatuas en Madrid y nadie recordaba a Blas de Lezo...preguntas sin respuesta. Insisto, enorme trabajo. Enhorabuena!!!!
ResponderEliminarFuentex, muchísimas gracias. Sabes lo que significa saber que el artículo llega a quien tiene que llegar. Gracias también por animarte a comentarlo en voz alta. Un abrazo! ;)
EliminarYo tuve la suerte de estar en Cartagena de Indias y tras este post uno ve toda al historia que hay detrás y se imagina la intensidad de los acontecimientos. Tenía una idea, pero los datos lo hacen mucho más impresionante.
ResponderEliminarGracias.
Me alegro de que te haya gustado. Comprenderás que para mí ir a Cartagena de Indias y visitar los sitios donde sucedió todo esto es algo obligatorio, como visitar Malta para conocer el escenario de uno de los próximos posts... ;)
EliminarPor fin lo he leído, Igor. He tardado porque esperaba el momento oportuno para disfrutarlo como merece, después de los días tan agitados que como sabes acabo de pasar.
ResponderEliminarEste post merece las mayores felicitaciones por su calidad. Resumir en un texto de esta extensión las mil hazañas de don Blas y la complejidad y riqueza de hechos y circunstancias de la batalla de Cartagena de Indias es una labor difícil que has llevado a cabo magníficamente. A pesar de haberme leído varios libros sobre el personaje y la batalla, me has descubierto datos que desconocía. Gracias por ello y, sobre todo, por acercar a don Blas a los lectores presentes y futuros de este post, entre los que habrá algunos que no habían oído hablar jamás de este héroe y la gran derrota sufrida por nuestros eternos enemigos y silenciada por sus historiadores. Gracias por esta esforzada aportación para dar a conocer aquéllo que todos los españoles deberíamos conocer y de lo que deberíamos enorgullecernos, pero que lamentablemente nos ha sido negado por politicuchos ignorantes, progres acomplejados y currículos escolares más mutilados que el propio don Blas.
Es de celebrar la colocación de la plaga en el año 2009, aunque lamentablemente el texto original no ha sido respectado, no cumpliendo así del todo con la voluntad del almirante. "Derrotar" no es lo mismo que "humillar". Ha faltado un poco de lo que sobraba a nuestro amado héroe.
Posibles razones: La maldita "corrección política", el pánico a cualquier clase de confrontación, aunque todo se limite a lo dialéctico, el disimulo de dicho pánico en aras de una pretendida "objetividad" (no vaya a ser que si ponemos "humilló" alguien nos acuse de estar más con los unos que con los otros), y la proverbial tendencia valenciana al pasteleo. Que conozco, porque llevo viviendo aquí muchos años.
EliminarCarlos, gracias por leer el post y por tus animosas palabras sobre el mismo. Comprenderás que lograr que alguien que conoce ya extraordinariamente bien los hechos que se narran disfrute de otro escrito más sobre los mismos es tremendamente halagador. Compensa con creces el considerable esfuerzo que supuso la redacción del mismo.
ResponderEliminarPor desgracia la longitud requerida para narrar las hazañas de este hombretón, así como las del otro -por ahora- cojonazos de leyenda, es muy superior a la que la mayoría de las personas están dispuestas a aceptar, y por tanto se convierte en un fallo de importancia capital. Muchos evitan su lectura ante el primer vistazo al post, pues lo consideran terriblemente largo, y la pereza que a muchos les da leer, aumentada por el hecho de que sea en una pantalla, hace que su éxito esté limitado a unos poquísimos que sois los que os habéis atrevido a ello. Y, como a menudo sucede, una buena parte de esa minoría ya conocíais a nuestro héroe en cuestión, con lo que la labor divulgativa, una vez más, se ve severamente afectada.
No obstante, una vez más, gracias por tus palabras, con las que, además, coincido plentamente. Este tipo de cosas a menudo son el único consuelo ante las muchas horas invertidas en la redacción de estos escritos.
Un abrazo.
¡Gracias!
ResponderEliminarGracias a ti por leernos y por comentar!! ;)
EliminarLo mismo pero resumido! PD: Muy bueno, el blog!! Un saluodo!
ResponderEliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=YfosacN2BqU&list=PLXU5k6pAbxGotvxdNDYh1fuawqniqznT-
Muchísimas gracias por leernos, Rubén, y por aportar más información. Esperamos seguir viéndote por aquí! Un saludo!
EliminarEstimado Igor,
ResponderEliminarsoy uno de tantos españoles que ha conocido no ya la vida y obras, sino la misma existencia de D. Blas, muy recientemente, lo que confieso con el consiguiente rubor vergonzante.
Desde que supe de él y de sus heroicidades leo todo lo que caiga en mis manos. Incluso he participado, lo que me enorgullece desmesuradamente, en la cuestación pública para sufragar el monumento en su honor que promovió la Asociación Cultural Blas de Lezo, de la que soy gozoso miembro, y que se eregirá próximamente en la Plaza de Colón de Madrid.
Su relato es tan riguroso y extenso como ameno e irónico, por lo que su longitud, lejos de desanimar su lectura, como Vd. teme, la estimula. El texto es tan delicioso y está tan exquisitamente escrito que su divulgación no sólo es necesaria, sino obligada. A ello me voy a dedicar.
Permítame que me despida de Vd. con un abrazo.
Ramiro Téllez Sanz
Almería
@urcindalo
Estimado Ramiro:
ResponderEliminarLo primero, agradecerle su gentilísimo comentario, así como el tiempo y esfuerzo que nos ha dedicado. En un medio tan impersonal y aséptico como internet, la gente con una cultura y maneras tan exquisitas como las suyas, desgraciadamente escasea, y siempre supone un honor y un acicate saberse con lectores como Vd. Esperamos que siga Vd. visitándonos, y no le decepcionemos en la confianza que pueda poner en nosotros.
Rubor vergonzante no debe Vd. tener ninguno. Recientemente comentaba con un amigo mío que saber que las generaciones que cursan sus estudios de bachillerato actualmente, no saben nada de este héroe, es menos preocupante que el hecho de que gente bien formada, ya pasada la treintena, también lo desconozca, pues siendo las materias que estudiábamos mucho más extensas y complejas, sólo debido a una -esta vez sí- vergonzante y vergonzosa planificación de estudios, fiel reflejo de los complejos y traumas de este país, hechos así han podido caer en el olvido y el desconocimiento. Somos pues, herederos del legado de un país que ha llegado a las cotas más altas y más bajas, y ha preferido narcotizarse en un estado de sumisión intelectual, histórica y tecnológica, abandonados a la merced que enemigos históricos, que aún sienten un profundo desprecio y envidia por nosotros, han decidido contarnos sobre nosotros mismos.
Personalmente no cuento con el orgullo de haber podido colaborar, ni económicamente ni de ningún otro modo -más allá que con la constante dispersión de esta genial figura, y el poco efecto que haya podido lograr a través de este blog- con la instauración de la futura estatua en la madrileña plaza de Colón. Me siento orgulloso de saber de su presencia -por mucho que, como artista que soy, no acabe de estar convencido con su modelo proyectado-, y de saber que la presión ciudadana está moviendo a los distintos gobiernos a comenzar a poner su nombre en calles y la próxima apertura de un instituto. Todo lo que hagamos en los próximos años será poco para compensar los casi tres siglos de imperdonable olvido al que hemos sometido a este gran hombre.
Agradezco, una vez más su generoso análisis sobre el texto. Creo que es demasiado amable. No obstante, reitero que esperamos haber ganado un amigo en Vd. y confío que nos visitará con alguna regularidad. Espero que nos alegre comentando sus opiniones en el futuro.
Reciba igualmente otro caluroso abrazo.
Igor Yglesias-Palomar,
Madrid a 25-09-2014.
ENHORABUENA. Excelente trabajo y muy bien documentado. Una lástima que en España tengamos esta mala costumbre de olvidar y ocultar hechos tan importantes como este ( y tenemos unos cuantos para contar y presumir).
ResponderEliminarFelicidades