Sed fugit interea, fugit irreparabile tempus


wunderkam memento mori


Por Igor Yglesias-Palomar

Pero huye entre tanto, huye irreparable el tiempo.

Virgilio, el poeta romano, autor de La Eneida, escribió en sus Georgicas esta frase, representante de una de las realidades más acosantes y desoladoras de nuestra existencia, resumida y conocida comúnmente como el lema Tempus fugit.

El tiempo vuela. Nada es eterno; casi ni siquiera duradero. Todo lo que vive, todo lo que es, tiene un final. Es ley del cosmos, y de nada sirve lamentarse por ello. Si algo hay inevitable en este universo es la muerte. La del autor de este texto, la de los lectores que puedan participar de sus pensamientos. Quiera el cosmos que tarden mucho en llegar, pero llegarán. En realidad, de lo único que podemos estar seguros en esta vida es de que lo harán. Todo es, por desgracia, efímero.

Ha pocos días me encontraba en clase de literatura con algunos de mis alumnos. Estremece pensar lo poco que les engancha la literatura a las nuevas generaciones. Marcadas por dos estigmas modernos, sólo desean la inmediatez y la utilidad. Creen que el conocimiento llega como el jiu-jitsu a Neo en Matrix, y no comprenden que no hay tal clavija, y que suele ser el resultado de años de esfuerzo. De hecho, la misma palabra esfuerzo les es incomprensible. Demasiados objetos inteligentes les han llevado a ignorar y a no apreciar la dificultad de una cosa. No conocen un diccionario, ni saben usarlo. Mucho menos una enciclopedia. Todo es inmediato y está al alcance de sus entrenados pulgares. No les interesa el concepto de desarrollo. Si no lo tienen al instante, les aburre. Por otra parte, si en su estrecho esquema de entendimiento del mundo algo no da dinero -una vez más, de inmediato-, tampoco lo ven útil. La literatura, en fin, está muy fuera de su órbita vital. Jóvenes que no sólo reconocen no leer absolutamente nada, sino que, además, se sienten orgullosos de ello. Futuros adultos que piensan que leer, que disfrutar y entender un libro no sirve para nada porque no les va a generar beneficios económicos. Cualquier cosa que no sea un whatsapp recibido de alguien que ha escrito sin el menor cuidado ni concierto, es demasiado complicado para ellos. No pueden apreciar algo que son incapaces de entender, y no podrán jamás entenderlo si no ejercitan su capacidad lectora y adquieren vocabulario y sensibilidad, cosa imposible, porque para ello necesitan leer más y, entonces, el círculo de la ignorancia y la desidia queda cerrado.

Les pido a mis alumnos que lean en voz alta los poemas o fragmentos de los libros que estudiamos, y oyéndolos me estremezco. Su carencia de vocabulario, de fluidez, son estremecedoras. Olvidémonos, por tanto, de esperar cualquier matiz en la interpretación o la voz. Son como un robot, incapaz de expresarse y que constantemente se detiene porque carece de entradas en su limitado vocabulario interno. Si se encuentran con una palabra con una letra cambiada -de los muchos ejemplos que se me ocurren, pongo simplemente desfacer-, se quedan atascados, como si no pudieran pronunciarla, y cuando se está estudiando la literatura en la edad media, la cantidad de palabras así es abrumadora. Hasta que, al fin -viendo los sudores de aquél a quien he castigado por hacerle leer unas pocas líneas, y la cara de aburrimiento y desinterés de todos los demás-, hastiado, tomo yo la lectura e intento recitar o interpretar lo que se está leyendo, en un vano intento de engancharlos, de captar su atención,  al final observo con desesperación que, al acabar yo, su interés y comprensión sobre lo que han oído van de la mano y se acercan al cero. Y no sólo hablamos de la edad media: su capacidad de comprensión de cualquier tipo de texto es nula. Desconocen la ironía, y si el texto hace gala de ella, creen que lo que se dice en él han de tomarlo a pies juntillas. No saben leer entre líneas -apenas pueden leer las líneas-, no pueden apreciar los matices de un uso del vocabulario o de la lengua, u otro. Los temas se les escapan, las motivaciones y actos de los personajes les resultan oscuros o inadvertidos. La frase que más oigo en clase es que la literatura es un rollo, y que se les da fatal.

A los del siguiente curso no se les da mucho mejor. Los problemas son los mismos, con escasos matices de diferencia, y se encuentran tan sólo a unos pocos meses de hacer selectividad. Jamás he visto tanta gente rondando los veinte años que hayan leído tan poco y sean tan incapaces de entender un texto. Se les pone un trabajo sobre un libro que tienen que leer y de lo único que son capaces es de abrir internet y copiar los enlaces palabra por palabra. Cuando se les suspende con un cero tras otro, en el siguiente trabajo hacen exactamente lo mismo, por si me hubieran cortado a mí la red y esta vez no fuera a pillarles. En el fondo me da pena, pues no son capaces de escribirlos por ellos mismos. Sólo hacen lo único que saben hacer: tirar de la inmediatez de internet, sin darse cuenta de que los fallos o barrabasadas que pueda decir el que haya escrito el artículo que copian, los transmiten letra por letra sin darse cuenta de ellos. Comparar las fuentes es algo que, claramente, se les escapa. Hay honradas excepciones, sí, pero muy escasas y que no dejan de ser tuertos en un país de ciegos. Siguen siendo jóvenes muy atrasados con respecto a donde debieran estar.

¿Tan diferentes eran las cosas hace unas décadas, cuando yo me encontraba en su situación? La respuesta, en mi opinión, es que sí. Claro que había inútiles en nuestras clases, pero también había gente buena. Quien más y quien menos, en COU llevaba una buena retahíla de libros leídos y, en el peor de los casos, todos entendíamos la diferencia entre quien leía y quien no, y nadie se sentía orgulloso de ser un borriquito. Ahora, popular y públicamente, se precian de su ignorancia y machacan al que pudiera leer algún libro -y eso que lo que estos individuos excepcionales leen está más cercano de lo que alguien de mi generación considera literatura basura que otra cosa-. No me imagino a ninguno de ellos leyendo a Dostoievsky o a Cervantes motu propio.

Intento, con cada tema de literatura, darles también una pequeña clase de historia. Que entiendan el tiempo y las circunstancias en las que cada obra está escrita. Que comprendan el modo de pensar y de expresarse de los distintos autores. Pero claro, resulta que la Historia es otro rollo, y les motiva lo mismo que todo lo demás. ¿Para qué sirve al fin y al cabo saber hechos pasados o quién era fulanito o menganito, si eso no les va a dar dinero? Es muy triste ver a estos chavales, algunos de ellos inteligentes, que sufren el mal endémico de nuestro mundo actual: la falta de curiosidad. Ahora que la cultura es inmediata, gratuita y accesible; ahora, que puedes acceder diariamente a los descubrimientos más recientes y más antiguos de cualquier rama del saber... ahora, resulta que a ninguno de ellos les interesa un pepino. Internet es sólo ese lugar con tetas, de donde copian los trabajos y donde se conectan para jugar a la consola.

Ha pocos días, decía, nos tocaba en clase estudiar a Jorge Manrique y las Coplas a la muerte de su Padre. Intentaba explicarles la importancia de este autor y esta obra, cuando vi sus caras de aburrimiento supino. Dos charlando al fondo, uno, dado la vuelta, intentando ligar con la de atrás. Dos niñas jugando al ahorcado y el resto con los ojos apenas abiertos. Jóvenes, guapos, sanos, acomodados. Todo un futuro por delante y, sin embargo, les ves y sabes qué tipo de personas van a ser. Sabes de antemano las vidas que van a llevar porque están en el momento de abrir sus mentes, de ser libres, y lo están desperdiciando. Nada de lo que les digas va a hacerles cambiar. Han de descubrirlo por ellos mismos, pero lo peor es que los que lo hagan, lo harán demasiado tarde. Son futura carne a triturar en este país. Los políticos los engañarán, porque no sabrán tener una opinión. Seguirán con las posiciones ideológicas o religiosas que les hayan enseñado porque no sabrán con qué compararlas. Vivirán vidas más afortunadas o menos, pero vacías de contenido, y, mientras, tendrán que acallar a sus voces interiores que, con desasosiego, les harán ver que les falta sentido en sus existencias. Leer, formarse, pensar, ser libre, son conceptos muy importantes que están íntimamente relacionados. Pero puede que para cuando lo entiendan sea muy tarde, porque el tiempo vuela, como el mismo Manrique parecía estar intentando decirles desde sus libros de texto.

Decidí zarandearlos un poco. A ver si despertaban, literal y metafóricamente. Les hablé de la Edad Media. De las épocas oscuras. El hambre, las guerras, las epidemias. Les hablé del dios castigador, del diablo oculto tras cada esquina en los ojos de aquellas gentes. La fámina, el frío, el miedo. Pero también les conté cómo eso fue cambiando en la baja edad media. Del nacimiento de las ciudades, los gremios, la burguesía. El aumento del bienestar, de la prosperidad. El cambio a un Dios más benévolo al que se le levantaban catedrales llenas de luz. Y en ese momento, en el año 1348, llega la peste. La terrible peste negra que asoló europa. Les hablé de la enfermedad, de su dureza, de sus síntomas, de sus variantes. Les hablé de cómo aislaban las ciudades en un intento por evitar su propagación, abandonando a todos sus habitantes a una suerte terrible, de un modo que apenas podemos imaginar. Encerrados, viendo cómo cada vez iban muriendo más y más, cómo sus familias iban perdiendo uno a uno a sus miembros. Día a día más escasos de alimentos y de esperanzas, simplemente esperando a que los primeros síntomas te aparecieran. ¡Cómo debía ser la sensación de ver que empezabas a ponerte enfermo! Notando tu primer bubón, sabiendo lo que venía después... Siendo consciente de que nadie querría cuidarte o velarte. Padres asustados oyendo a sus hijos llorar y morirse en la habitación de al lado y sin valor a acercase y calmarlos. Familias diezmadas. Cadáveres tirados en las calles, llenas del olor de la muerte y de la carne quemada en las hogueras comunales. Fanáticos religiosos azotándose en las plazas, implorando el perdón divino, mientras otros se abandonaban a la lujuria y el desenfreno ante la certeza de que todo daba igual. 

25 millones de habitantes murieron en Europa (un tercio de su población); entre 40 y 60 millones en Asia, en lo que ha sido la mayor pandemia de la historia de la humanidad. Por poner un ejemplo, en ciudades como Florencia, sólo un quinto de sus habitantes sobrevivieron. Pocas cosas se me ocurren tan terribles como haber sido triste testigo de estos hechos.

Les hablé del impacto psicológico en esas gentes. De los que huyeron al campo, a vivir vidas bucólicas y de desenfreno, aprovechando los pocos días que les quedaran en su existencia. Les hablé del Carpe Diem. De los que decidieron vivir el momento, en contraposición de los que radicalizaron sus creencias en la convicción de que todo esto era un castigo divino por la bonanza y la relajación en las normas religiosas. Les hablé de su desconcierto, de su rendición. De cuál debían considerar que era la razón de tanto esfuerzo, sufrimiento, privación y remordimiento, si al final, en cualquier momento, podían caer como el de al lado. De la democratización de la muerte, de cómo todos al final caen por la misma guadaña. El rico, el pobre, el noble, el campesino, el valiente y el cobarde; el hermoso y el deforme. El rey y el mendigo. El feliz y el desgraciado.

El triunfo de la Muerte, Brueghel el Viejo; Museo del Prado, Madrid


La peste llegó, pero no se fue. Durante 150 años se repitió sistemáticamente en sucesivas oleadas, y durante muchos siglos surgieron brotes que asolaron algunas de las ciudades más importantes de este continente. Y, finalmente, les expliqué que en ese mundo había nacido Manrique. En esa sociedad desilusionada, resignada, escéptica, en la que la muerte era un compañero de viaje que estaba a tu lado desde el momento en que nacías al momento en que te llevaba. Les hablé del amor que sentía el escritor por su padre, de la conciencia de que el olvido es la verdadera muerte, y de que las personas especiales debían ser especialmente recordadas. Les hablé de la banalidad de todo en esta vida. Les hablé de los que ya no están.

"Sois jóvenes -les dije-. Ahora mismo os consideráis indestructibles. Todo lo tenéis por delante, y muy poco por detrás. Ni siquiera pensáis que algo malo pueda pasaros, mucho menos en vuestra propia muerte. Pero las cosas suceden, y nadie puede frenar el avance del tiempo. La vida está llena de oportunidades que se pierden y de trenes que no vuelven a pasar, hasta que, progresivamente, cada vez van llegando menos. Pronto se cambia, como yo lo hice, de jovencísima promesa, con el mejor futuro y oportunidades, a sólo un joven brillante. De ello, a una persona con talento, y luego apenas serás alguien con una cierta facilidad, para finalmente acabar convirtiéndote en, simplemente, un profesional de algo. A pesar de que tu aprendizaje siempre evolucione, es la relación con tus años lo que te garantiza una posibilidad de éxito.No importan las veces que lo hayáis oído, ni cuánto os parezca imposible: pronto os daréis cuenta de que en un parpadeo dejaréis de ser tan jóvenes, y después, lo que no se sea en ese momento, ya nunca se será"

Mi padre, quien ya es muy anciano, una vez me dijo una frase que me impactó profundamente: Envejecer es ir quedándose sin testigos. Somos nuestras experiencias, lo que hemos vivido. Y nuestras experiencias son las personas que lo han visto o con quienes las hemos compartido. Cuando nadie recuerda tu nombre, cuando nadie sabe quién eres, no eres nadie. Esos amigos con los que hicimos tal o cual cosa. Ese viaje, aquella fiesta. Esas personas a las que amamos y quienes nos amaron, cuando dejan de estar, cuando olvidan, se llevan parte de nuestra identidad, de nuestra existencia. Da igual cuánto quisiste a alguien. Cuánto te correspondió. El olvido te matará en su vida, como tu olvido matará a esa persona. El tiempo no sólo cura nuestras heridas... también se lleva lo mejor de nuestras vidas. Tus amigos, tus amantes, tus educadores. Sus recuerdos colectivos te conforman, tanto como los tuyos a ellos. En soledad nada hay. Ni dolor, ni alegría, ni placer, ni compasión.

El tiempo vuela... ¡vive el momento!

En el año 2003, asistí a unas conferencias en la Embajada Japonesa en Madrid. Había tres conferenciantes, repartidos en distintos días de la semana, pero por encima de los otros brillaba un señor muy mayor. Don Federico Lanzaco Salafranca. Quien supe luego que está considerado el mayor japonólogo que hay en España. Don Federico impartía charlas sobre los valores estéticos en la cultura japonesa. Un día su conferencia trató sobre uno de los motivos fundamentales de su sociedad, el llamado mono no aware. La fugacidad del tiempo. En aquella conferencia, don Federico intentó explicarnos este sutil tema nipón. Una sociedad que vive bajo terremotos, tifones, tsunamis y volcanes, obligados a construir sus casas en madera y papel para verlas arder bajo los frecuentes incendios o caer en los abundantes movimientos de tierra; enlazan su concepción cíclica e infinita del tiempo con su realidad, y aceptan que han de reconstruirlas de nuevo, que han de levantarse otra vez. Una sociedad, sin embargo, que, pese a todo, es capaz de rendirse ante la belleza de unas flores que, cada año y al comienzo de la primavera, adornan sus árboles cerezos. Es el hanami, la floración de los cerezos -si no recuerdo mal, la palabra viene de hana, flor, y de miru, o más exactamente mieru, el acto de ver-. Los cerezos en flor es uno de los espectáculos visuales más emotivos que he tenido el honor de observar -afortunadamente en varias ocasiones-. Sin embargo, es un espectáculo efímero. Todo el proceso dura menos de una semana, entre que los brotes aparecen, florecen y caen en el olvido. En su punto álgido, una lenta lluvia de copos de un rosa blanquecino cae sobre el fascinado espectador. Los ríos, de aguas negras, bajan blancos, cubiertos por los copos. La naturaleza se funde con el observador hasta el punto de no percibirse dónde empieza uno y acaba el otro. Pero a la vez es un momento triste. Triste porque sabes que cada instante que se mira va a ser el último que va a contener tanta belleza. Cada segundo, miles de pétalos caen. Cada segundo, miles de pétalos menos quedan en las flores. Hay que beber la esencia de cada momento, deleitarse con su hermosura, porque se sabe su fragilidad, su caducidad. Los japoneses resumen este hecho con el lema ichi go, ichi e. Cada momento un cuadro, una estampa de belleza incomparable. Cada momento, una vida.

hanami


Cuando don Federico tenía captada y fascinada a toda su audiencia, procedió a asombrarnos y petrificarnos a todos, comparando el mono no aware con su propia esposa. Él, que había sido jesuíta por treinta años, colgó los hábitos por amor cuando conoció a la mujer que sería su esposa. Ella, que debió ser una mujer considerablemente hermosa, por tragedias del destino, había caído enferma, y esa enfermedad la había ido deteriorando, hasta el punto de postrarla en una silla de ruedas. Hasta que, patéticamente, hizo de ella una triste sombra de lo que una vez fue. Con la voz quebrada, aquel hombre nos robó a todos y cada uno de los que nos hallábamos aquella tarde en su conferencia, japoneses y españoles, el corazón, relatando cómo él había sido durante mucho tiempo consciente de todo ello, y cómo sabía que cada vez que miraba a su mujer sería la última vez que la vería tan hermosa. Aquella mujer bella y enérgica a la que el tiempo, en un plazo tan breve, había ido robando tan inmisericordemente toda su hermosura. Indefectiblemente. Inexorablemente.

Cuando terminó, toda la sala quedó en un silencio absoluto, y así permaneció mientras el hombre recogía sus papeles y se marchaba. Nunca he visto a una audiencia tan afectada por una charla. Nadie le aplaudió, pese a que sé que ninguno de los que estuvimos ahí lo olvidaremos. Una de las cosas de las que siempre me arrepentiré en mi vida es de que fui consicente en ese momento de lo que estaba pasando, y, por vergüenza o cobardía, no comencé a aplaudir, aunque sé que de haberlo hecho hubiera arrancado un aplauso general y enfervorizado de toda la audiencia. Tristemente, siempre lamentaré que ese hombre no hubiera recibido ni un aplauso después de lo que hizo por todos nosotros.

Mono no aware  y el ichi go, ichi e, no son más que los equivalentes nipones de nuestro tempus fugit, de nuestro carpe diem. Vive el día, que todo desaparece. No permitas que el olvido arrebate tu existencia ni que se derroche lo que vives por no saber apreciarlo. Cada segundo es hermoso si se sabe observar y es nuestra obligación hacerlo. No te lamentes por la futura desaparición de algo, al contrario, aprovecha el tiempo que te queda y luego recuérdalo para siempre.

Hay cosas que son como son. Existe una irreversibilidad en los hechos que suceden. Queremos creer que se puede luchar contra todo, que si uno se aplica lo suficiente, ninguna meta se escapa. Vivimos en una época de coachs,  de psicólogos, de frases de autoayuda. Mensajes positivos y frases esperanzadoras, que a menudo, sólo generan más frustración ante esa irreversibilidad. Siempre se habla de la consecución de las metas, de las vocaciones. Rara vez se habla del fallo, o del doloroso término medio. Nunca te dicen qué hacer si no consigues aquello por lo que se ha luchado, pasando por muchos esfuerzos y un tiempo que nunca se recuperará. En el mejor de los casos, ante eso, te hablan de la experiencia ganada, etc. Vemos películas con finales felices, porque a nadie le gusta ver la realidad. Esa realidad en la que no puedes conseguir que quien no te ama se enamore de ti, no importa lo que hagas. Esa realidad en la que el esfuerzo no es recompensado; en la que frecuentemente das lo mejor de ti para no recibir nada a cambio en el mejor de los casos, e indiferencia en el peor. Esa realidad en la que las cosas que se pierden nunca se recuperan. En la que, a menudo, el precio pagado en la consecución de un sueño es tan grande que no sólo pierdes de vista la razón por la que empezaste, sino que, a menudo, la persona que acabas siendo al final del camino avergonzaría al que eras cuando lo comenzaste. Pero ésa es la realidad en la que vivimos. Y toda esa retahíla de frases hechas y de ayudas baratas -y no tan baratas-, esa legión de vendedores de humo, luego no sufre las consecuencias si se falla. Sólo tenemos el hecho de intentar vivir cada momento, disfrutarlo hasta el tuétano y luego conservarlo en nuestro recuerdo, porque será nuestro único consuelo cuando lo perdamos. 

Sólo lo que leamos, lo que vivamos, lo que aprendamos, nos permitirá medir y disfrutar en su correcta cuantía lo que tengamos mientra lo tengamos. Sólo la capacidad de pensar y de comparar nos dará la capacidad de apreciar y valorar. Sólo si somos libres podemos elegir, sólo si somos sensibles podemos apreciar y sólo si somos sabios lograremos recordar y aprender de lo vivido. Y en el dolor de la pérdida, en el amargo momento en que todo parece insuficiente, podremos confortarnos en el hecho de haber sabido lo que tuvimos y haberlo disfrutado cada segundo.

No sé si logré que mis alumnos decidieran comenzar a leer, mas no lo creo. Pero también tengo la sensación de que no se les olvidará fácilmente aquella mañana. O al menos, eso me gustaría pensar. Con suerte, alguno en el futuro entenderá que leer nos hace libres. Y no tenemos mucho tiempo para serlo.

¡Vivid!

Igor Yglesias-Palomar.

7 comentarios:

  1. Hay veces que uno tiene revoloteando ciertas ideas por la cabeza y que, aunque tu mente lucubre al respecto, tampoco termina de concretar esos pensamientos. Simplemente divaga sin mucha profundidad. Gracias por hacer precisamente eso. Tu texto ha dado forma concreta a varios pensamientos que me venían rondando la cabeza desde hace algún tiempo, con el añadido de tus ejemplos y anécdotas.
    Y seguro que le servirá a más gente

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    1. Gracias por divagar sin mucha profundidad? :D
      Me alegro de que te haya gustado, Owencio.

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    Me ha encantado la reflexin, y por cierto, no sabìa que eras profesor de literatura. La imaginacion se retroalimenta de lo que nos cuentan los libros, y lo sacamos de otra manera, y con otra forma.
    Un abrazo, y me alegra leerte.

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    1. Bueno, qué te voy a contar sobre estas cosas que no sepas tú perfectamente... Están las cosas que dan ganas de llorar. Menos mal que todavía quedamos algunos de los de la vieja escuela... ;)
      Un abrazo, Juanote.

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  3. Bastante triste la situación y sin embargo la conclusión final me ha dejado con un buen sabor de boca. Entre mis amigos, últimamente observo como las conversaciónes adquieren cada vez una mayor profundidad. Algunas de las personas con las que mas disfruto hablando llevan estudiando toda la vida, como un sociólogo, un economista y un integrador social. Las conversaciones con ellos suelen estar cargadas de referencias literarias, comparaciones históricas, metáforas y referencias a experiencias. Sin embargo conozco a otros que en su adolescencia no creo que se diferenciaran mucho de tus alumnos, salvo porque no había ese orgullo de ignorancia o era fingido. Y sin embargo de ellos he escuchado algunas de las reflexiones mas brillantes. Tu conclusión final me ha recordado en esencia a una conversación que tuve el otro día con un montador de andamios desde los 16 años que no se ha leido mas de diez libros en su vida y apenas ha salido de Madrid. Quiero decir que hay personas con inquietud y capacidad para cuestionarse la realidad, quizá estas cualidades no florezcan con la enseñanza academica o lleve mas tiempo que asomen a la luz, pero existen en personas que se nutren de cosas como leer comix, ver cien películas o trabajar la madera, encuentran otras formas de expresarse alejandose de la literatura o la historia, no tienen tantos datos pero pueden ser igual de reflexivos llegar a las mismas conclusiones, disfrutar al mismo nivel y relacionarse intelectualmente con cualquiera que se las de de sofisticado. Aunque el sistema propicia un mundo rápido e inmediato que no alimenta la contemplación ni la reflexión y que parece pretender alejar cada vez mas a sus individuos de la realidad y la autenticidad creo que sigue habiendo el mismo porcentaje de personas y el mismo porcentaje de figurantes que siempre, aunque con diferentes herramientas. ¡¡Animo maestro no pierda usted la fe en la humanidad!! No me juzgues por no ser bueno redactando cada uno tiene su punto fuerte y este nunca ha sido el mio ya lo sabes.

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  4. Querido Miguelón, cuando hablo de leer y formarse no me refiero en absoluto a la formación académica. La enseñanza académica es relativa, y el sistema está basado en la perseverancia y la constancia, más que con la inteligencia, la curiosidad y la capacidad. Yo mismo he sido un estudiante mediocre, y sin embargo, una persona con curiosidad por casi todo lo que le rodea. Para mí, lo importante en esta vida no son los estudios, sino las ganas de entender. La gente interesante se encuentra entre cualquier estamento de un país, aunque es cierto que el entorno puede favorecer o entorpecer gravemente las posibilidades de un individuo. Conozco muchos doctores en algo que son unos cretinos, y personas humildes con culturas e ideas más que respetables.
    Más allá de eso, la recomendación del "vive el momento" va acompañada de la convicción de que el verdadero disfrute de la vida está relacionado con nuestra capacidad de apreciarlo, y ello con nuestro interés por lo que nos rodea y por nuestro bagaje cultural y de letras en nuestra mente...

    Un abrazo, y descuida, no hay nada erróneo en tu redacción. Todo lo contrario!!
    Igor

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  5. Su lectura me ha provocado varias emociones.La primera gran emoción ha sido estética. Está muy bien escrito y la expresión aúna contenido y corazón, lo cual no es fácil de encontrar. He disfrutado con cada frase porque todas estaban cargadas de toneladas de experiencia y reflexión.¡Una delicia!
    Y la segunda gran emoción es vital. Entiendo perfectamente todo lo que dices y me ha sido fácil ponerme en tu pellejo.
    Abordas prácticamente todos los temas esenciales y existenciales del ser humano, mezclados con un montón de pequeñas experiencias que los apoyan. Me encanta esa visión helénica de la irreversabilidad, tan propia del fin de la cultura griega. El ser humano, llegado a la madurez, tiende a plantearse ese "aquello que paso, no volverá". Sin embargo, prefiero pensar que lo mejor está por llegar. Una razón: la experiencia es un grado y lo disfrutaré mucho más. Viví mucho tiempo con el pensamiento de que no podía recuperar lo ya pasado y me hacía mucho daño. No me dejaba avanzar. Es verdad que eso en nada contradice a la irreversabilidad del tiempo. Lo que fue, fue y ya no es, ni será. Pero tuvo su tiempo , sólo queda el recuerdo y en el nacer y el morir reside lo auténtico. Lo demás es ficción. Y con el recuerdo lo haces vivir otra vez, hasta que no queda el recuerdo, pero por eso no dejó de ser. A mi también me ha impactado la frase de tu padre. Mas no me importa quedarme sin testigos, mientras que el testigo principal siga vivo. ¿Estar vivo como Lope de Vega para que unos lo adoren y otros lo ignoren? Prefiero estar viva hoy, aquí y ahora para que los que están hoy, aquí y ahora me disfruten. Que conste que entiendo lo que quieres decir y, en el fondo, lo comparto, pero sufrí mucho con esa visión de la vida.
    Dices que "el precio pagado en la consecución de un sueño es tan grande que no sólo pierdes de vista la razón por la que empezaste ,sino que,a menudo , la persona que acabas siendo al final del camino avergonzaría al que eras cuando empezaste". ¡Qué idea más bella, pero tan bien qué fea! Es la expresión de la tragedia griega: la lucha de Apolo y Dionisios. Eres trágico, querido amigo, pero por eso eres grande, muy grande.Perseguir un sueño siempre te hará ser parecido a un dios y, después de conseguirlo o no conseguirlo, estarás más cercano a ser dios, sea cual fuere el resultado. Que conste que me encanta esta visión vital que tienes. Demuestra una sensibilidad muy especial y una profundidad en la visión de la realidad poco común.
    "Leer nos hace libres". Hacía tiempo que nadie me hablaba sobre la lectura. Es penoso , como dices, que nuestros alumnos y otro montón de jóvenes no lean. No saben lo que se pierden pero cuesta hacerles entender,precisamente, esto. Yo me recuerdo muy, muy pequeña cogiendo los libros que tenía mi padre y devorándolos uno tras otro. Daba igual que no entendiera nada, yo leía. Muchos los tuve que releer tiempo después. Recuerdo las lágrimas que me hizo derramar "Corazón", la angustia de "Crimen y castigo, el romanticismo de los poemas de Bécquer... No tenía ni catorce años cuando ya había leído todo eso y mucho más. Es uno de los mayores placeres que me ofrece la vida.Sumergirte en otra época, otra vida, otra emoción. Se pasa un rato realmente bueno, aunque lo pases mal.Recuerdo la sensación tan angustiosa de "El hereje" cuando le están quemando.Me sugestioné hasta el punto de creer que estaba oliendo a carne quemada y me maree. Ninguna película me ha producido las sensaciones que me han producido los libros y por eso me da tanta rabia que los jóvenes no lean. Lo dicho. Enhorabuena!

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